Viento de esperanza
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Llegó el marido a su casa, y encontró a su esposa en trato adulterino con un desconocido. Sacó el revólver y vació toda la carga sobre el tipo: ¡bang, bang, bang, bang, bang, bang! (Nota: esta columna me la pagan por palabra). Exclama la señora alegremente: "¡Estás celoso, Corneliano! ¡Y yo que creí que ya no te importaba!"... Hecho una furia, gruñendo y dándose sonoros golpes en el pecho, entró King Kong en la redacción del New York Times. El enorme gorila fue hacia un escritorio, y preguntó con tono amenazante al que escribía ahí: "¿Es usted el crítico de cine?"... La joven esposa, dueña de enhiesto y ubérrimo tetamen, le dice a su marido: "El médico quiso verme los senos". Se inquietó él: "¿Por qué? ¿Es un oncólogo?". "No -responde la muchacha-. Es un viejillo libidinoso"... En el bar un hombre bebía su copa, solitario. El cantinero, compasivo como todos los de su oficio, le preguntó: "¿Qué le sucede, amigo?". El sujeto pide otro tequila, doble, y luego dice: "Yo era un hombre que todo lo tenía: una mujer hermosa y muy ardiente; una casa de lujo; un coche del año; una buena cuenta en el banco... Y de repente todo se acabó". Pregunta el barman: "¿Por qué?". Replica con voz sombría el individuo: "Mi esposa se enteró"... Contaba un tipo: "No hay hombre con peor suerte que mi padre. En su lecho de muerte le confesó a mi madre todas las infidelidades que había cometido, ¡y se recuperó!"... El viejito le anuncia a su viejita: "Esta noche follo". Responde la ancianita muy tranquila: "Está bien. Y yo furé de fafas"... "Mala la hubísteis, franceses, / en ésa de Roncesvalles...". El eco del viejo romance carolingio, que habla de una tremenda derrota militar sufrida por los poderosos francos ante un contingente de menor fuerza dirigido por un vasco, parece oírse otra vez en la espléndida victoria del equipo mexicano sobre la selección de Francia en la Copa del Mundo de Futbol. Yo, lo digo con sinceridad, estuve lejos de imaginar ese sonado triunfo. Predije con asombrosa exactitud el marcador numérico, 2-0, pero a favor de Francia. Mea culpa, lo reconozco. Me dejé llevar por ese apocamiento que nos invade a los mexicanos frente a las grandes potencias, por ejemplo, frente a nuestras esposas. Mi inveterado pesimismo tuvo su lección, y nuestros jugadores dieron una magnífica demostración de buen futbol. Los goles anotados -cito expresiones de amigos que saben de esas cosas- fueron extraordinarios. El primero se hizo sin complejos, con serenidad y destreza; el segundo, de penal, fue consumado inteligentemente, con cálculo perfecto y exacta ejecución. Tan buen suceso nos alegra a todos. Bien se le puede aplicar el mismo calificativo que se usó después de la reciente victoria de los mexicanos sobre Italia: un triunfo histórico. En efecto, México jamás había vencido a Francia, si se exceptúa el 5 de mayo. En un país asolado, desolado, esa victoria es un respiro, y es también una causa justificada de alegría que trae consigo un viento de esperanza. Enhorabuena... Sor Dina, la más anciana monja del convento, era dura, durísima de oído. Se había hecho poner un aparato para oír, -"Total -reflexionó-, lo apago a la hora del sermón"-, pero no le funcionó. Le preguntaban de qué marca era el artilugio, y respondía: "Las 3 y cuarto". Cierto día hablaban las monjitas de los frutos que cosechaban en su huerto. Una dijo que sor Bette había logrado unos pepinos "de este tamaño". Y al decir eso señaló la medida con las manos. Preguntó con ansiedad sor Dina: "¿Quien? ¿Quién?". ¡Ah, cuán verdadero es el refrán que dice que no hay peor sordo que el que no quiere oír! Trataré de expresar eso mismo en el idioma de Molière, para consolar a los franceses de su vencimiento: "Il n'y a pire sourd que celui que ne veut pas entendre"... FIN.