Mirador 28/06/19

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El padre Queiroz, sacerdote lisbonense, llegó a las Islas Kai a finales del siglo 16.
Se proponía evangelizar a la tribu Pau-ana, un grupo de isleños que vivían una existencia primitiva alejada lo mismo del evangelio que de la civilización.
Enseñó el buen padre Queiroz a los nativos que era pecado grande comer con delectación los frutos de la tierra: eso era gula. Les enseñó que era pecado hacer el amor en la playa a la puesta del sol: lujuria era eso. Les enseñó que era pecado tenderse en las hamacas y mecerse al tiempo que cantaban a media voz las antiguas canciones de la tribu: eso era pereza. Por último les dijo que el que incurriera en tales abominaciones iría a quemarse eternamente en el fuego del infierno.
Los isleños le preguntaron al predicador si los antepasados de ellos, que habían hecho todo lo que él decía, estaban en el infierno. El padre Queiroz les dijo que no, porque ellos no habían oído el buen mensaje que él traía.
-Entonces no queremos escucharte –le dijeron los nativos–. Si te escuchamos nos condenaremos.
Mientras iba en busca de otros paganos, el padre Queiroz pensaba cosas que nunca había pensado.
¡Hasta mañana!...