Lo que no tenemos… pero podemos tener
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Apuntaba el maestro Octavio Paz que había una fractura entre el mundo formal y el mundo real, “una separación esquizoide entre el orden jurídico y la realidad”, en el decir de Carlos Fuentes, que ha dificultado la construcción del funcionamiento apropiado del sistema democrático en nuestras sociedades latinoamericanas. Y esto no es lo más destacable, si no que no se trata de un evento producto de la casualidad, sino a propósito, toda vez que en nuestras leyes se incluyen declaraciones de principios, cuando no se tiene ni la más mínima intención de observarlos. Se legisla a modo, y no hablo de oídas. Nomás “hago como que hago”. Y de esta “fuente” tan sui generis nace el poder y el ejercicio político en los países de la América Latina. Quizá esto explique porque venimos arrastrando hasta la fecha la compulsión nada más de llenar los vacíos de poder, pero manteniendo las mismas estructuras del pasado. Por eso fracasó el sueño de Bolívar en la Iberoamérica de su tiempo. Los que hicieron la guerra, nomás pelearon por la liberación del coloniaje español, pero no a favor de la transformación interna de la sociedad. Algo similar a lo que hoy estamos viviendo en México, 30 millones de electores el 1 de julio de año pasado decidieron romper con el partido tricolor, pero se mantiene el sistema generado por ellos en el gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador. Se han hecho “cambios” a las leyes, pero con la retórica vacía de un derecho sin contenido real, cargado de la demagogia del discurso político que pretende ser vanguardista pero no lo es. Empezando por el del propio presidente, plagado de contenidos anacrónicos. En nuestro México la legalidad ha servido, en el mejor de los casos, nomás para, como decía mi tía Tinita: “taparle el ojo al macho”. Es decir, para encubrir.
México vive, no de ahora, sino de manera crónica, una crisis política de representatividad, me explico. Los representantes no representan los intereses de sus representados ¿por qué? Porque se requieren mecanismos simples, accesibles, de participación ciudadana, que deben aprenderse desde de la escuela, practicarse desde ahí, si no carece de sentido lo dispuesto en la Constitución, verbi gratia, en los artículos 8 y 9. La gente no está acostumbrada a ejercer esos derechos fundamentales para el fortalecimiento de la democracia. Bajo su égida puede promoverse esa vinculación entre gobernantes y gobernados. Así se le dará vida a la representación, y entenderá la población que los dueños del país son ellos, no el gobierno, ni ningún partido político. También padecemos una crisis de legalidad y de institucionalidad, porque la ley en el colectivo social, y hasta con sorna lo dicen, está hecha para violarse, y es un fregón el que la hace y no la paga. Por eso vivimos en medio de tanta corrupción e impunidad, y nomás le brincan cuando lo sufren en carne propia. La paz social, la prosperidad de los pueblos, se construye bajo el imperio de la ley, de una ley que se observa y se cuida porque es sinónimo de tranquilidad y seguridad. Asimismo, hay una tercera crisis, la de legitimidad. Las leyes en nuestro país, infortunadamente, no representan el interés general, sino el particular, por eso las inequidades son tan aberrantes.
La política tiene un papel sustantivo para que este estado de cosas se modifique, porque a través de ella la voluntad social, fuente de la soberanía, que es la que origina y legitima el poder, y el poder mismo investido para resolver los problemas de la sociedad y alcanzar objetivos comunes, se convierte en medio, en instrumento idóneo para que esto suceda. La política así entendida es la expresión más alta de la voluntad colectiva. La política tiene que dejar de ser privilegio de unos cuantos y pasar a ser de todos, como medio que es para alcanzar el bien común, pero insisto, esto no se va a dar por arte de magia, los mexicanos tenemos que participar en la cosa pública, entender que esa gente que está en el cargo público le debe la posición, que esa posición es temporal, y que su condición es de servidor, y servidor en el diccionario de la Lengua Española se define como “persona que sirve”.
Los mexicanos se confiesan hartos de los políticos, se refieren a la política en términos despreciables, pero ¿qué hacemos para que sea diferente? La política al final del día, en este país nuestro, es el resultado del abandono, de la falta de interés, en mucho por ignorancia y también por indiferencia, de quienes se han desafanado de ella por estimar que no es de su incumbencia. La solución está en nuestra voluntad. A mayor participación ciudadana, mejores gobernantes. Y ya verá también, estimado leyente, como los partidos políticos empezarán a esmerarse en no llevar propuestas de impresentables y a hacerse cargo de sus “joyitas” porque tendrán bien claro que el cobro será en las urnas.