El Bismuto y las rosas mientras miran un lago de fuego
Ella todavía lo conserva, puede hundir suavemente la solidez de ese metal que se ha fragmentado en tres con el paso de los años
Tan escaso como la plata, tan iridiscente como las rosas ante un atardecer mientras miran un lago de fuego, así es el Bismuto, metal cristalino que se expande durante su enfriamiento. A un tiempo duro y quebradizo, en apariencia monocromo, en su alquimia genera conformaciones geométricas magnificentes: catedrales mínimas, laberintos, fulguraciones atrapadas en un mutis insomne, mapas mentales, ciudades, trazos por donde ir.
Alguien cautivado con los hondos tiempos estelares depositó un trozo de Bismuto en una olla, lo fundió y generó una torre mínima de visos tornasolados. Era un regalo. Lo tomó entre sus dedos. Ese sería -de entre todas las formas resultantes- exactamente ese, para ella.
Luego se fue a nadar a una alberca que suplió la ausencia del mar. Algo de placebo para el hombre que había llegado allí a conversar con las secuoyas, a derivar lenguajes computacionales y a depositar versos que ella había escrito, en la base de una secuoya, para enviar una fotografía.
Atravesó el hombre miles de kilómetros y depositó el bismuto en sus manos. Ella todavía lo conserva, puede hundir suavemente la solidez de ese metal que se ha fragmentado en tres con el paso de los años. Esto le da para hacer un dije y unos aretes; mientras, en la mesa de noche sigue refulgiendo su misterio.
Esa fue para el hombre, su forma de regalarle la eternidad: el Bismuto será el último elemento en desintegrarse en el universo. Tiene una vida de 20 trillones de años. Así, cuando la Luna se haya alejado de la Tierra y haya poca estabilidad, cuando el tiempo avance y el núcleo magnético deje de existir, cuando con 147 grados celsius sea escasa la vida en cuevas y lagos, permanecerá el Bismuto en su maleabilidad. Incluso tres mil quinientos millones de años más adelante, cuando el agua se haya evaporado y la temperatura de mil ciento treinta grados funda rocas. Incluso cinco mil millones de años adelante, cuando la Vía Láctea y la galaxia Andrómeda hayan colisionado y dado a luz Lactómeda. Y luego, cuando nuestro Sol sea ya una gigante roja y se trague a Venus y a Mercurio y posiblemente a la Tierra; cuando seamos otra cosa como fragmentos en anillos girando alrededor de algo, incluso cuando estemos luego rodeados de oscuridad y la mayoría de los cuerpos celestes hayan sido expulsados de las galaxias, incluso cuando queden apenas cien estrellas brillando, allí seguirá latiendo el Bismuto que hoy está entre las manos de ella, una mujer que luego será la nada, tan solo ecos de huesos fundidos por gusanos, fuego y convulsiones planetarias.
Eso lo sabe el hombre, quien también sabe que hoy, sin el avance astral del tiempo, más de cuarenta elementos químicos de la tabla periódica están en riesgo. Aquí parte del listado como plegaria: Cobre, Fósforo, Litio, Magnesio, Boro, Manganeso, Selenio, Helio, Zinc, Estroncio, Tántalo, Plata, Indio, Telurio, Galio y Germanio. Nombres amenazados por el patrón de consumo que no cede, que avanza en su voracidad, que terminará por agotarlos en apenas los próximos ciento cuarenta años; esto es apenas una pizca de la vida de una secuoya y un poco más que la vida de un ser humano.
Será por eso que el hombre se refugia en la música, en la literatura y en algunos cuerpos que yacen, a veces, a su lado. Será por eso que el hombre traduce del italiano para poder conversar con la mujer: “Casta diosa /que plateas / templa los corazones ardientes / esparce la paz / que reinar haces en tu cielo. / Luna / a nosotros vuelve el bello semblante”. Y le comparte una precisión: “Casta claro, en el sentido de belleza inmune a los terregales”.
Él sigue en el agua. Casi es ya se funde con ella. Sigue en la traducción y con ganas de ser cubierto por una lluvia eléctrica.
El vocablo Bismuto proviene del alemán wismuth y éste a su vez de weisse masse, que significa material blanco. En la antigüedad este metal era confundido con el plomo o el estaño.
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