Don Pedro el grande
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Si alguna vez alguien me hubiera dicho que iba yo a tener amistad con don Pedro Ferriz padre, habría contestado con la frase que usaba aquel gran amigo mío, inolvidable, que fue Bibiano Berlanga Castro. Cuando alguien le decía una cosa difícil de creer, él respondía con un verso que sonaba a los de Sor Juana:
-“No me améis con tanto empeño”.
Pero no pronunciaba la “e” de “me”, con lo que el verso no sonaba ya a Sor Juana.
Don Pedro Ferriz Santacruz es una figura que pertenece a la historia de la radio y la televisión de México. Su programa “El gran premio de los 64 mil pesos” fue famosísimo. Patrocinado por la cadena de tiendas Aurrerá, ese programa era de preguntas y respuestas. Don Pedro le hacía la pregunta al concursante, y si éste acertaba en la respuesta tenía derecho a un premio. Si quería seguir adelante para obtener un mayor premio, debía decir “Aurrerá”, palabra que en la lengua vasca -la más antigua que en el mundo se conoce- significa “adelante”.
En cierta ocasión comí con don Pedro en un magnífico restorán de León que se llama La Casona. Coincidimos los dos en la Feria del Libro que año por año se lleva a cabo en esa ciudad guanajuatense. Él presentó su libro de memorias, y yo la que era entonces mi más reciente obra: “De abuelitas, abuelitos y otros ángeles benditos”.
Es grande la admiración que desde hacía mucho tiempo sentía yo por don Pedro. Fue uno de los mejores locutores que la radio y la televisión de México han tenido. A sus 80 años conservaba la privilegiada voz que le dio el lugar que tuvo, y la modulaba y matizaba al conversar. Era un deleite oírlo. Su cultura y memoria eran impresionantes. En esa ocasión recitó las Coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre, y las dijo con acabada perfección.
En aquella ocasión que sigo, sentí no haber llevado una grabadora, para encenderla a ocultas y conservar de viva voz las anécdotas que me contó, evocadoras de la época de oro de la radio en México y de los primeros años de la televisión.
Aquella tarde me relató don Pedro una deliciosa anécdota que ahora comparto contigo. Tenían él y su esposa, doña Nina, una señora que ayudaba en la casa, mujer de gran bondad y poco hecha a las malignidades de la gran ciudad. Se vivían los difíciles días del 68. Don Pedro, maestro como era, temía por los muchachos, pues disponía de elementos de juicio que lo hacían suponer que el Gobierno tomaría medidas duras contra los estudiantes que participaban en las manifestaciones. Así, en sus programas de radio suplicaba con vivas instancias a los padres de familia que no dejaran a sus hijos participar en esos mítines, por el peligro que corrían
Esa actitud no gustó a los líderes del movimiento. Pensaron que don Pedro era instrumento de las autoridades para evitar la participación de los jóvenes en las manifestaciones. Un día sonó el teléfono en su casa, y contestó aquella señora que antes dije.
-“¿Ahí vive Pedro Ferriz?”, preguntó con ronca voz el que llamaba.
-“Sí”, respondió ella.
-“Pues dígale”, ordenó el individuo, amenazante, “que si sigue hablando en contra de nuestro movimiento lo vamos a matar. También vamos a matar a su esposa y a sus hijos. Dígale eso”.
-“Cómo no, señor”, respondió la ingenua y bondadosa criada, “¿de parte de quién?”.