La enfermedad terminal de la modernidad
COMPARTIR
TEMAS
“La ciudad parece estar consumiéndose poco a poco, pero sin descanso, a pesar de que sigue aquí”
El país de las últimas cosas
Paul Auster
Editorial Anagrama
205 pp.
No es una novela de ciencia-ficción, aunque haya sido considerada así y tenga algún punto de contacto con esta modalidad. Si bien se puede suponer que transcurre en el futuro, nada indica que el resto del mundo donde se sitúa el país de las últimas cosas sea distinto del nuestro. Simplemente, es la versión degradada del mundo actual y funciona como un temible augurio de lo que podría sucederle. No sólo no hay seres extraterrestres, sino que no son necesarios porque el ser humano se ha vuelto la peor amenaza para sí mismo y está consumando la destrucción de su propia civilización. No hay enemigos exteriores porque el hombre es su propio enemigo. Tampoco hay extrañas maquinarias futuristas porque en ese país, que podría ser el de todos, se ha perdido la capacidad creadora, como varias veces se dice en el texto. El enloquecido mecanismo de la sociedad de consumo parece haberse roto en ese mundo: en lugar de producir sin cesar nuevas cosas, estas desaparecen sin tregua. Algo no ha cambiado en ese país: la enajenación continúa, sólo que ahora no es producto del consumismo, sino de la necesidad enajenada.
Gustavo Martínez