Nombres no sabemos
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-Perdone la pregunta: ¿cuál es el origen de su nombre?
Me habían presentado a aquel señor en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, y me llamó la atención su nombre: Usmaíl. Pensé que provendría de alguna de las etnias locales, que sería algún nombre indígena con peregrina significación.
-Ah, licenciado -me dijo con pesarosa voz-. Vergüenza me va dar explicarle por qué me llamo así.
Le respondí que nadie es responsable de su nombre: sólo de nuestras obras respondemos. La idea la saqué del Quijote, pero eso no se lo dije. Así tranquilizado el pobre señor me contó por qué se llama Usmail.
-Es que mi papá –me dijo abochornado-, trabajó en el correo de los Estados Unidos, y por gratitud al U.S. Mail me puso Usmaíl.
Los nombres tienen origen impensado, y nadie tiene la fortuna que tuvo el ya citado Alonso Quijano, de escoger o cambiarse el nombre a voluntad. Yo mismo no iba a llamarme como me llamo, Armando. Mi nombre iba a ser el mismo de mi padre: Mariano. Pero en vísperas de darme a luz mi mamá fue al Cinema Palacio y vio “La Dama de las Camelias’’, con Greta Garbo y Robert Taylor. Le gustó el nombre del protagonista de aquel romántico melodrama y me lo puso. En una familia de Pedros, Antonios, José Marías y Juanes aquel novelesco Armando sonó a inaudita novedad.
La región del país que tiene nombres más extraños es Tabasco. Ahí encuentra uno señores que se llaman Lucifer, Lábaro o Vishnú. Y es que Tomás Garrido Canabal, tremendo enemigo de los curas, veía con malos ojos los nombres sacados del santoral cristiano. Los tabasqueños, temerosos de las iras del señor Gobernador, exprimían la imaginación para encontrar nombres que no evocaran ni el altar ni el trono. Y por no caer a veces tropezaban, pues nombres como el de Lucifer traen consigo por fuerza evocaciones religiosas.
Aquí en Saltillo hubo una familia Patrón Novelo que dejó memoria muy grata. El señor Patrón debe haber sido librepensador, pues en vez de nombrar a sus hijos los numeró: Uno Patrón Novelo, Dos Patrón Novelo, etcétera. Yo me acuerdo de Cinco. Le decíamos Quico, porque eso de Cinco nos parecía muy raro.
Ya ni en los ranchos se usan ahora los nombres del calendario. Ahí se ve la tele, y los ejidatarios gustan de los nombres que salen en las novelas llegadas de Venezuela o del Perú. A mi esposa y a mí nos pidieron que bautizáramos a una niña del rancho. Nunca decimos no a una invitación como esa, pues con cada cristianado nos cristianamos un poco más también los dos. Pero cuando supimos que la niña se iba a llamar Yajaira Elisema, algún arcaico atavismo hizo que nos negáramos a llevarla a la pila cargando el dicho nombre.
-¿Cómo se llama la mamá?
-Rosa María.
-Pues Rosa María le ponemos, y si no, no.
Pues no, dijeron los papás. Y ahí anda Yajaira Elisema muy oronda, y tan cristiana como si se llamara Rosita nada más.
-Yo le doy gracias a Dios porque mis nietos no se llaman Yermitzalli o Pavlehnó. El nombre es lo de menos, pero no cuando tienes que estarlo deletreando toda tu vida para que sepan los demás cómo te llamas.