Novedades de Novo
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El lunes 5 de julio de 1948 se sirvió una cena en el elegante restaurant Ambassadeurs, de la Ciudad de México. El ágape fue en honor del licenciado Raúl López Sánchez, gobernador flamante de Coahuila, y lo organizó don Nazario S. Ortiz Garza, que entonces era –y con justicia fue durante muchos años- el jefe nato de la colonia de coahuilenses en el Distrito Federal.
En el convivio hizo uso de la palabra -de varias- don Vito Alessio Robles. Dijo Miguel, su hermano, que aquella pieza oratoria era la mejor que le había oído a Vito. Uno de los presentes, sin embargo, opinó sin recatarse que Miguel era “un lenguaraz”.
Quien eso dijo era Salvador Novo, tremendo crítico de todos y de todo, invitado en su calidad de coahuilense. Novo y el gobernador López Sánchez habían sido compañeros de escuela en años de niñez. Solían jugar juntos al teatro, y hasta parece que una vez planearon escapar de sus respectivas casas para unirse a una compañía de teatro infantil que había pasado por Torreón.
A Novo lo invitó a la cena don Florencio Barrera Fuentes. El escritor correspondió a la invitación escribiendo en su crónica semanal que don Florencio era un estupendo jefe de protocolo, pues cuidó de que los abundantes veteranos de la Revolución que asistieron a la ocasión no quedaran uno al lado de otro, ya que entre ellos los había maderistas, carrancistas, villistas, zapatistas, orozquistas, obregonistas, callistas, delahuertistas, escobaristas, etceteristas, y cada vez que se juntaban se agarraban a palabrazos, y a veces se cogían a bofetadas y bastonazos, cosa que en el Ambassadeurs no se veía bien.
Aquella noche López Sánchez le pidió a Novo, asesoría y ayuda en la organización de los festejos para rendir homenaje a Acuña con motivo del centenario de su nacimiento, aniversario que se cumpliría el siguiente año. Novo ofreció montar la obra teatral “El Pasado”, tremendo drama del cual es autor el poeta infortunado.
El jueves primero de septiembre de 1949 llegó Novo a Saltillo, procedente de Monterrey, a donde había viajado a todo tren, o sea por avión. En la capital nuevoleonesa se enteró de que acababa de estar en la ciudad Carlos Pellicer, quien dio una serie de conferencias intituladas modestamente “Carlos Pellicer y su obra”. Llegó Novo a Saltillo, y lo primero que hizo fue ir al bar del Hotel Arizpe y tomarse unos mint juleps. Sorpresa: ahí estaba Carlos Pellicer. Había ido a Saltillo a cobrar el premio en efectivo que ganó con su oportuno poema “Laudanza de la provincia”. Andaba felicísimo el gran poeta de Tabasco, pues le habían dicho que el premio era de 2 mil pesos, y cuando llegó supo que era de 3 mil. El salario de un oficinista en aquel tiempo ascendía a unos 100 pesos al mes.
López Sánchez había ordenado la compra de un automóvil nuevo, un Chevrolet, para destinarlo exclusivamente a llevar a Novo a donde quisiera. Le asignó a su chofer particular, llamado Longinos. “Detrás de todo este orden impecable y cordial -escribió Novo- estaban los lentes maliciosos y alertas del profesor Berrueto, secretario del Gobernador”.
A Novo le pareció que había muy pocos restaurantes en Saltillo. Sus preferidos fueron el Guadalajara, abierto las 24 horas, cuya especialidad era el menudo; el Eno’s, junto a la terminal de los autobuses Monterrey-Saltillo, y uno que se llamaba el Manhattan, frente a la plaza Acuña.
A sus amigos saltilleros les contó Novo algo de mucho interés: don Andrés Serra Rojas, ministro del Trabajo en el gabinete de Miguel Alemán, había tenido una luminosa idea: hacer una película con la vida de Acuña. ¿Quién sería Rosario? María Félix, claro. No llegó a concretarse dicho plan. No sé si añadir “afortunadamente”.