Blue Monday (1 de 2)
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Hoy día lunes 17 ha sido un día gris, triste, afligido. Tan afligido y doliente, el cual ha sido bautizado como el “Blue Monday”. De ello me ha avisado puntualmente el hidalgo saltillense, el melómano y empresario Javier Salinas. Le creo. Escribo estas atropelladas entre tres días: lunes de aflicción, lunes 17, martes 18 y miércoles 19 de enero. Aunque, la verdad, ya no sé si es de día o de noche. Mi insomnio feroz me tiene en el filo de la navaja y del precipicio. Tengo días durmiendo mal y poco. Pero, eso llamado angustia y ver fantasmas acosadores y retorcidos por la falta de sueño, no han llegado. Espero no lleguen los muy malditos.
Hay un solo motivo por lo cual no tengo sueño y sí pensamientos dolorosos: en un lapso ingrato de 8 a 9 días, se han unido a la eternidad tres escritores, tres poetas específicamente, amigos de quien esto escribe y eso me tiene con la madre en rastra y con la desesperación clavada en mis pupilas. Enero rudo, inicio de año hostil para todo mundo, pero específicamente para los escritores, esos seres atormentados de la creación los cuales y siempre, ellos y solo ellos son los principales náufragos de un eterno diluvio y naufragio.
En un pequeño lapso de 8 a 9 días se fueron y se unieron a la eternidad tres buenos poetas y los tres amigos, amigos de su servidor: Eduardo Cerecedo (poeta veracruzano afincado en la ciudad de México por lustros, tenía 60 años ahora en su muerte), Sergio Witz (poeta oriundo de Campeche, pero ciudadano de todo México donde era leído y respetado) y aquí en el vecindario murió justo el día 18, un día después del fatídico y avinagrado “Blue Monday”, el poeta Alfredo García Valdez (nacido en Cedros, Zacatecas en 1964, pero avecindado de toda su vida, aquí en Saltillo). De no creerse. Aún hoy pergeñando estas notas, no lo creo.
La muerte me enamora, me ronda, me quiere comer con sus ojos bellos y lánguidos. Se sienta en mi comedor y la veo bella y triste y contenta a la vez; anémica y cárdena, sentada a un lado mío en mi sillón favorito de lectura. Sí, esa muerte, esa “putilla del rubor helado” como bien la definió el gran, el inmenso José Gorostiza en su “Muerte sin fin”. ¿La muerte me ronda, me sigue, andas tras mis huesos? Sin duda. Tanta muerte y tanto dolor a mí alrededor así lo demuestra, pero le tengo un solo recado a la muy ingrata y desgraciada y terca: me voy a ir cuando mi padre Dios lo disponga, no cuando ella quiera. Así de sencillo.
Los poetas somos los seres más inútiles de la creación. Tan inútiles y sin valor alguno en el mundo real, lo cual es tan creíble y cierto desde la antigüedad y hasta el mismo Platón nos expulsó de su “República” ideal. También expulsó a otros compañeros de oficio y vecinos nuestros: los cocineros. Los chefs. Somos unos inútiles (al menos yo) para el mundo real, pero los poetas somos imprescindibles e insoslayables para vivir y para entender este mundo.
Esquina-bajan
Platicando de lo anterior y de mi congoja y pena por ello, el ágil y ubicuo vocero de la Alcaldía de Saltillo, Héctor Reyes, me regresó vía mensaje las siguientes palabras milimétricas: “Los poetas están en la historia, maestro Cedillo”. Reyes tiene razón. Estamos en la historia y no pocas veces, el mundo “real” y la historia existe por ser imaginada por poetas. Un rápido ejemplo: las sirenas existen en la “realidad” por aparecer por primera vez en la memoria de la literatura. Fueron imaginadas por Homero en su universal texto, “La Odisea” en su Canto XII. ¿Otro ejemplo de ficción hecho realidad? Claro, la Atlántida, inventada por Platón...
El poeta veracruzano y ganador de innumerables premios de poesía en todo el territorio nacional, Eduardo Cerecedo, murió a los 60 años de edad. Murió tal vez por ser un “buen ciudadano”, como lo acotó puntualmente el académico y periodista de investigación, Luis Carlos Plata. Le platiqué a Plata de los pormenores de su muerte y a esa conclusión lógica y directa llegamos. A saber un poco los datos del triste caso. El poeta Cerecedo había cumplido religiosamente con sus esquemas de vacunación contra la mordedura del bicho oriental. Dos vacunas anti COVID-19. Un “refuerzo” de última hora. Sin previo antecedente alguno de padecimiento cardiaco, cayó como tabla. Murió de ataque al corazón el domingo 9. Pocos han relacionado la aplicación de las vacunas con las subsecuentes embestidas fulminantes al corazón en las semanas siguientes en personas de 40 años y más. Le estoy preparando un texto al respecto.
La última vez en estar con Eduardo Cerecedo fue en la FIL de Guadalajara, Jalisco. Estuve en su mesa de lectura. Recuerdo, en el stand del Estado de México. Y como la gente siempre le cree a Internet y no a los humanos vivos, aparecí allí como un escritor de Tamaulipas, no de Coahuila, por una vieja entrevista cibernética donde algún reportero me adjudicó dicho nacimiento. Cerecedo ha muerto, no así su poesía. Igual al poeta Sergio Witz quien en las lejanas lunas de los años noventa del siglo pasado, fue él y Enzia Verduchi, quienes tuvieron a bien presentar en Campeche mi primer opúsculo de poesía, tan enjuto de páginas como yo de carnes: “Ya el deseo es transparente.” Al poeta lo vi poco después. No así a Cereceda con quien trabé amistad eterna.
Letras minúsculas
“Envejezco... envejezco/ Usaré enrollados los extremos de mi pantalón.” T.S Eliot. Próximo lunes, segunda parte.