El paisaje de Saltillo para sus moradores
El habitante recorre las calles de la ciudad. Ha subido al autobús alrededor de las 12 del mediodía, y una primera parte de su jornada ha concluido. Atenderá otras tareas conforme avanza la tarde y al regreso, por la noche, se encontrará con los mismos escenarios que recorrió por la mañana, esta vez coronados por una luz distinta. El anochecer ha llegado ya desde la media tarde.
Todos los días se complace en observar la mole arquitectónica de la Catedral. Es su parte favorita de Saltillo, sin duda. Es alrededor de esta construcción donde mejor se siente, cuando el camino ya lo hace andando.
Gira la cabeza hacia la torre y, esta vez acompañado, declara: “Para mí, la catedral es Saltillo”. La bella expresión tiene muchos significados detrás suya. Ha crecido con este paisaje. Siempre la Catedral a la vista, el tañer de las campanas que lo conmueve, la fiesta del Santo Cristo. Le gusta su piedra, el preciosismo en sus detalles y la imperturbabilidad y serenidad con que ha visto pasar el tiempo.
La manifestación de la fe inscrita dentro de sus muros; las mismas imágenes que los padres de sus padres ofrecieron su oración; los abuelos cruzando la nave central en medio de la sagrada oscuridad.
Saltillo así reflejado: en este majestuoso edificio que debió de constituir grande sorpresa y generar amplias expectativas para los hijos de esta tierra desde ya entrado el siglo 18; imaginarlos a ellos iluminados por velas y atendiendo sus obligaciones religiosas desde un austero y rústico mobiliario.
“Cada vez que llego a esta parte de Saltillo es la que siento más característica de la ciudad. Es lo más bonito del recorrido y siempre levanto la vista a la impresionante torre”, se explaya el habitante, de suyo joven.
En la novela “Doña Perfecta”, Benito Pérez Galdós retrata con viveza la emoción y el sentido de pertenencia con respecto a la propia Catedral en el pueblo en que se desarrolla la historia, tanto de la protagonista de la obra como de un grupo de moradores con los que habla en una comida.
Al llegar su sobrino al pueblo, el primer consejo que recibirá de doña Perfecta será el no hablar mal de su Catedral:
“Cuidado, Pepito; te advierto que si hablas mal de nuestra santa iglesia perderemos las amistades. Tú sabes mucho y eres un hombre eminente que de todo entiendes; pero si has de descubrir que esta gran fábrica no es la octava maravilla, guárdate en buena hora tu sabiduría y no nos saques de bobos”.
Peor le irá en el regaño de doña Perfecta a su sobrino, José Rey, cuando en el pueblo pretenden ver que el joven visitará el recinto sin lo que ellos consideran la debida compostura: observará a detalle las imágenes y la construcción, y ello dejará boquiabiertos a los fieles, pensando que no era la actitud adecuada al visitar la bella iglesia.
Sin hacer un completo mutatis mutandis de estos particulares episodios, en los que José Rey empezará a tener desavenencia con su familia, a la que acaba de conocer y empieza a tratar, lo interesante para extraer es el significado que cada pueblo confiere a sus propias construcciones.
Un sentido de pertenencia que les hace volcar admiración y cariño. El cariño que se le da a las cosas con las que convivimos a diario y que se va volviendo de afecto entrañables.
Así, la bella expresión del habitante de Saltillo, “La Catedral es Saltillo”, dice mucho de lo que para él significa en términos de belleza arquitectónica y en términos de la propia idea que tiene de su ciudad este habitante.
Cada uno puede definir en un edificio, en un paisaje o en un jardín su propio Saltillo. Si es la Alameda o si fueren los parques o sus calles, todos tenemos nuestros propios jardines secretos para retratar la idea que tenemos, como moradores, de nuestra ciudad.