Ni susto ni extrañeza; a la solidaridad humana nada humano le es ajeno
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Bromeó en su respuesta quien dijo: “¡con mucho susto!” a quien le pidió un favor. Surge la risa al confundir lo que agrada y lo que atemoriza.
Un mundo asustado y disgustado no es precisamente el mejor de los mundos. Los sinónimos del miedo circulan ahora abundantemente: miedo, horror, terror, pánico, susto, pavor, sobresalto. Con sus matices de desasosiego, sobrecogimiento y sus parientes: desaliento, turbación. No faltan sus consecuencias: desconfianza, sospecha, aprensión y recelo y sus acompañantes, el amilanamiento y la pusilanimidad, la cobardía y hasta el temblor como manifestación física.
El “con mucho gusto” de la cortesía puede ser también indicador de satisfacción, de dicha y de euforia. Es compañero de la sonrisa que publicita en el rostro la alegría y anuncia la amistad. El gusto parece antípoda del susto. El disgustado suele enojarse, impacientarse: se queja, protesta y reclama. Necesita al adversario para desahogar con imprecaciones, su disgusto.
En tiempo de pandemias se hace viral –como ahora se dice– la actitud asustada y disgustada. Depresión y agresión son disyuntiva constante. El miedoso se deprime y el disgustado agrede. Y si el susto se suma al disgusto puede el sujeto ensombrecido agredirse a sí mismo.
Las fallas de lo valioso producen desconfianza y decepción, y plantan la inseguridad y la perplejidad, el titubeo y la incertidumbre. Se descara el abuso, la infracción, la transgresión, hasta llegar a eso que llaman crimen, con el elogio constante de su organización. Creer, cumplir y estrenar van resultando verbos de difícil conjugación.
En esta atmósfera urgen el valor y la alegría como reconstructores de la esperanza. La crisis se convierte en oportunidad cuando no toman el volante la depresión ni la venganza. De lo más noble del espíritu humano surge el contrapeso de las pequeñas victorias personales que se suman para lograr los triunfos comunitarios. Se multiplican los antídotos ante la invasión contaminadora.
Lo de destruir y matar puede llegar a ser obsoleto si la paz no es sólo no-guerra sino sí-justicia. Las oleadas de juventud que van llegando a las estructuras sociales pueden sumar sorpresas si crece en ella el hambre de autenticidad.
Que nadie diga: “con mucho susto” cuando se trate de servir. Y que el gusto de lo mejor se imponga sobre un disgusto demoledor…
NO HAY EXTRAÑOS
En la familia no hay extraños.
Ninguno de los que forman una patria es un extranjero.
Podríamos medir el grado de sentido social y comunitario de una persona por el número de gentes a las cuales considera como extraños.
Se tiene solidaridad humana en la medida en que nada humano juzgamos ajeno a nosotros mismos.
Un espíritu de secta, de bandería, de partido, de radicalidad exagerada, espíritu racista o de casta, cierto complejo de grupo esotérico o de élite hacen siempre que se multipliquen los extraños.
Hay una actitud fraternal –proyección del ámbito familiar– que da un matiz peculiar; propia de los ciudadanos del universo.
Hay una antesala de la caridad que es una sincera y profunda filantropía.
Hay una apertura de la mente y del corazón para un diálogo que hace de todo hombre un interlocutor.
Si se multiplican los extraños, el mundo es cada vez menos una familia, una patria, un hogar de todos.
A un extraño no se le tiene confianza, con un extraño no hay afinidad, no hay con él clima para el trato amistoso.
Un extraño está lejos... no es de la familia, es un extranjero y en el mundo cada vez estamos más cerca y somos cada vez menos impermeables, aceptamos nuestra comunidad de origen, de naturaleza y de destino, especialmente en una tribulación que nos hace iguales.