La virtud política del perdón

Opinión
/ 2 octubre 2015

Por Manuel Clouthier

El sociólogo Leonel Narváez presidente de la Fundación para la Cultura Política del Perdón y la Reconciliación en Colombia, nos dice en su libro La revolución del perdón citando a la politóloga judía Hannah Arendt que dos son las facultades o virtudes políticas por excelencia del ser humano.

La primera es la facultad de formular y mantener promesas con los demás, es decir, la capacidad que tenemos los seres humanos de comprometernos con nosotros mismos y con nuestros semejantes. Por eso, Manuel Clouthier, Maquio, nos decía reiteradamente que el ser humano se realiza en la acción a través del compromiso.

Sostenía que la persona logra su realización actuando comprometidamente y esto sólo es posible con una educación en la libertad y para la libertad, ya que el compromiso, como la libertad, está estrechamente vinculado con la responsabilidad.

La segunda facultad política es la de perdonar y ser perdonado. Narváez describe el perdón como una virtud política que no sólo es posible, sino esencial, porque el ámbito político es nuestro mundo común caracterizado por una pluralidad de actores donde el conflicto es inevitable. Nos dice Leonel que estos actos (la disposición de perdonar y ser perdonado, y el hacer promesas y cumplirlas) sí bien pueden parecer privados, son actos políticos porque fundamentan la voluntad de vivir junto a los demás, actuando y dialogando.

Analizando a la clase política de nuestro país bajo la perspectiva de estas dos virtudes, vemos que está no ha superado los métodos apolíticos de la violencia, la venganza y la prepotencia. También nos percatamos que los políticos mexicanos en su mayoría se mantienen atados por temor a comprometerse, a las prácticas irresponsables de la demagogia y el populismo. Nuestra clase política está impregnada de un infantilismo que evade, como niño, toda responsabilidad y compromiso, y que cuando accede al poder, el niño se convierte en junior, es decir, aquel que cree que su prepotencia infantil le da derecho a hacer lo que le dé la gana sin pagar las consecuencias.

Por otro lado, muchos de nuestros políticos anidan un gran resentimiento social, que cuando tienen poder, convierten su sentimiento de víctimas en victimarios, y no buscan quién se las hizo, sino quién se las paga. Perpetuando una espiral de violencia, producto del abuso del poder.

En el conflicto colombiano la rabia se respira en todas partes nos narra Leonel Narváez. Porque quienes piensan que tienen el monopolio de la verdad, cualquier disidencia la consideran un agravio y ante la falta de perdón su única respuesta al agravio es la venganza. Por eso, nos dice el sociólogo, la solución de conflictos por medio de pactos no sirve si no se elimina también el odio, las rabias y los deseos de venganza que siguen latentes en las personas.

Yo creo que en la realidad mexicana la rabia también se respira por todas partes, aunado a que el mexicano ha perdido confianza en sí mismo, se ha apoderado de él la desesperanza y el miedo, y se ha violentado contra su próximo, ante la imposibilidad de hacerlo contra su opresor.

Para resolver los problemas de pobreza y violencia que agobian a México se necesita también curar a nuestro pueblo del trauma colectivo del que ha sido y sigue siendo víctima producto de la desigualdad y el abuso del poder. Porque los pobres con rabia son doblemente víctimas, insiste Narváez que el perdón libera a individuos y a comunidades de la tentación de los totalitarismos.

México necesita en esta nueva etapa líderes que vivan las virtudes políticas del compromiso y del perdón, porque como dice el premio nobel de la paz, Desmond Tutu, sin perdón no hay futuro.


Twitter: @ClouthierManuel

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