George Steiner: erudición y fuego
COMPARTIR
TEMAS
Todo. George Steiner (1929-2020) lo sabía todo. Lo había leído todo, lo sabía todo. Maticemos, pues: casi todo. Erudito y políglota (escribió su obra en francés e ingles), el maestro Steiner perteneció a esa casta y linaje escogido de humanos los cuales atesoran palabras en lugar de perlas preciosas. Acumulan y acumulan libros y no números ni dólares en su cuenta bancaria. Steiner fue parte del linaje y estirpe de gigantes con los cuales nos hemos formado nosotros, tristes mortales: Harold Bloom, Umberto Eco, Alberto Manguel, Jorge Luis Borges, el mismo Mario Vargas Llosa… hombres no de hoy, sino del renacimiento, aquellos eruditos a los cuales cualquier parte y pieza del conocimiento humano les interesa y nada, nada les es ajeno.
Murió el maestro George Steiner en aureola de santidad. Lo merecía. Hombre con un conocimiento enciclopédico como los arriba nombrados, construyó una obra portentosa ancilada su propuesta en el análisis y exégesis de literatura comparada. Fue el sucesor del célebre también crítico Edmund Wilson en las páginas “The New Yorker.” Setiner lo hizo de manera continúa de 1966 a 1997. El exégeta Steiner logró su cometido con altos resultados. Su tarea no era menor, suplir a Wilson, quien dentro de sus aciertos, éste tuvo la visión necesaria para advertir en un joven y sus letras, un cambio de paradigma y formas de narrar en la literatura norteamericana, descubrió, por así decirlo, a Francis Scott Fitzgerald. No pocas cosa.
En un mundo dominado por la red de Internet, por “memes” y no palabras, su muerte, de la cual se ha hecho eco en el mundo desde el día 4 de febrero, para desgracia de todos, ha competido con la partida de un jugador de baloncesto al cual se le rinde tributo aún hoy al momento de escribir estas líneas, la muerte por accidente de Kobe Bryant. La sociedad del espectáculo reclama su cuota de poder y explosión mediática. En el ex jugador millonario de los “Lakers de los Ángeles”, la mercadotecnia se ha cebado. En la muerte tranquila y hasta plácida del reputado filósofo y pensador, la austeridad, el honor y el decoro, han sido las monedas de cambio.
No he leído todo George Steiner para mi desgracia. No tengo tampoco todos sus libros, pero si los suficientes para deleitarme con su erudición y el fuego de su pensamiento. Entre sus grandes obras se deletrean: “Necesidad de música” para la editorial española Grano de Sal. “Diez posibles razones para la tristeza del pensamiento” en Fondo de Cultura Económica. Una de sus obras fundamentales y pilar vertebral de su corpus es “Lenguaje y silencio”, para editorial Gedisa. Y fundamental de su trayectoria, larga trayectoria académica y como crítico y pensador, es el famoso “George Steiner en The New Yorker” en coedición de FCE y Siruela: una aplanadora de pensamiento. Y claro, cómo no, señores, su “Lecciones de los maestros.” Maestro él, como era su autodenominación. Se decía “profesor.” Modesto sin duda. Él, uno de los más grandes pensadores y eruditos el cual nos ha dejado huérfanos.
En este volumen, “Lecciones de los maestros”, habla de loas enseñanzas de maestro a discípulo: Sócrates y Platón, la cátedra de Jesucristo a los 12 apóstoles, Virgilio y Dante. Insisto, nada humano le fue ajeno. Con 90 años en sus anteojos, el mundo ya no era muy querido por el fino maestro Steiner. No era el mundo cómo él lo había conocido. Y esto me ha hecho enorme gracia ahora al leer sus notas necrológicas en los medios alrededor del mundo. Me ha hecho gracia por un motivo el cual usted conoce señor lector si me ha seguido en el andar de mis letras: una y otra vez lo vengo deletreando así, tal cual. Este mundo ya no es mi mundo. A su colega, el italiano Nuccio Ordine, le espetó lacónico alguna vez ya no sentirse cómodo en el mundo. Sin duda. Esta tragedia, este desencanto, este malestar es generalizado ante la banalización de la vida en todos los sentidos del quehacer humano.
Lo leyó todo. O casi todo. Puso en práctica aquel axioma de Yeats: “la perfección de la vida o la de la obra.” En su caso, no hubo tal disputa o disyuntiva. George Steiner, el sabio profesor, logró su cometido en las dos vertientes las cuales en su caso, confluyen en el mismo río: el fuego e intensidad de su pensamiento. Para fortuna de todos, no hizo caso a aquel viejo y añoso adagio de Eclesiastés 12.12: “Componer muchos libros es nunca acabar, y estudiar demasiado daña la salud.”
Y sí, hace falta eso hoy precisamente: demasiados libros. Horas de lecturas e investigación reposada. Anotar, digerir, masticar… volver a leer, volver a masticar. Aprender de los maestros, de los clásicos. Volver a los pilares del pensamiento humano y hurgar en las letras secretas de las grandes obras. Hurgar en las líneas, en los libros donde bullen y hierven las ideas. Visitar la mente bien amueblada de un sabio llamado George Steiner. Así sea.
Jesús R. Cedillo. Escritor y columnista de esta casa editorial