El florecer de la palabra
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Entre los años de 1873 a 1875, el escritor ruso León Tolstoi sufrió la pérdida de cinco personas muy amadas: murieron tres de sus hijos y dos tías ancianas.
El de 1873 se convirtió en uno de los años más difíciles de su vida. A su propia experiencia se sumó ese que definiría como calamitoso: “(...) de espantosa calamidad pública”. Malas cosechas consecutivas en la región de Samara, condenaron al hambre a una población que había tenido hasta entonces una vida relativamente tranquila.
Tolstoi se enfrentaría a la muerte de su querida tía Tatiana Alexandrovna. El hijo del gran autor, de entonces diez años, le leía a la mujer una novela de Pushkin. Tolstoi queda asombrado por el párrafo recién escuchado, que a la letra decía así: “La víspera de la fiesta, los invitados empezaron a reunirse”.
El asombrado sobrino de Tatiana dejó por escrito su impresión de estas dos oraciones: “Buena manera de comenzar. Así, el lector queda transportado de pronto a la acción misma. Otro escritor hubiera comenzado por la descripción de los invitados, pero Pushkin va derecho al asunto”.
Los biógrafos de Tolstoi aseguran que, a partir de esta impresión, inaugurará su trabajo con la novela Ana Karenina.
De esa vivencia de Tolstoi quedan varias enseñanzas. Por un lado, la fuerza y la vitalidad que el ruso hubo de encontrar para poder salir de sí mismo en los años calamitosos que le tocó en ese periodo. Y hacerlo, salvándose, si se me permite la expresión, a través de la palabra.
El don de la escritura. La palabra como refugio ante la pena y el dolor. La palabra, que renueva. Ella, con la cual construir la imagen, el escenario, y con la cual es posible retratar el mundo a nuestro alrededor. Con la cual es posible retratar la vida misma.
Tolstoi emprendió obra monumental. Delineó personajes que no se quedaron suspendidos en el tiempo ni atrapados entre las hojas de un libro. Sus personajes tienen vida tal, que podríamos encontrar ahora mismo sus perfiles. Perdurable, su obra, nos permite avizorar en mundos y existencias cuyos corazones laten con el mismo frenesí que los corazones de la gente de hoy mismo.
Gracias a la palabra, Tolstoi encontró un refugio. Si bien esos años en particular constituyeron un periodo de profundo dolor, a lo largo de su vida se enfrentó a dilemas que le mantenían angustiado, preocupado y buscando una salida para dejar atrás la desesperación.
Pero fue la palabra la que hizo su tabla de salvación. Gracias a ella, encontró la manera de expresar su descontento, de retratar a su país, y hacerlo, igualmente, en forma extraordinaria, de la mujer. Sus retratos de las mujeres viene de la comprensión, del entendimiento de sus almas, de su espíritu, de lo que las mueve a tomar decisiones, a veces las decisiones que van a ser las definitivas de la vida.
Entiende el espíritu ruso y describe lo que a su alrededor sanciona y lo que llega a satisfacerlo. La justicia y la bondad con los desposeídos, así como el perdón hacia los que han cometido falta ante la sociedad, quedan de manifiesto en sus obras magistrales.
Años difíciles, un periodo singular. De ahí Tolstoi logró encauzar sus sentimientos y su propia devoción por la escritura.
Los tiempos que ahora atravesamos, el singular periodo que arrancó para el mundo a finales del 2019 y hasta la fecha, sin duda alguna hará el retrato de toda una sociedad. Ojalá que la palabra, así como favoreció al gran Tolstoi, permanezca igual de vigente para aliviar, aunque sea un poco, estos momentos que sigue viviendo el mundo.