La Señora Presidenta y el señor copetón
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La Patria, por desgracia, se sigue achicando. Hoy tenemos que asimilar la partida de uno de sus mejores y más completos actores del celuloide, las tablas y los rayos catódicos.
Gonzalo Vega no cimentó su carrera como histrión de acartonados culebrones televisivos y aun, dentro de esta faceta que podría considerarse un género menor, protagonizó el mayor éxito telenovelero del siglo, “Cuna de Lobos”.
Sus mejores cartas, sin embargo, las debe al cine y al teatro. De hecho, en los años en que la industria fílmica nacional atravesó por su peor crisis (sí, peor que la actual), Vega nos dio actuaciones que hoy constituyen momentos determinantes de nuestra cinematografía, como en “El Lugar Sin Límites” (Ripstein, 1978).
Aunque para los “Millennials” será mejor recordado como el papá del Javi en “Nosotros los Nobles”, cinta con la que se anotó otra postrera y nada despreciable marca, pues fue la película con más espectadores en México de todos los tiempos.
Sucede que en teatro, don Gonzalo también ostenta cifras asombrosas, pues su puesta en escena de “La Señora Presidenta”, una farsa ligerona que no obstante demanda un extenuante reto actoral (posee un récord Guiness por la cantidad de cambios de vestuario), se convirtió en un hito sin precedente en el teatro mexicano gracias a su taquilla. Un fenómeno hasta ahora irrepetible. Me faltan números confiables, pero probablemente hablemos de la obra que más mexicanos hayan visto en toda la historia del teatro.
Así que, podríamos dejar de lado su calidad como actor y con su puro gancho con el público se habría labrado un nombre en las artes escénicas, pero por fortuna era un intérprete serio y muy entregado que trabajó prácticamente hasta su último aliento.
Estando en el epicentro de su furor, “La Señora Presidenta” visitó Saltillo y yo como reportero de cultura y espectáculos acudí al extinto Teatro Palacio para buscar la entrevista y hacer la correspondiente reseña.
Por esos mismos días andaba en campaña el empresario acúñense, el priísta y también finado, Jesús “Chuy” María Ramón. Alguien (probablemente un mal enemigo) le metió la idea de que podía llegar a ser candidato por su partido para la Gubernatura de Coahuila y durante un tiempo no escatimó sus nutridos recursos para lograr semejante despropósito.
Se le hizo fácil a don “Chuyma” apersonarse en el teatro para entregar una placa en reconocimiento a la trayectoria de Gonzalo Vega, mismo que lo rechazó rotundamente sin tan siquiera terminar de averiguar de qué se trataba. Si no lo corrió de una patada fue porque Vega estaba en medio del proscenio y la pierna no le llegaba tan lejos ya que no lo dejó ni acercarse.
Faltaban todavía unos 15 añitos para el advenimiento de los teléfonos inteligentes, pero lo que el político buscaba era sacarse “la selfie” con el primer actor.
En entrevista entre funciones, serio hasta el disgusto (por el deplorable estado del teatro) Vega nos dejó muy en claro que no permitiría que un advenedizo se le arrimara para sacar raja de su carrera y es que en efecto, por aquellos días su popularidad gracias a la obra andaba por los cielos, muy cerca de donde siempre ha estado el precio de la gasolina.
Los políticos, ya lo hemos analizado antes, tienen esa necesidad de validarse ya sea arrimándosele a la élite intelectual o besando luchonas regordetas, viejecitas cabeza de cebolla o bebés chamagosos.
En los comerciales siempre se les ve rodeados de representantes de todos los sectores y estratos demográficos de ese “pueblo” al que le están pidiendo el voto.
Pero son todos, por supuesto, actores y modelos a sueldo, perfectamente caracterizados, maquillados y fotografiados. ¿Qué tiene de auténtico esto? Lo mismo que la cara Lyn May.
Acceder a salir en la foto con el príncipe (hablo de quien ejerce el poder, no de José José) significa legitimarlo, desde la manera en que accedió al cargo hasta en su desempeño. Avalar o no a un gobernante, queda a criterio de cada ciudadano.
La Presidencia que al día de hoy encabeza (sólo un decir) Enrique Peña ha tenido que habilitar nuevos niveles inferiores por debajo del sótano en donde poder ubicar su popularidad, pues nunca antes nuestro Gobierno fue causa de tanto desdoro. Sólo citar (sin analizar) los escándalos que ha protagonizado nos llevaría varias entregas. Dichos escándalos van de las más graves violaciones a los derechos humanos y las leyes en general, hasta simples ridículos anodinos que también tienen un costo en imagen.
Tenerlo de visita en un Estado como Coahuila, igualmente azotado por calamidades derivadas de la corrupción constituye una oportunidad única en términos civiles pero sobre todo periodísticos, para contrastarlo con la realidad: Lo que responda es nota y si no responde, también.
Que en vez de ello, nuestro preparadísimo, siempre profesional, súper bien reputado y para nada chayotero gremio de reporteros opte por responder a la urgente necesidad del Presidente de aquiescencia y posarle gustoso en la foto —la selife— cual lideresa en campaña, es reducir el oficio a ser una simple comparsa del Gobierno o, mejor dicho, del mal Gobierno y ser séquito es una forma, muy indigna por cierto, de complicidad.
El colmo es asumirse periodista y que la capacidad de análisis no alcance para encontrarle nada objetable al hecho, que se estime un acto inocente el posar para una instantánea que ilustra el contubernio entre Prensa y Poder y que, siendo comunicador no sepa leer todas las implicaciones que una imagen puede entrañar. Siendo éste el caso, ya ni qué decir, ni qué argumentar. Ya mejor síganle así.
Lo gracioso es que en el pueblerino pensamiento de quienes se retrataron con EPN, suponen una ganancia en obtener una foto junto al Primer Copete de la Nación, sin que la comprensión les dé para entender que, haciéndole el caldo gordo, el que sale ganando es siempre el político, siempre, en este caso el Señor Presidente.
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