Inconclusas
Schubert
Franz Peter creaba música con la compulsión de un energúmeno, poseído por un frenesí que distendía tachonando notas sobre la superficie que estuviera al alcance de su mano. No necesitaba de un piano, o de un violín (instrumentos que tocaba y dominaba desde muy pequeño), o algún otro instrumento musical. Si la idea lo sorprendía en medio de la clase que impartía en la escuela donde era maestro, la interrumpía sin miramiento alguno para escribir sobre el pizarrón las frases musicales que bullían en su cerebro. “El Estado debería mantenerme. He venido al mundo con el único propósito de componer”, le dijo en una carta a su amigo Joseph Hüttenbrenner. La declaración, lejos de ser pretenciosa, nos revela algo de la personalidad del compositor vienés, dada la magra información que actualmente tenemos de lo que pensó, dijo o sintió en vida. Compuso siete sinfonías completas y dejó otras seis inconclusas. La Octava, en la tonalidad grisácea de si menor y creada en 1822 –seis años antes de la muerte del compositor– es una de las joyas del repertorio sinfónico universal. ¿Por qué solo dos movimientos la conforman? Las conjeturas sobre los motivos que impidieron a Schubert completar el ciclo de la octava podrían alimentar un relato imbricado de Chesterton o un cuento retorcido de Esquinca. Teorías abundan en la literatura historiográfica del compositor: la incapacidad de superar los dos movimientos existentes, razón por la que Franz abandonó el proyecto para terminar la sinfonía; el incumplimiento o desidia para componer los movimientos restantes, argumento poco verosímil; que el amigo de Schubert, Anselm Hüttenbrenner, al que le entregó la partitura para enviarla a la Sociedad Musical de Graz (Schubert dedicó su Octava a dicha sociedad por haberlo elegido miembro honorario), perdió los dos últimos movimientos; quizá ésta última posibilidad sea la más verosímil. El motivo sigue oculto.
Mahler
A diferencia de Schubert, del que apenas si sabemos algo de su vida privada, la biografía del austro-bohemio Gustav Mahler es un nutrido periplo de anécdotas, vivencias y experiencias que dan fe de la pasión que caracterizó la ruta creativa del compositor de origen judío. Dicha condición propició en algún momento una frase lapidaria sobre sí mismo: “Soy apátrida por triplicado: nativo de Bohemia en Austria, austríaco entre los alemanes y judío en todo el mundo. Siempre un intruso, nunca bienvenido”. Gustav no abandonaba sus obras, las terminaba a pesar de la vida agitada que llevaba como director de orquesta, actividad musical que en sí misma bastó para inmortalizarlo. Compuso nueve “catedrales” sinfónicas (nueve sinfonías completas) y la décima la dejó inconclusa porque la muerte lo sorprendió en el verano de 1911. Tras la muerte de Gustav, algunos compositores intentaron completar la sinfonía –proyecto autorizado por la viuda del autor, Alma Mahler–, entre los que figuraron Arnold Schönberg y Dimitri Shostakovich, y que, en su momento, se negaron al proyecto cuando fueron invitados.
Bruckner
La obra musical no siempre refleja el temperamento de su autor. Es el caso del austríaco Anton Bruckner, hombre de costumbres y hábitos extraños, de una pequeñez y sencillez temperamentales que, definitivamente, no se atisban en su obra. Sus ocho sinfonías completas, su obra vocal y sus composiciones para órgano, son macizas estructuras sonoras, de armonías complejas y coloridas texturas. La novena sinfonía en re menor es una obra inacabada pero majestuosa, dedicada “al buen Dios”. En ella, Bruckner rompe con muchas de las tradiciones sinfónicas y asegura su lugar en el empíreo de los grandes.
CODA
Aforística: El inesperado contrapunto sinfónico surgió cuando un sordo de Bonn tendió su sombra silenciosa sobre un consumado melodista vienés, un organista iluminado y un judío de Moravia.
Encuesta Vanguardia
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