La prensa es lo único que nos queda

Opinión
/ 2 octubre 2015

Ha habido tantos momentos en mi vida profesional en que ¡cómo he odiado ser periodista!, o mejor dicho, reportero, un sustantivo que, por razones prácticas, considero me viene mejor. 

Y he odiado tanto ser reportero cuando la gente, abrumada por la desesperanza, es recia a dar entrevistas sobre los asuntos que le afectan y me lo han hecho saber con frases que para mí ya se han vuelto cliché: ¿de qué sirve?, si nada va cambiar y ¿para qué?, si nadie nos hace caso, todo va a seguir igual. 

He odiado ser reportero cuando en la calle la gente, cansada, desilusionada del sistema y de los malos periodistas, de los periodistas vendidos, me ha mentado la madre porque: los periódicos no valen mad..., y yo por eso no leo periódicos, y vaya usté a chin... a su mad.... 

Más he odiado ser trabajador de esta —como dice la periodista Olga Wornat— profesión tan odiada y tan querida, cuando, harta de los políticos, la gente de la calle me ha cerrado la puerta en las narices, diciéndome que ellos qué ganan con denunciar x ó y problema, si el que único que se va a beneficiar soy yo haciendo negocio con mis notas, ¿cuánto me va a pagar por entrevistarme?, ¿y yo que me voy a ganar?, a usté le pagan un sueldo, a mí no.

Y bajo ningún argumento, ¿será mi falta de inteligencia o brega?, consigo convencerlos de que, digan lo que digan, la prensa puede ser un relevante agente de cambio.

Hubo una fría tarde en que odié tan fervientemente el periodismo, como nunca lo había odiado. 

Nos hallábamos trabajando un reportaje sobre los fraudes cometidos por el líder de una organización campesina que recientemente —la gente no se equivoca cuando dice que las cosas en este país nomás no cambian—, fue premiado con una diputación plurinominal. 

Llevábamos dando vueltas y vueltas buscado una remota ranchería al sur de Saltillo, y cuando por fin la encontramos, casi al anochecer, una señora de las que habían resultado perjudicadas por el dirigente de la UNTA, hoy representante popular, José Luis López Cepeda, no quiso hablar: ya no quiero problemas, soltó la mujer secamente y se dio la media vuelta. 

Le hice un por menor de todas las peripecias que habíamos pasado, de esas horas y horas y kilómetros y kilómetros para encontrarla, pero de nada me valió y echándome una mirada despectiva y furiosa dijo la campesina: ¡y a mí qué me importa!.

Entonces odié como nunca ser reportero y lamenté no haber sido mejor profesor de Primaria, abogado o químico, como me aconsejaban mis maestros de Preparatoria. 

Sin embargo, debo reconocer, que nunca me ha faltado, en este odiado oficio, la gente que me ha reanimado con una palabra de aliento, la gente de las colonias marginales, de los barrios olvidados, que me ha dicho la prensa es lo único que nos queda para hacernos escuchar... o qué bueno que están haciendo esto. 

Y entonces me siento renovado, contento y optimista y me digo suspirando hondamente: de veras que ser reportero es lo más fregón del mundo.

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