Delitos sexuales: ¿Cómo vamos a contenerlos?
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El número de ocasiones en las cuales nos hemos referido este año a la estadística de los delitos que implican una agresión sexual perpetrada contra una persona −adulta o menor de edad− es realmente insano. Tan insano como el hecho de que este año cierre
con una infausta cifra récord en este sentido.
De acuerdo con datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), el pasado noviembre ya se había superado en Coahuila el número de denuncias presentadas por presuntas víctimas de delitos sexuales en casi 11 por ciento.
Y es que en los primeros once meses de este año se habían contabilizado ya la apertura de mil 957 carpetas de investigación, mientras que en todo 2021 se registraron mil 768 casos. Por desgracia, lo único que cabe esperar es que al cierre de 2022 la cifra crezca todavía más.
Lo peor de tal estadística, como se ha reportado ya en
su oportunidad, es que un importante porcentaje de tales denuncias corresponden a agresiones cometidas en contra de menores de edad, la inmensa mayoría de los cuales son niñas y adolescentes.
Recordar en forma constante la estadística en torno a conductas indeseables es importante, desde luego, pero tal recordatorio no puede convertirse en un hecho anecdótico, sino en un elemento para que las autoridades y la comunidad actuemos en consecuencia.
Estamos hablando de miles de casos acumulados en los últimos años en los cuales un ser humano debió padecer la transgresión violenta de su intimidad, muchas de las veces a manos de alguien que debería significar una figura de confianza y seguridad.
Porque en este sentido, por desgracia, la estadística enseña que los agresores suelen ser personas cercanas a las víctimas y/o personas con alguna forma de autoridad sobre las mismas. Contrario a lo que habíamos creído largamente, no son los extraños o los desconocidos quienes deben preocuparnos más, sino justamente quienes se encuentran en el entorno cercano.
Tal elemento debería ser el punto central a partir del cual se construya la estrategia que sirva para atajar el fenómeno. Porque algo está fallando de forma grave en una comunidad en la cual quienes debieran procurar el bienestar de aquellos que integran su círculo de convivencia cercana ceden frente a la tentación de convertirlos en objeto de sus deseos.
La familia tendría que constituir, para cualquier persona, el primer nivel de seguridad en el cual se sintiera a salvo de cualquier amenaza. Trabajar porque tal sentido de seguridad se recupere tendría que ser una prioridad para todos: autoridades, instituciones educativas y organizaciones religiosas.
Porque la pregunta que da título al presente texto no puede tener por respuesta un encogimiento colectivo de hombros o una expresión dubitativa. Los delitos sexuales pueden y deben ser contenidos, y en esa tarea todos estamos obligados a colaborar sin reservas.