Pájaros clarividentes
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Viera que andando uno en los mercados rodantes se encuentra de todo.
Son como pequeños planetas, como pequeños submundos o mundos surrealistas.
Y se topa uno desde encantadores de víboras que montan sus espectáculos a media calle o esquina por unas monedas,
Hasta pitonisos, brujos que paran en los tianguis ambulantes con sus jaulas de pájaros amaestrados que adivinan el futuro.
Esos pajaritos que miraba uno en las películas mexicanas de la época de oro y que llevaban y traían con el pico papelitos que contenían el porvenir de las personas.
Aquellos pájaros que profetizaban sobre todo en cuestiones de amores y dinero.
Una mañana de sábado mientras caminaba por un mercado itinerante del sector Tetillas, vi a uno de esos clarividentes con sus pájaros clarividentes en medio de una muchedumbre.
La gente, en su mayoría doñas y parejas, estaban embebidas y embobadas leyendo en los papelitos las revelaciones que hacían los pájaros.
Y cada vez que alguien abría aquellos papelitos y leía lo que le deparaba el mañana la multitud se prendía.
Aquel brujo, el dueño de los pájaros sibilinos, era más bien un hombre alto, de largos y lacios cabellos negros, sombrero, pantalón y botas vaqueros y hablaba con sobriedad, pero con soltura.
No parecía un merolico callejero cualquiera.
Tenía la facha de un hombre duro, serio, de gesto adusto.
Cuando la turba se hubo dispersado, me acerqué para ver de cerca a los pajaritos profetistas.
Que si tenía algún problema, me preguntó aquel señor ante mi mirada incisiva.
Que si quería saber mi futuro.
Le dije que no, que solo quería observar su trabajo y sin más ni más me retiré.
Siempre me ha dado miedo eso de los adivinos urbanos con aire de sabelotodo que van anunciando por aquí y por allá dichas y desgracias.
Anduve largo rato por el mercado.
Pegué la vuelta y me volví a topar con el hombre de los pájaros.
Esta vez no había multitudes en derredor.
Cuando pasaba frente a él pensé que el de este caballero era realmente un oficio interesante, el de adivinar el futuro con pájaros, un oficio en extinción, de esos que ya no hay.
¿Cómo haría aquel brujo para amaestrar a aquellos canarios o pericos?, vaya a saber qué clase de animales eran.
Le dije entonces que era periodista y quería hacerle una entrevista.
El hombre me dio su número telefónico de buen agrado.
Muchas veces lo llamé, pero estaba siempre tan ocupado que nunca pudimos vernos.
Decía que andaba fuera haciendo un trabajo de sanación o que en ese momento, el momento que le llamaba, estaba consultando, al parecer era también médico-brujo, no lo sé con certeza.
Hace más de un año que quiero encontrarme con él para entrevistarlo y contar su historia.
Pero nada.
Nunca está o no puede.
En fin.
A ver si este año se me hace.
Pero
¿Quién puede saber lo que le depara el futuro?
Jesús Peña
SALTILLO
de a pie