Amar con los ojos abiertos

Opinión
/ 2 octubre 2015
true

Agustín Basave

A la memoria de Raúl Álvarez Garín, ejemplo de realismo y congruencia. Con mis parabienes a EL UNIVERSAL por sus 98 años


Amar no es condescender. Quien ama de verdad pide para el ser amado y para sí, como en la famosa oración, la serenidad para aceptar las cosas que no puede cambiar, el valor para cambiar las que puede cambiar y la sabiduría para conocer la diferencia.

Amar con los ojos cerrados da para frases melifluas pero no para una relación sólida y enriquecedora. Y me refiero al amoroso y al patriota, que a fin de cuentas se parecen mucho. El que ama a su patria ha de ver en ella los defectos que la dañan y ha de pugnar por su reconocimiento y superación.

Hace 46 años se desató en México una manifestación enfermiza de una muy común tergiversación de ese amor. El gobierno asesinó a decenas si no es que centenares de estudiantes y demás gente inocente en Tlatelolco, y aquellos que se negaron a ocultar la verdad fueron satanizados como antipatriotas. Octavio Paz dejó la Embajada en la India, justamente en protesta contra esa masacre y en rechazo a la peregrina idea de que el patriotismo obligaba a difundir en el extranjero un embuste grotesco. Y aún no lo entendemos cabalmente. Cerrar los ojos ante nuestros rezagos y carencias no es optimismo: es autoengaño. Nuestra redención nos exige mostrarnos a nosotros mismos —olvídense del resto del mundo— nuestros vicios tal cual son para que podamos empezar a erradicarlos. Conste, dije nuestros; del Estado mexicano en su connotación más amplia, la de la sociedad políticamente organizada.

Pensé en esto antes de escribir mi libro Mexicanidad y esquizofrenia (MyE). Estoy profundamente enamorado de México, me subleva ver que los mexicanos no hemos tenido piedad con él y estoy convencido del imperativo de decirlo con todas sus letras. La mentira sólo engendra podredumbre. ¿Vamos a contrarrestar la corrupción que nos infecta o la injusticia social que nos desgarra cantando loas a un falso Estado de Derecho o a una política social que apenas mitiga la miseria? Desde luego que se vale exaltar lo exaltable, pero si no estamos conscientes de nuestras lacras y dispuestos a corregir nada cambiará. En fin. El hecho es que me decidí a plasmarlo en el papel. Dudaba de nuestra madurez para encarar una realidad tan dura, pero me sentía obligado a hacer una autocrítica descarnada.

Mis dudas resultaron infundadas. Desde que se publicó la primera edición de MyE en 2010, recibí esperanzadores testimonios de los lectores, incluidos el uso por parte de algunos jóvenes de mi neologismo mexicano para referirse a condiscípulos que se copian o maestros que venden los exámenes, y las lágrimas de una muchacha que sentía que su vida había cambiado después de leerlo. Carajo. ¿Qué más puede pedir un escritor? Esa retroalimentación compensó con creces el dolor que experimenté al escribir una obra que, más allá de sus deficiencias y contra lo que me temí, ha hallado eco en muchos mexicanos que quieren el renacimiento de nuestra nación. ¡Y todavía hay quienes creen que México no tiene remedio!
Pues bien, por si eso fuera poco, llegó la cereza del pastel. Hace unas semanas me buscó Rodrigo Cachero, un talentoso actor con cuya carrera cinematográfica me crucé cuando vi la película Por la libre pero a quien no conocía personalmente. Me dijo que había ideado un proyecto antes de conocer mi libro, y que cuando lo leyó se identificó tanto con él que lo volvió su inspiración. Se trata de un monólogo que con el título de Sociópata se estrena hoy en la noche en Voilà (Antara). Cachero comparte la paradoja del bolero de Agustín Lara, y la aplica a México: yo no sé cómo puedo aborrecerte si tanto te quiero. Como decía mi extrañado compadre Germán Dehesa: aikir.

Con las correrías de MyE crecen mis esperanzas. Creo que cada vez somos más quienes sabemos amar con los ojos abiertos a esta trágica y hermosa patria nuestra.


Twitter: @abasave

TEMAS

COMENTARIOS

NUESTRO CONTENIDO PREMIUM