Vivir el presente
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TEMAS
En memoria de mi primo Mauricio
Así lo expresa Neruda: “Dentro de ti tu edad/creciendo, /dentro de mí mi edad/andando. /El tiempo es decidido, /no suena su campana, /se acrecienta, camina, /por dentro de nosotros, /aparece/como un agua profunda/en la mirada/”.
Y Borges declaró: “Porque estamos hechos, no de carne y hueso, sino de tiempo, de fugacidad, cuya metáfora inmediata es el agua”, muy cierto. Somos seres de tiempo, de ese misterio que fluye siempre, que es imposible de atrapar, de arropar, de tocar.
Tal vez, para degustar el paso del tiempo, sea necesario volver a ser niños, así viviríamos en el presente, tal como apunta Jean de la Bruyere “Los niños no tienen pasado ni futuro, por eso gozan del presente, cosa que rara vez nos ocurre a nosotros”, su tiempo es el ahora. Posiblmente, dejamos de ser niños cuando tomamos conciencia del pasado y del futuro.
La calidad del tiempo vivido está condicionada por nosotros mismos, por nuestras creencias, expectativas y por las decisiones que diariamente tomamos; también, por las particularidades del momento y el lugar. Por tanto, es necesario, aprender a movernos entre estos caminos, entre los espacios de nuestra temporalidad y sus alambradas, para construir fecundamente la vida, para obtener, de cada circunstancia, oportunidades de aprendizaje y de esperanza.
DIMENSIONES
En este sentido, existen personas que tienden a vivir en el pasado, congelados, auto-secuestrados, lamentándose por lo que fue o no fue, escarbando y reviviendo viejas heridas, recordando desencuentros, sombras, fracasos, reviviendo sucesos negativos. O bien, se han quedado, deliberadamente, en ese tiempo porque se empeñan en añorar, nostálgicamente, los tiempos idos, sin percatarse que nadie puede cambiar el color del pasado, que es imposible modificar los hechos, que “las aguas pasadas no mueven a molinos presentes”.
Otras personas optan por ubicarse en el futuro, asumiendo preocupaciones sobre realidades inexistentes, avinagrando sus relaciones con los demás por imaginar lo que será o no será. Viviendo en una dimensión quimérica se apachurran por “el qué pasará”: por ese infarto por venir, por esa posible enfermedad, por ese accidente imaginario; en fin, se guían por malos agüeros. Estas personas se perciben amenazadas porque esperan lo peor. Se angustian por la incertidumbre, arruinando así todas las alegrías presentes. Padecen innecesariamente al sufrir anticipadamente.
La actitud de domiciliarse en alguno de esos dos espacios llega a desestimar el valor del presente. Se aprecia la salud, los amigos y los hijos tardíamente, cuando es irrecuperable.
Así, las personas ambicionan miles de cosas que nunca llegaran a poseer, escuchan el ruido de la vida, pero jamás su bella melodía. Son, en suma, los que no viven, sino sobreviven; los que existen como si ya estuvieran muertos.
Al estar en esas dimensiones las personas se preocupan por tener una larga vida olvidando la sentencia de Séneca: “nadie se preocupa de vivir bien, sino de vivir mucho tiempo, a pesar de que en la mano de todos está vivir bien y en la de nadie vivir mucho tiempo”.
VIVIR
En otro extremo se encuentran esas poquísimas personas que habitan en el presente, con la conciencia de toda la profundidad, esplendor y anchura del momento maravilloso en el cual respiran. Estos seres humanos conciben el futuro como posibilidades de realización, de esperanza, pero ponen sus manos a trabajar en el presente, para ellos el pasado representa un robusto acicate para emprender un día a la vez; a ellos el pasado les sirve como reserva de amor, nunca como excusa, y el futuro es bastión de esperanza. Esta clase personas sencillamente viven.
ACTITUDES
Parlamente, existen dos actitudes básicas en la vida: el pesimismo que desemboca en amargura y el optimismo que produce alegría. Y en todo esto, pienso, reside uno de los dilemas más hondos: o se recluye, falto de fe, en un sentido de falsa autosuficiencia padeciendo inútilmente en el ámbito temporal, o se crea entusiastamente, aferrándose con fe en el invaluable y sereno presente.
VINO O VINAGRE
Al respecto cabe aquí una analogía: sabemos que de la misma uva se puede obtener el vino generoso, pero igualmente el vinagre. Igual las personas: o escogemos generar con la uva de la vida lo ácido del vinagre, o producimos el amable vino de la alegría. O generamos desventura, o bien, esa alegría que converge en felicidad.
Y es que la actitud que tenemos en la vida es la responsable de toda la alquimia que realizamos: el pesimista desencaja la realidad en desesperanza, contrariedades y desgracias. Y el optimista, basado en la esperanza, transfigura el plomo en oro, siempre viviendo a plenitud, con las velas desplegadas, iniciando cada jornada diaria con gratitud, serenidad, entrega, digamos como recién nacido. Y es en el corazón de las personas el espacio en el cual se gesta esta milagrosa fermentación, de ahí que siempre optamos, consciente o inconscientemente, por la decisión de lo que deseamos promover y sabemos que es imposible obtener al mismo tiempo, de la misma uva, el vinagre y el licor.
INGREDIENTES
Los componentes principales para transformar la uva en vinagre son la duda y la desesperanza. Es la nostalgia o la amargura de vegetar en el pasado, o la absurda obstinación por sospechar, en todo, un futuro negro, apocalíptico. Sin duda, el corazón de esta clase de alquimistas habita en un impasible cementerio.
Por otra parte, los ingredientes cardinales para fructificar la uva en vino espléndido son el amor, el tiempo y la fe, y esto forja la persona que ha elegido vivir sumergida en el momento presente, en la abundancia de la vida. De ahí que el corazón de estos alquimistas sea una cálida y soleada morada.
La vida plena poco tiene que ver con los hechos que experimentamos, con los problemas que surgen y menos en las circunstancias que nos habitan, sino en la actitud que asumimos ante todas las realidades que inevitablemente nos suceden.
COMO SI…
En miles de ocasiones no somos responsables de los estímulos que recibimos, de las circunstancias, pero si de las respuestas que damos a cada circunstancia que experimentamos. Me refiero al breve espacio que se genera entre los estímulos y las respuestas que damos a nuestras vivencias, ahí donde irremediable se fabrica la libertad, el poder de elegir que, a la postre, es lo que provoca que una persona sea feliz o infeliz.
En este contexto es conveniente comprender que somos responsables del esfuerzo que emprendemos, de nuestra propia alquimia, del proceso de fermentación y no, necesariamente, del resultado. Es también saludable reconocer que la existencia jamás presentará inconvenientes que no podamos vencer, que más bien es un asunto de actitud, de saber elegir entre el vinagre o vino.
Para que el corazón fermente la uva que trasciende en un buen vino, es necesario la serenidad de abandonar en Dios las cosas que no podemos cambiar; tener el valor para cambiar aquéllas que si podemos; y la sabiduría para distinguir las unas de las otras.
El buen vino es el que se produce amorosamente en la profundidad del corazón: cuando se espera mucho de Dios, como si todo dependiese de Él y nos esforzamos al máximo, como si todo dependiese de nosotros.
La queja sobre el fruto que embotellamos y repartimos es infecunda, pues la elección de los ingredientes para procesar el mosto en vinagre ácido o en ese vino sabroso y reconfortante, al igual que la dimensión del tiempo en la cual se ha decidido vivir, encarna una decisión personalísima.
EL SOPLO
Y ¿cómo vivir el presente? Pues como si la vida fuese un soplo, así como, poéticamente, Omar Khayyam lo canta: “entre la fe y la incredulidad, un soplo. Entre la certeza y la duda, un soplo presente donde vives, pues la vida misma está en el soplo que pasa”, entonces vivamos afanosamente todas las circunstancias del presente y, en todo caso, salvémoslas para disfrutar plenamente el misterio de la existencia.
cgutierrez@tec.mx
Programa Emprendedor
Tec de Monterrey Campus Saltillo