Las entrañas de la escritura
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Mucho se ha dicho sobre las raíces de la escritura creativa. Como lectora, cada que me encuentro ante una obra sorprendente, me pregunto de dónde salió. En la adolescencia conocí la novela “Sinhué el egipcio” de Mika Waltari y le agradecí por hablarme tan profundamente sobre la soledad. Algo le tuvo que suceder a aquel escritor finlandés para retratar, en la antigua Tebas, las emociones humanas más comunes y más íntimas. Lo mismo pensé de los “Cuentos de amor, de locura y de muerte” de Horacio Quiroga o de los poemas de Alfonsina Storni. Siempre me inquietó la experiencia detrás de la revelación. Para escribir, naturalmente hay que vivir. Pero, ¿qué significa eso? Algunas personas asocian vivir con viajar. Luego recuerdo a Sor Juana Inés, nuestra autora novohispana cumbre, que pasó casi toda su vida en encierro, primero en el palacio y después en el convento. Octavio Paz, en “Las peras del olmo”, apunta: “Todos, o casi todos, nos enamoramos; solo Garcilaso convierte su amor en églogas y sonetos (...) La locura de Nerval no explica “Las quimeras”; ni el láudano de Coleridge las imágenes de Kubla-Khan”.
Fiódor Dostoievski, el 22 de diciembre de 1849, le escribe una carta a su hermano. El novelista se encontraba condenado a cuatro años de trabajos forzados. Junto con otros hombres, lo llevaron a una plaza para fusilarlo. Ya estaban listos. Se habían despedido, cuando detuvieron la orden y recibieron el indulto. “La vida es en todas partes la vida, la vida está en nosotros mismos y no en el exterior”, le dice. Agrega: “Cuántas figuras creadas por mí y que han escapado a la muerte van a morir ahora, van a extinguirse dentro de mi cabeza o a derramarse en la sangre como un veneno. Sí, si me prohíben escribir, moriré. Mejor quince años de prisión, pero con la pluma en la mano”. ¿La vida y la sensibilidad de Dostoievski explican la creación de libros tan alucinantes y monumentales como “Los hermanos Karamázov”?
La literatura psicológica, del interior, es una de mis favoritas. Puede ser compleja, como la del citado Dostoievski o desconcertante y memorable, como la de Stefan Zweig. Las entrañas de estas obras son, a mi parecer, las más misteriosas. Están los narradores de los adentros, como Marcel Proust y Virginia Woolf, que se dieron a la tarea de contar cómo es el pensamiento, cómo corre el tiempo en ese mundo turbulento que todos habitamos. Virginia dijo, también en una carta: “Para que una novela sea buena, antes de escribirla tiene que parecer algo imposible de escribir, meramente algo visible. Así que uno vive desesperado durante nueve meses, y solamente cuando olvida lo que quería decir el libro empieza a ser tolerable”.
Esta semana leí una especie de thriller psicológico (si es que la etiqueta le hace justicia) de Daphne du Maurier: “Rebeca”. El libro, publicado en 1938, fue un éxito de ventas y un par de años más tarde Alfred Hitchcock dirigió la versión cinematográfica. La historia trata sobre una joven que se casa con un hombre viudo y acaudalado. Al llegar a su casa de Manderley, la muchacha empieza a pelear contra el recuerdo de Rebeca, la esposa fallecida. Mucho tiempo se rumoró que la novela surgió de la propia experiencia de du Maurier, con el fantasma de la ex pareja de su esposo. Se decía, además, que la obra proyectaba los sentimientos lésbicos de la escritora (por una sugerencia sáfica en la trama). Otra teoría apuntaba que “Rebeca” se inspiró en la relación de abuso que tuvo con su padre Gerard du Maurier.
Nunca sabremos del todo de dónde sale la literatura. Quizá es resultado de la vivencia, la cultura, la técnica y algo más. Aunque insistamos en indagaciones, una cosa no explica la otra. Como señaló Paz: Muchos llevaron una vida similar a la de Cervantes, con cautiverios y pobreza, pero ellos no escribieron el Quijote. “El artista trasmuta su fatalidad en un acto libre”, detalla. La creación es la que transforma la circunstancia en obra. Por eso, añade el poeta, el artista “es el olmo que da siempre peras increíbles”.