El mito del patrimonio: El fantasma en el espacio público de Saltillo
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“ Nunca vamos a estar aquí de nuevo”, Homero.
Según la enciclopedia de humanidades, se le llama mito a un tipo de relato tradicional, tenido por sagrado y de carácter simbólico, que además forma parte del imaginario de una cultura determinada y agrega que, por el contrario, no son testimonios históricos y no son comprobables, sin embargo, se les considera verdaderos o válidos dentro de la cultura que los relata; sirven para transmitir creencias y valores a las futuras generaciones. Asimismo, esta doctrina tradicional que no puede justificarse racionalmente, describe aspectos vitales relativos a cuestiones existenciales como la vida, la muerte, el destino, la libertad entre otros.
El mito como el patrimonio, guardando las debidas proporciones, funcionan de modo que las culturas y por lo tanto la identidad de una sociedad pueda comprenderse a sí misma y a su contexto, es decir: transmiten algo mucho más profundo; un conjunto de sentidos, valores, relatos y ritos que forman parte de su imaginario y de su sistema cultural.
Al igual que esta narrativa fantástica y que a la vez nos asienta, el patrimonio también representa valores, principios y razonamientos de la tradición de un lugar, sus modos y maneras de ver la existencia individual y colectiva la identidad y la cultura, es un documento histórico; de ahí la importancia de conservarlo y transmitirlo a futuras generaciones porque nos permite comprender de dónde venimos y pensar hacia dónde queremos ir. Hoy en día esta intención me parece muy lejana y excluyente.
Otro aspecto importante sobre la narrativa mitológica, es que ocurre en una temporalidad diferente al tiempo de la historia; el tiempo mítico no es preciso, es previo a su existencia misma, le da origen. Por su parte el patrimonio, nació en otra temporalidad, no es un ente etéreo, es concreto y es tangible, sin embargo, también nos refiere a otra época, en la mayoría de los casos, lo que lo hace muy distinto a estas narraciones.
La genealogía de nuestro patrimonio y su origen, no es equiparable con la mitología, pero sí forma parte de nuestro devenir histórico y cultural, nos provee de claves que conforman un hilo que proviene del pasado y teje nuestro presente, nos da raíces.
Mitologías griega, romana, persa, fenicia, maya o azteca, que encierran en sí mismas la explicación de algo más grande y más profundo, casi indescifrable. Figuras y personajes retóricos que pretenden despertar emociones, en muchos casos se les atribuyen características humanas a seres inanimados y proyectan aspectos de índole filosófica y existencial que nos permiten entender y discernir, nos guían, nos aclaran y nos identifican; elementos que además, se convirtieron en su tiempo y se convertirán en el futuro en edificios o esculturas: catedrales, bibliotecas, paseos, plazas, fuentes, personajes representativos, leones o más recientemente toros que en teoría deberían ser símbolos que cimienten la narrativa y que además se conviertan en patrimonio, elementos que deberían materializar y expresar principalmente la cultura local de todos los habitantes de un lugar.
Sin embargo, pareciera que actualmente el patrimonio se ha vuelto un mito, no pretendo ser categórica, pero según el antropólogo y filósofo Levi-Strauss, este concepto brinda la reconciliación de contrarios opuestos para sosegar las zozobras existenciales de la cultura, o brindar cierto sentido de armonía, justicia y paz, es decir, similar al patrimonio; nos da arraigo y sentido de pertenencia, seguridad, nos identifica, nos distingue de otros, brinda equilibrio en una sociedad que se lo apropia y que se siente parte de algo más grande y más profundo: su cultura. Hoy, como un fantasma, el patrimonio en Saltillo y sus espacios públicos (¿?) tienden a desaparecer, desvanecerse, secuestrarse o convertirse en la fabulación de un relato, una suerte de escatología premonitoria, un universo que se disuelve, que se desfigura en cuento y fantasía.
Encuesta Vanguardia
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