Los escritores y el diablo
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Uno de los cuentos que más me impresionó de la “Antología de Literatura Fantástica” de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, fue “Enoch Soames” de Max Beerbohm. Hay otros relatos inolvidables incluidos en el libro, como “La pata de mono” de W. W. Jacobs (un clásico de terror), “El cuento más hermoso del mundo” de Rudyard Kipling e “Historia de Abdula, el mendigo ciego”, que aparecen también en “Cuentos memorables según Borges”, antología inspirada en las once obras que el argentino seleccionó como sus preferidas. “Enoch Soames” tiene un encanto particular para quienes pretenden adentrarse en el mundillo literario, porque nos presenta a un escritor fracasado que hace un pacto con el diablo únicamente para saber si en el futuro sus libros serán reconocidos. La premisa abre la discusión hacia varias direcciones que intentaré exponer en las siguientes líneas.
El cuento está narrado en primera persona por Max Beerbohm (nombre real del autor, que ahora se convierte en personaje). Este recurso da un efecto muy especial al relato porque plantea una atmósfera de veracidad, al combinar elementos ficticios con otros auténticos. El Beerbohm personaje describe, a manera de anécdota, su encuentro con un tal Enoch Soames. De “aspecto extraño”, era el típico hombre gris que, pese a sus esfuerzos, pasaba desapercibido. La indiferencia es su maldición. Escribe libros que nadie lee y que a nadie le importan. Su obra es sencillamente ignorada y no genera siquiera reclamos. Soames, a pesar de ello, se tiene a sí mismo en alta estima. Su actitud de snob sobrepasa su talento. En el cuento hace su aparición en el Café Royal, cuando Beerbohm estaba con Rothenstein, un reconocido artista que retraba a las personalidades más célebres. Will Rothenstein existió en la vida real. Fue pintor y, al igual que Beerbohm, caricaturista. Incluso hizo un cuadro de Enoch, basándose en las descripciones del relato.
En la historia, Soames trata de agradarle a Rothenstein, quien no le da mucha importancia. Según le cuenta a Beerbohm, se negó a retratarlo porque “¿Cómo se puede dibujar a un hombre que no existe?”. Soames se declara satanista católico y sus poemas menos desafortunados son los que abordan ese escabroso tema. En un acto de desesperación, dice en voz alta que “se vendería al diablo” con tal de saber si el éxito, como sucede con muchos artistas, le llegaría después de la muerte. El diablo lo escucha y le propone viajar en el tiempo, para que él mismo consulte en el museo si en cien años será recordado. Resulta que Soames encuentra su nombre en un catálogo, pero no como autor, sino como personaje ficticio de un cuento de Beerbohm. Al final, Soames es llevado al infierno y nunca más se sabe de él.
¿Qué lecturas podemos hacer? Me pregunto si en la actualidad un escritor mediocre tiene tan fatuo destino. Hay muchas maneras de aliarse con el diablo, que a veces tiene rostro de político, editor, institución. Uno nunca sabe lo que los ambiciosos sin talento estén dispuestos a hacer para publicar, ganar premios, colocarse. En el relato de Beerbohm, como diría Shakespeare, “el diablo engaña con la verdad” y el negociante sale perdiendo. Tenemos la ilusión de que la posteridad olvidará las alianzas, los compromisos, los amiguismos y las mafias del gremio, para dar paso a una valoración objetiva. Pero, ¿será cierto? Con el tiempo nombres entran y salen del canon, según contextos, gustos y autoridades que diseñen “las listas” de la gloria. ¿Cuántas voces poderosas de la literatura o de la historia del arte han sido borradas por capricho, omisión, avatares del tiempo, ignorancia? Al final, si hay buena ventura, quedarán solo fragmentos (como los versos de Safo o el Poema de Gilgamesh) o quizá, como en la novela de Umberto Eco, de las cosas solo nos queda el nombre. Así Enoch Soames, palabras dignas de un complejo anagrama, sobrevivió en la ficción. ¿O fue Max Beerbohm quien sobrevivió a través de Enoch Soames?