COMPARTIR
TEMAS
Los mexicanos somos parte de una nación que tiene dos orígenes. Tan descastado es quien exalta uno y vitupera el otro, como el que niega el otro para reconocerse tan solo fruto de uno. En el pasado, pugnas de sangre y nacimiento dieron origen a malquerencias y odios. Criollos y peninsulares se enfrentaron en México, y su inquina daba lugar lo mismo a matanzas graves que a cuchufletas más graves aún.
Decían los peninsulares:
En la lengua portuguesa
al ojo le llaman CRI,
y aquel que pronuncia así
aquella lengua profesa.
En la nación holandesa
OLLO le llaman al culo,
y así con gran disimulo,
juntando el CRI con el OLLO,
lo mismo es decir CRIOLLO
que decir OJO DE CULO.
Respondían los criollos:
GACHU en arábigo hablar
es en castellano MULA,
PIN la Guinea articula,
y en su lengua dice DAR.
De donde vengo a sacar
que este nombre, GACHUPIN,
es un muladar sin fin
donde el criollo, siendo culo,
bien puede sin disimulo
cagar en cosa tan ruin.
Venturosamente el paso de los años y la maravilla del mestizaje dieron fin a esos odios, y ahora nos sentimos parte de una misma raza que hace de España y de los pueblos de América Latina una hermandad unida por lazos que nada puede ya romper.
Por muchos años subsistieron, sin embargo, esos empecinados resquemores. Viene a cuento la anécdota que solía narrar don Artemio de Valle Arizpe. Un 15 de septiembre, en la ceremonia del Grito en el Zócalo, la turbamulta traía a mal traer a un pobre individuo de tez clara y cabellos rubios.
-¡Mueran los gachupines! -gritaba la iracunda multitud- ¡Vamos a ahorcar a este gachupin!
Con el pobre infeliz querían cobrarse los agravios de la conquista y la quema de los pies de Cuauhtémoc por Cortés, episodio del cual muchos se acababan de enterar en ese mismo instante, lo que les encendía más la cólera.
A punto de ser colgado de un farol, aquel desgraciado a quien la chusma creía gachupín alcanzó a decir en el último extremo de la desesperación:
-¡Señoges, pog favog! ¡Yo no soy gachupín! ¡Yo soy fgancés!
Y para probarlo mostró su pasaporte.
-Está bien -decretó entonces el cabecilla de la multitud-. Por ahora suéltenlo. Vamos a dejarlo pa’l 5 de mayo.