Sepulcro y resurrección
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El sábado del Triduo Pascual es contrastante como el Domingo de Ramos. Empieza el domingo con un estallido de alegría en la recepción con palmas y ramos y termina con la aprehlensión de Jesús.
El sábado es también día silencioso y sepulcral pero ahora, litúrgicamente adelanta, antes de la madrugada, la alegría de la Pascua de Resurrección.
El Maestro de Galilea había comunicado una metáfora en la que recuerda cómo si el grano de trigo no muere queda solo, pero si muere, se eleva de él la espiga en busca de la primavera.
Para toda la humanidad y para la Creación, la noticia de la resurrección de Cristo es una gran revelación. Porque su resurrección no es como la vuelta a la vida del hijo de la viuda de Naím o de Lázaro, el de Betania. Él resucita a una vida gloriosa en que su cuerpo, libre de heridas, está ahora espiritualizado. No muere, no sufre, es ágil y sutil. Y esa victoria sobre la muerte no es solo suya sino la comparte con quienes acepten su salvación y crean y vivan su enseñanza. Ahora la muerte es Pascua, pasó de vida a Vida.
Esto tiene una repercusión universal. El cincuentenarío post-Pascual de la alegría está hecho de cincuenta días en que todo creyente puede estrenar o recobrar la vida nueva. En que se pasa de muerte a vida, de iniquidad a gracia, de ignorancia a sabiduría, de debilidad a fortaleza, de tristeza a alegría.
El trabajo, el descanso, el tiempo libre, la diversión, el estudio, la vida cívica y política, la economía, la educación y la civilización pueden tener un dinamismo humanizador abierto a la trascendencia. En esa civilización de la verdad, la justicia, la libertad y el amor es posible la verdadera paz, que generaliza la prosperidad sin exclusiones.
Se movió la piedra. Quedó atrás el sepulcro vacío. Ese dinamismo no es solo sagrado sino que invade todo lo que es vida e impulsa vigorosamente el respeto y el cuidado de todo lo natural.
Se movió la piedra y se abrió para todos una gran invitación a seguir al Resucitado como camino verdad y vida, para llegar a participar de su alegría gloriosa e interminable...
Luferni
CLARABOYA