Rompecabezas democrático
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Estábamos acostumbrados durante las pasadas décadas a creer como totalmente verdaderas las noticias de los periódicos y la información transmitida por la radio o la TV. Inconscientemente fuimos fieles creyentes, por no decir ingenuos, de que “lo que estaba escrito en letra de molde era verdadero”. La letra de molde o la voz-imagen era un argumento incuestionable de la verdad.
Los lectores o televidentes ya no tenían que buscar la verdad por sí mismos. No tenían que analizar las premisas, sino sólo ver las conclusiones que reportaban los medios de comunicación. El análisis racional, la conexión o contradicción de los datos, el sano escepticismo, no sólo quedaron eliminados, sino que con ello los procesos de razonamiento, el descubrimiento de las contradicciones, la aplicación del principio “el fin no justifica los medios”, fueron definidos como enemigos de la verdad y de la ética social. Y nacieron las verdades a medias y la moral a la medida de cada quien.
Las verdades a medias, que ocultaban la otra parte incómoda de la verdad, se volvieron simples dogmas, generalizaciones que se aplicaban a partir de hechos aislados, anécdotas o simples comentarios sin incluir el contexto. La “información” su gran poder de control social se transformó en “desinformación”, en decir lo políticamente correcto, lo conveniente a un sistema político, económico, religioso o comercial. La publicidad fue la “varita mágica” que convertía en verdadero a cualquier político, producto, rito o producto comercial.
Hasta este punto la “desinformación” como estrategia de convencimiento o como ingenua verdad penetraba libremente en la mente sin generar confusión. Pero nacieron las “redes sociales” no sólo para conectar a las personas sino para distribuir sus contenidos informativos, y la verdad clara y precisa, la verdad liberadora sucumbió ante la confusión creciente. La información dejó de ser un servicio a la inteligencia y se convirtió en un arma tan poderosa que ha creado empresas y sistemas políticos, religiosos, sociales millonarias y dominantes.
Los argumentos basados en lo razonable, lo ético, lo humano, lo científico han sido anulados por la confusión. Las contradicciones que se afirman en frases simples, no admiten un razonamiento. La ciencia, la ética, lo humano, lo razonable y hasta lo espiritual han sido desplazados como pilares de la verdad. Son tan endebles que muy pocos los toman en cuenta.
¿Puede haber verdadera democracia en este contexto de confusión, donde las verdades, todas y ninguna, son fake news? ¿Dónde todo es creíble y condenable al mismo tiempo? ¿Dónde el pueblo no tiene el poder de la verdad política y está sometido a la confusión mental? ¿Dónde las emociones, las “filias” y las “fobias” son las autoras de las creencias y las decisiones? ¿Y las verdades a medias se han convertido en contrincantes, en números estadísticos, en votos de conveniencia individual?
Hemos llegado a una etapa de la epistemología popular en la que conocer las piezas del rompecabezas de la verdad política y ensamblar sus contradicciones pasadas y presentes, es el camino para recuperar la democracia y la unidad de los ciudadanos. Sin eso seguiremos navegando en la confusión de las semiverdades y en la cultura violenta que hace de cada ciudadano “un extraño enemigo”.