Ahora se me fue Chavita
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¿A qué venimos a esta tierra? A amar y a ser amados. Nada más y nada menos. Chavita, nuestro bien amado Chavita, cumplió con creces esa máxima que define nuestra existencia de manera tan sencilla pero tan profunda. Amó y fue, profunda y entrañablemente, amado por sus hermanos, su familia e hijos, Mariana y Pablo, sus dos nietas y sus innumerables amigos, que hoy, como yo, venimos a rendirle un tributo de amor para celebrar su vida en plenitud.
Nuestro Chavita amó y fue amado, en el mejor estilo del poema de Jaime Sabines, del cual rescato estas líneas: “Los amorosos son locos, sólo locos/ sin Dios y sin diablo/ Los amorosos andan como locos/ porque están solos, solos, solos/ entregándose, dándose a cada rato/ llorando porque no salvan al amor/ Los amorosos juegan a coger el agua/ a tatuar el humo, a no irse/ Juegan el largo, el triste juego del amor/ (en el cual) Nadie ha de resignarse. (Y reiteran) nadie ha de resignarse”.
Por ello, la felicidad para nuestro amado Salvador, consistió -más allá de sus tantos y merecidos logros profesionales- en buscar la felicidad a través del amor, pero no como un fin en sí mismo, sino como un proceso de búsqueda en el cual, cada acto de su vida fue realizado con un significado y por alguien más. Y así, Salvador fue feliz y compartió -con generosidad ilimitada- su amor con los demás. Y, en ese actuar, afirmó que “no existe mayor aventura que la de aventurarse en el otro (porque) el resto es turismo (existencial)”.
Y al hacerlo, enriqueció y mejoró nuestras vidas -y las de muchos más- con esa amorosa entrega colmada de un optimismo vital irrebatible; una inteligencia acostumbrada a pensar fuera de la caja; una libertad pensada más allá de los cánones establecidos como “normales” y una capacidad de asombro infantil capaz de desarmar los entuertos de la vida con gran facilidad.
En este día, en el cual celebramos la vida de nuestro bien amado Salvador, los invito a aceptar el dolor de su partida -como “un cohete hacia el Espíritu que abre nuestra sensibilidad y revela el sentido último de la existencia”: amar y ser amados. Porque, no olvidemos, “el dolor prepara silencioso el estallido del amor escondido que uno guarda”.
Al aceptar ese dolor, recordemos “que no hay errores ni castigos, ni juicios desde la imperfección de nuestra condición humana o culpas, sólo hay aprendizajes y crecimientos del alma en esa búsqueda por amar y ser amados.
Por ello, en esta celebración de la vida de nuestro bien amado Salvador, permitamos que desde ese dolor, la vida florezca exquisita en lo más profundo de nuestra condición humana para abrazarlo a él, hoy y siempre. Y podamos imaginarlo así, rodando su bicicleta hacia un horizonte pletórico de amor y de luz; como bien se lo merece y de sobra.
(Texto leído en la Misa de Cenizas de Salvador Inda Cunningham; hermano del alma y para siempre).