Como un alpinista

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De: Carlos R. Gutierrez Aguilar
“Curar a veces, aliviar a menudo y confortar siempre”, estas son palabras del inconmensurable médico y filósofo Hipócrates de Cos (460-336 a.C.), fundador de la medicina racional, ya que separó las supersticiones y creencias religiosas que señalaban como causantes de las enfermedades a los dioses; también desarrolló protocolos de observación, esencia de la medicina experimental y, por si fuera poco, fue precursor de la ética y el humanismo médico: no hacer daño y hacer el bien.
Este personaje convirtió a la medicina en una profesión y el secreto profesional del médico en una virtud cardinal. También desarrolló un juramento, el cual deben de cumplir todos los que se dedican al “arte” sagrado de la medicina.
Hipócrates enseñó que el médico debe estar al mismo nivel del paciente evitando, en todo momento, sentirse superior, lo que implica un profundo respeto hacia el enfermo y su familia: “el médico cura algunos, trata casi a todos, pero consuela a todo mundo”. El médico, por tanto, ha de estar al lado del enfermo, ser su defensor. Su abogado.
Otra aportación de Hipócrates fue relacionar los elementos básicos del universo (tierra, agua, fuego y aire) con los cuatro líquidos o humores que, según él, conforman el cuerpo humano (sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra).
Para Hipócrates el balance de estos humores, en conjunto con su exposición a las diferentes temperaturas de las épocas del año, conformaban la naturaleza del ser humano y determinaban sus posibles enfermedades. De hecho, su aspecto físico y predisposición de la personalidad, están condicionados con estos cuatro humores.
Escalar
En relación a este tema, Albino Luciani hace referencia en su libro "Ilustrísimos Señores" a la clasificación de los temperamentos fundamentales que hiciera el famoso Hipócrates y que, de alguna forma, la psicología moderna aún considera para explicar parte de la conducta humana.
Sería de gran utilidad conocer el tipo de temperamento en el que encajamos, pues estos humores son los que encienden e impulsan nuestras personalísimas y cotidianas actitudes, los que conducen al éxito o al fracaso; inclusive, para saber relacionarnos con las demás personas.
Si conociéramos la esencia de esos humores entonces pudiéramos perfeccionarlos para obtener el máximo partido de su potencia; así, forjaríamos un afable carácter para interactuar, convivir y alcanzar mayores niveles de satisfacción y felicidad.
Para comprender el sentido de estos contrastantes temperamentos, Luciani pide al lector que imagine a cada uno de ellos como si fuese un alpinista que se encuentra frente al reto de escalar una caprichosa pared de una enorme montaña, a través de esta prueba, ingeniosamente, este extraordinario autor, provoca que surjan las actitudes más significativas de cada uno de los temperamentos existentes, de cada humor que encierra el alma humana.
Calculador
Sobre el flemático escribe: "Este es el que levanta la vista una, dos, muchas veces. Hace sus cálculos. <
Fácil al entusiasmo
Así comenta Luciani: "El impulsivo es el que exclama: << !Esto no es nada¡ ¡Allá voy! >> Y, desde luego, ataca rápidamente la pared con ardor y entusiasmo. Pero ni ha previsto casi nada, ni se ha provisto de los útiles más elementales. Surgen rápidamente serias dificultades ante las que nuestro impetuoso alpinista comprueba que no bastan el ardor y la fuerza muscular. Pasa entonces del entusiasmo desbordante al extremo contrario: << Me vuelvo atrás. ¡Esta roca no está hecha para mí! >> (…) Así es el impulsivo: fácil al entusiasmo, pero inconstante; optimista, si se trata de sí mismo y de su propia capacidad; pero irreflexivo, dado excesivamente al sentimiento y la imaginación. Tiene cosas buenas, pero, si quiere algo más en la vida, deberá acostumbrarse a reflexionar, a trazar planes detallados y ponderados".
¡Qué carambas!
Dice el autor que el colérico - irascible ante este reto reacciona así: "<< ¿obstáculos en esta pared? Los obstáculos los han hecho justo para superarlos, ¡qué caramba!>>, y se sigue con vehemencia a la pared, como quien sale al encuentro de un enemigo. No ahorra fuerzas, pone a contribución toda su combatividad (…) El colérico tiene una sensibilidad viva y profunda; es rápido en sus decisiones, tenaz en su ejecución, pero le vendría bien una mayor reflexión y más calma y habría de guardarse tanto del entusiasmo como del pesimismo excesivo (…) Entre otros males, el colérico mientras elimina impetuosamente unos obstáculos, corre el peligro de crearse otros, acumulando enemistad sobre enemistad".
¡Es imposible!
Por último, Luciani comenta que ante la escalada el melancólico (que es el revés del iracundo) reacciona diciendo: "<< ¿No veis que es imposible escalar una pared de esta clase? ¿Queréis que me haga pedazos?>> Pesimista nato, se deja arrendar por las dificultades desde el primer momento. Es de esos que ante una botella de vino medita y gimotea:<< ¡Vaya para ser la primera vez en la vida que se me antoja beber, tropiezo con una botella media vacía! ¡Esto si que es mala sombra! >>. Es analítico y perfeccionista y aun, cuando es difícil que inicie un proyecto, cuando se decide hacerlo lo termina.
Conocernos…
Como vemos, si nos analizáramos de manera objetiva, al tiempo que intentamos compararnos con el inexistente alpinista, podríamos descubrir la clase de temperamento que tiene mayor afinidad con nuestra forma de ser y así tratar de domesticarlo y controlarlo para ser personas más maduras.
Si resulta que nos asemejamos al alpinista impulsivo entonces, en muchas ocasiones, habremos de hacer tareas importantes de manera urgente, por lo cual el siguiente consejo nos vendría bien: "lo primero, ver; después, prever, y luego proveer". Es decir, es recomendable intentar controlar al entusiasmo propio marinándolo en la realidad y sometiéndolo a la sabiduría de la reflexión. Aquí, igualmente, cabría hacer acopio de la serenidad para actuar con mesura, calma y mansedumbre.
Si, por el contrario, encajamos con el flemático, entonces no queda más remedio que aprender a ser "cálidos" de modos y maneras, cuidarnos de la apatía y frialdad. La bondad nos vendría muy bien, lo cual significa aprender a hacer el bien con cierta apacibilidad y buen temple; es decir, buscar ser comprensivos y amables con los demás.
Si encuadramos con el alpinista colérico- irascible, habría que procurar ser más generosos y solidarios con las demás personas. El reto sería buscar el sentido del valor, la amistad y la unidad, generando ámbitos de libertad, intercambio y respeto. También, nos ayudaría bastante pensar dos veces lo que vamos a decir, para luego no arrepentirnos siete veces más.
Y si somos como el melancólico, pues no hay duda: habremos de requerir valor para caminar por la banqueta soleada de la vida, recordando que la valentía es "la virtud de los comienzos". También habría que intentar sazonar los días con un buen ánimo que nos ayude a ser audaces y así atrevernos a amar, sin reservas ni temores, el misterio que es la vida.
Entonces…
Vale la pena viajar al fondo del alma para descubrir a ese alpinista que llevamos dentro y entonces controlar las actitudes negativas y así dejar de ser marionetas de esos malos humores que avinagran la vida y nublan los mejores propósitos. Bueno sería imaginarnos alpinistas para descubrir el misterio de la vida, para sentirnos iluminados e inspirados por las maravillosas riquezas y los espectaculares secretos que nos habitan. cgutierrez@tec.mx