Mujeres y violencia
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La marcha femenina como protesta por la violencia sexual en contra de la mujer, realizada hace poco más de una semana en la Ciudad de México, ha vuelto a poner en la mesa el tema de la tan traída y llevada “violencia de género” en contra de las mujeres. Sigue vigente el debate sobre la conducta adoptada por algunas manifestantes en el transcurso de la marcha, alimentado por algunos programas televisivos de opinión y en artículos de prensa, en los que por un lado se defiende y por el otro se niega a las mujeres el derecho a manifestarse y a la libre expresión. Hay quienes opinan que quebrar el vidrio de la estación y hacer pintas en un monumento público es una conducta “salvaje” impropia del género femenino, “delicado y frágil por naturaleza”, mientras que en el bando contrario otros alegan que ellas hicieron lo que con cierta regularidad hacen los varones en otras manifestaciones y que, como cualquier persona, ellas tienen el derecho a manifestarse en la forma en que lo deseen o les dicte su conciencia, sin importar el daño que se provoque a otros o al patrimonio público.
Independientemente de lo correcto o incorrecto de la conducta que llevó a las manifestantes a realizar actos vandálicos en la vía pública, hay algo en lo que no cabe la duda: la infiltración de personas y grupos provocadores que alteraron el objetivo de la marcha y la volvieron una expresión pública y violenta de un grupo de mujeres, quizás hartas de las injusticias en el trato masculino hacia sus personas, cuyo primer objetivo era protestar contra la violación sexual de mujeres por elementos policíacos. Las creencias sexistas que prevalecen en la cultura mexicana llevan a excesos intolerables. Nadie sabe lo que hay atrás de la ira y el enojo de esas jóvenes que demostraron su fuerza física quebrando un grueso vidrio en la estación del Metrobús. Lo que sí se sabe es la irrupción masculina para provocar el desorden. Queda muy claro, por ejemplo, que el golpe que derrumbó al periodista de Canal Once hasta el suelo se lo propinó una persona de sexo masculino que recibió la indicación de otra persona del mismo sexo y que no calculó el poder atrás de una cámara que grababa precisamente al reportero golpeado. Por otro lado, también queda claro el estoicismo de un jefe policíaco y su mensaje de no responder con violencia al hecho de haber sido él mismo objeto de violencia por parte de una de las manifestantes que roció su cabello con pintura color de rosa.
La violencia siempre parte de la necesidad del individuo de mantener el control sobre el otro, con el objetivo de intentar suprimir el poder o la expresión de su víctima. La violencia vista desde la perspectiva de género, en este caso la ejercida contra las mujeres, tiene un abanico de manifestaciones tan sutiles que a veces pasan inadvertidas no sólo para el género opuesto sino también para ellas mismas. No se trata únicamente de la violación o el acoso sexual. Hay un tipo de hostigamiento femenino muy común en el contexto laboral, y una de sus formas consiste en impedir el crecimiento profesional de una subordinada. En este caso, la gravedad se considera mucho menor al no tener las mismas connotaciones que la definición legal de acoso u hostigamiento sexual, pero no por ello deja de ser un maltrato emocional de parte de quien humilla o discrimina a una subordinada con actos que inciden en su dignidad o crecimiento personal e intelectual.
Los varones con cargos superiores ejercen diversos tipos de hostigamiento laboral hacia las mujeres. Algunos parecen ser inconscientes y pequeños, pero no por eso dejan de ser un tipo de violencia sexista, siempre recurrente y con reflejos de ánimo discriminatorio. El hostigamiento laboral, expresado mediante gestos, acciones o comportamientos a veces imperceptibles para otros, es también una forma de violencia contra las mujeres.