De la caducidad social del cuerpo
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Proviene del latín caducus, que significa “que cae”; es decir se refiere a lo perecedero, a lo que va mal, fatalmente
¿Cuándo el cuerpo deja de ser apetecible y cómo es eso? ¿Porqué caduca y para quién? La caducidad refiere al límite temporal o fecha última saludable para consumir algo o hacer uso de ese algo. La palabra caduco, de acuerdo al diccionario de Joan Corominas, proviene del latín caducus, que significa “que cae”; es decir se refiere a lo perecedero, a lo que va mal, fatalmente.
Así, un ejemplo: una mujer fue rechazada por su pareja; ella quería tener un vástago a sus 37 años. El novio le dijo -y es caso real- que él por supuesto la amaba, sin embargo, para tener descendencia elegiría a una chica de, cuando mucho, 25 años. Llevaban más de 5 años de relación. Aquello se acabó. Ella se fue al extranjero y ahora es madre de un niño con una pareja no mayor a ella -como lo era su novio mexicano-, sino de 37, como ella.
Otra muestra: un hombre fue rechazado por su pareja. Atributos físicos no le faltaban, pero carecía de una herencia o de al menos una generosa cuenta en el banco, que pudiera permitirle aspirar a tener una relación con alcance legal. Ahora se ha casado con una mujer mayor y adinerada.
En ambos casos juega el reloj sociobiocultural. Ahondemos, abramos; se observa que no es necesariamente un cuerpo fresco lo que se pide, es la entidad física acompañada de lo social: de lo que es “biológicamente” una “norma” [como si hubiera una sola norma en este ancho mundo], seguida de una familia aprobada, ya que somos gregarios y eso muchas veces determina que otros ojos elijan por nuestros ojos. Aquí el arropo o el anzuelo que significa el dinero juega un papel fundamental para que ese cuerpo que aún y cuando sea de una edad altamente madura, pueda ser apetecible para otro cuerpo ¿joven quizá?, por lo que se imbrica en él: prestigio, seguridad. Incluso un cuerpo joven desprovisto de cierto linaje que busca un trabajo específico, puede ser o es un cuerpo caduco, es decir que fatalmente ha caído, si está ubicado en un recuadro del ajedrez equivocado.
¿Qué es lo que apetece del cuerpo y a quién? ¿Es la firmeza de la carne, cierto color de la piel o su brillo, la ausencia de calvicie o su presencia? ¿O es el perfume que se compra, la ropa que se usa y la idea de abundancia que esto proyecta? Reflexionar sobre el cuerpo nos impele a considerar que es una construcción ideológica también. Pues si todo fuera biología, la percepción primaria del cuerpo fuerte y saludable sería suficiente para hablar de lo lejos que está ese cuerpo de la caducidad. Y no es así. Se caduca en términos sociales, emocionales, se cae de a gracia de alguien o de un grupo.
Sin saberlo, como occidentales somos descartianos, pues compartimos, creo, la idea plateada por Descartes, de considerar al cuerpo como un objeto que se puede conocer, dominar, y agregaría yo, modificar, por estas urgencias de la caducidad-. Esta idea de Descartes, del cuerpo como objeto a dominar, la plantea Francois Jullien, quien hace un contrapunto de gran belleza con el pensamiento chino -esto es oriente-, el cual considera al cuerpo como una especie de manifestación cósmica. Esto es, no se puede modificar porque es un bien superior, avance hacia su caducidad o esté lejos de ella.
Sí, al parecer, al pensamiento filosófico chino le interesa menos la anatomía, que los intercambios que tiene ese cuerpo desde su interior hacia el exterior, ya que -me aventuraría a agregar-, es este proceso el que otorga la forma al dar cuenta de todas las transformaciones visibles en ese cuerpo intocado, a lo largo de la vida.
Pero estamos en occidente, aquí se busca dominar al cuerpo y alejarse de la caducidad, lo que pone frente a los ojos de todos, ofertas para distintos presupuestos de cirugías estéticas, las cuales, en el contexto contemporáneo incluyen no solo la eliminación de arrugas o el relleno de zonas, sino la emulación y modificación de músculos. Todo antes de caducar.
Ahora palidecen en su “atrevimiento”, los teñidos de canas, los tatuajes de cejas o labios y las adiciones de cabellos en el cráneo, ante la oferta de adiciones, eliminaciones y extensiones a nivel de piel o de órganos que se realizan con ayuda de la ciencia. Ya se es espejo de la espléndida película Brazil, dirigida por Terry Gilliam, en la que, cuando cae un féretro, se asoman y deslizan restos humanos que conviven con siliconas.
Caducar o no caducar, ese es el dilema.