Violencia / inseguridad (18)
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Gracias por leerme. Esta ya larga saga de textos que tienen como común denominador la maldad, los seres humanos (no humanos sino bestias), la violencia sin fin que se ha recrudecido con Andrés Manuel López Obrador en la presidencia imperial, la inseguridad y el acoso sistemático y la cero tolerancia a la crítica por parte de los habitantes de la “Cuarta Transformación” (con sorna e ironía y con su habitual juego de palabras e ideas, el escritor Armando Oviedo dice que se convirtieron en la “Cuarta Traición”. Le creo) ha dado de qué hablar y, claro, agradezco de nuevo que usted me la comente en cualquier lugar donde usted me topa.
La violencia como maldad entre los hombres es ubicua. Aflora a la menor provocación posible. No son tiempos de guerra (al menos en México, sí), pero en el mundo se viven tiempos duros que obligan a replantearse lo anterior. El ser humano, nos ha explicado José Ortega y Gasset, es él y sus circunstancias, ¿puede entonces estar atento a la germinación de sus ideas, un escritor, una escritora, una poeta específicamente; puede estar atento a ese mundo interior ideal cuando el mundo exterior reclama su presencia en la historia y en la geografía? ¿Dónde habita la poesía: en el barullo de un fusilamiento o en el cardo en la voz de la creación? Por último: historia y poesía, ¿son incluyentes o excluyentes?, o bien, ¿contaminándose entre sí, se complementan?
Al leer a Anna Ajmátova, nos responde desde su lecho de sombras: “Fue al amanecer cuando te detuvieron (1). / Yo te seguía, como se sigue el levantamiento de un cuerpo. / En la habitación oscura los niños lloraban,/ Ante los iconos el cirio se extinguía. / Tus labios estaban fríos como una medalla. / No olvidaré el sudor de muerte de tu frente. / Aullaré como las mujeres de los Streltsy (2). Junto a los muros del Kremlin”.
Ajmátova (Nota 1) se refiere al arresto de su tercer marido N.N. Punin, por el cual intercedería ante las autoridades rusas. En la nota 2 se refiere al cuerpo de tiradores del ejército moscovita, cuyos jefes fueron decapitados después de la rebelión en 1698 por órdenes de Pedro el Grande. Anna Ajmátova (1889-1966), sin duda alguna, una de las escritoras más celebradas de la literatura producida en la ex URSS en el siglo 20. La escritora vivió los grandes acontecimientos sucedidos en Rusia en los albores del siglo: la caída del zar Nicolás II, el gobierno provisional, la proclamación de la República, las pugnas entre los bolcheviques y mencheviques, la dictadura del proletariado, las grandes purgas, la gran guerra patria, la lucha por el poder, la represión, la Segunda Guerra Mundial, el exilio, el periodo oscurantista… la vuelta al hogar. ¿Lo notó? Su mundo fue un mundo de violencia latente, diario, infernal. Sin medida ni reposo.
ESQUINA-BAJAN
¿Cómo defenderse del entorno para ver germinar y estar atento a la semilla de la inspiración poética, cuando la tortura y la persecución son pan cotidiano? ¿Cómo cultivar la introspección cuando la muerte toca en la puerta del vecino? Ajmátova lo sabía, de aquí viene entonces esa lucha perpetua contra el enemigo ubicuo que es el Estado, a través de la mejor y más mortífera arma que conoce el ser humano desde los tiempos antiguos: la palabra, ese aire enrarecido que se va formando entre los silencios del lenguaje.
Por su lirismo, Anna Ajmátova fue acusada de “reaccionaria pequeño burguesa”. En la vida cotidiana los hechos superan a la ficción más desatada: Nicolás Gumilev, el primer marido de la poetisa, fue fusilado en 1921 por participar en un complot anarquista. León, su único hijo, purgó 15 años de prisión en Siberia, víctima del terror staliniano; su tercer esposo, N.N. Punin fue arrestado en 1935: su obra (en específico el titulado “El Séptimo Libro”) fue confiscado y destruido. ¿Usted qué haría? Se abandonaría a su pequeña muerte ante tal pesadilla, empuñaría un revólver o se aferraría a un lápiz y papel blanco, como armas de defensa. No poca cosa la anterior disyuntiva, señor lector. No poca cosa. El anterior liminar viene a mis letras para hablar de lo siguiente, dos muertes más en el largo rosario de muertes con bestial sadismo que se van anudando en México, las cuales no paran y sí se multiplican ante la tibieza de las autoridades federales.
Hace días, y como siempre, la siguiente noticia cimbró las redes sociales del País. Los activistas de sofá, desde su mullido sillón, se “conmocionaron” ante el horror que tocaba en su pantalla plana. Aquí con los vecinos, los neoloneses, y luego a kilómetros, los tamaulipecos, una noticia de día de muertos, 2 de noviembre (los muertos no espantan a nadie, los muertos, muertos están y descansan en paz. No todos. Siga leyendo por favor), se daba la nota infausta: se detuvo antes de que huyera a Veracruz a Álvaro “N”, un tipo neolonés de 32 años, el cual en días pasados había matado y calcinado a la jovencita Ana Lucía Aranda Pérez de apenas 19 años de edad, la cual era su pareja, en Villagrán, Tamaulipas. El tipo es hijo de un reconocido empresario zapatero de Montemorelos, Nuevo León, el tipo es casado y ante el reclamo de la señorita de hacer público su amorío, el asesino la mató y calcinó. Le peor viene al final: mató al bebé de ambos, el infante Iker. Una tragedia. Una bestialidad. ¿Usted cómo enfrentaría semejante drama, qué haría, se sentaría a escribir, a reflexionar; acaso usted siendo familiar de la niña y el niño recién nacido, empuñaría una pistola y ajusticiaría al torvo y bestial sujeto? No podemos ser igual a ellos, señor lector. Simplemente para esto no hay una respuesta. Otro feminicidio y otro infanticidio. De última hora, el horror dantesco en Chihuahua…
LETRAS MINÚSCULAS
“El sueño es cruel, / ay, punza, roe, quema, sangra, duele…”. Versos de José Gorostiza. Secado por un agobiante cáncer, el poeta murió. México es una caricatura agobiado, el país y sin salida.