Violencia: zona errónea
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Es lo que no se vale.
Es conocimiento adquirido desde la escuela primaria. Eso que llamaban entonces “carrilla” y ahora se le llama bullying. Eso de “nos vemos a la salida” que equivalía al reto para un duelo de trompadas. El “no se vale” se da en todos los deportes. Ya está el balón fuera de cancha, ya se le tocó con la mano y no con el pie. Dar en el box un golpe bajo. Y en el tránsito no se vale acelerar en rojo. No se vale transitar en contra ni pasarse a la izquierda.
Las películas y las series están llenas de actitudes y acciones que no se valen. La ofensa directa. El golpe inesperado. El grito insultante. El puño cerrado. El arma apuntando. Se exhibe como algo natural la riña, el mal trato, todas las formas de agresión y se glorifica la venganza.
La violencia se presenta como solución. Como valentía, como astucia, como dignidad y poderío. Y en realidad es una zona errónea del comportamiento en convivencia humana. Se da la violencia en las fuerzas naturales de la tierra y de la galaxia. La succión gravitacional de los agujeros negros. El choque de cuerpos celestes. Las continuas explosiones solares y de erupciones volcánicas.
El hombre, copiando a la naturaleza, ha utilizado la violencia para derribar montes y abrir túneles, para demoler edificios averiados o para dar forma a los metales. Y llegó también querer utilizar la violencia para los estallidos bélicos y para los cambios sociales. La pugna, la guerra, la hostilidad, el uso destructivo y homicida de la fuerza parecían eficientes para amedrentar, para resistir y para aniquilar.
No se vale, pero se hace. La fuerza se enfrenta a la norma. Se impone el poder sobre el deber. Se cancela lo civilizado y se impulsa lo salvaje. La actitud violenta se da en el interior del hombre cuando se rebelan las pasiones ante la voluntad y la voluntad se niega a ser iluminada por el entendimiento y la mente se cierra a la luz de la fe. Se lanzan los misiles verbales, económicos, mediáticos y emocionales inundando las redes que, entonces, disocian en lugar de asociar y contraen pandemias de insociabilidad.
La sabiduría de la escuela primaria que gritaba a tiempo: “¡no se vale!”, parece un arbitraje recobrable y necesario para que nadie pise una “zona errónea” sin recibir el silbatazo o el tarjetazo amarillo o rojo de reprensión o de expulsión.
Ha de aprenderse, de la Creación, también la armonía prodigiosa que se logra en la diversidad y la pluralidad, evitando la dispersión que descompone y logrando la unión orgánica en que se aprovecha lo distinto para una unidad superior.
El dominio de sí mismo unido al lúcido discernimiento son logros educativos personales y comunitarios en esta época que se vuelve peligrosa, pudiendo tener, ahora más que nunca, una convivencia de prosperidad generalizada en la que desaparezcan las desigualdades injustas...
Cuidado con esa zona de ira. No se vale levantar la cabeza sobre el agua hundiendo la del más próximo. Se vale poner un jaque para que surja, en el tablero, la movida más hábil y liberadora...