Palabras y palabrotas
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Estuve hace unos días en el Real del Monte, mineral que a sus antiguas glorias de la plata añade ahora las más presentes del turismo. Igual que Zacatecas, Real del Monte descubrió súbitamente su belleza, la remozó y la muestra con orgullo a quienes visitan ese sitio de ingleses y españoles buscadores de fortuna.
Llega uno al Real y entra en conversación con sus ilustres sombras. La primera que sale al paso es la del rico señor Romero de Terreros, el fundador del Monte de Piedad. En trance de casar a su hija -relata una leyenda-, don Manuel le escribió una carta al rey de España en la cual lo invitaba a ser padrino de la boda. Si venía, le ofreció, le haría embaldosar con barras de plata todo el camino de Veracruz al Real, y luego el soberano podría llevarse las baldosas como recuerdo de su viaje. Desmesurada parece la leyenda, pero he visto que mientras más hiperbólica parece una leyenda más se acerca a la historia.
Saludan también al visitante los fantasmas de los mineros muertos. Dolientes sombras, vagan para siempre, pues los hombres murieron en los derrumbes de las minas, y sus cuerpos jamás fueron sacados para darles cristiana sepultura. Otros espectros nos miran, de mineros también. Son los de aquellos cuyos pulmones se volvieron piedra por obra de la silicosis. O son los de esos otros -19- que hace unos años cayeron al fondo de la mina desde 500 metros de alto cuando se rompió el cable de la calesa que los subía a la superficie después de terminar su jornada de trabajo.
Esos fantasmas mudos van contigo cuando caminas por las callejas empinadas y por los recoletos callejones. Se ven sus sombras en las fachadas coloridas, pintadas con cien colores que no conoció Newton: cinabrio, magenta, añil, agua del Nilo, cobalto, aurora, ultramarino, reseda, jacinto, gules, berilo, manchado, calcedonia, siena, borgoña, tabaco, bermellón...
Ésta es la iglesia, con dos torres gemelas que en nada se parecen: el cura pensaba que las torres debían ser de piedra; el pueblo las quería de cantera. Resolvió el Obispo aquella disensión mandando que de piedra fuese una torre, y de cantera la otra. ¿Pa’qué se pelean?
Aquí abre sus persianas la cantina. Ésta es la principal, pero hay media docena más. Son muchas, dirán unos. Son pocas, digo yo. No porque me gusten las cantinas -que algo me gustan, no lo niego-, sino porque sé que hubo un tiempo, cuando el mayor auge de la plata, en que llegó a haber 300 tabernas en el Real.
Sigue la peluquería, conservada como estaba hace más de cien años. El sillón, de madera, parece trono pontificio. Ahí se sentaban aquellos señorones que conocían la ciencia de la plata, sapientes alquimistas que con mercurio separaban el rico mineral de las mil impurezas que lo acompañaban. Cada señor era dueño de un huevo de plata sólida, grabado con su nombre. Lo dejaban en la peluquería como cosa sin valor, y el peluquero se los ponía dentro de la boca para redondearles los cachetes y rasurarlos más al ras.
En Real del Monte se registró la primera huelga que hubo en el continente americano. A fin de obtener más plata los dueños de las minas fijaban una cuota diaria de entrega a los mineros. Cubierta la tal cuota podían ellos seguir trabajando: la plata que sacaran se dividiría en dos partes: una para el dueño de la mina y otra para el trabajador. Pero los propietarios repartían mal la ganancia: ponían en su montón la plata, y en el de los mineros las piedras sin valor. Se negaron entonces ellos a bajar a las minas, y sólo regresaron cuando se nombró un árbitro que dividiera las ganancias en forma equitativa. (Seguirá).
PRESENTE LO TENGO YO
‘Catón’ - Cronista de la Ciudad
ARMANDO FUENTES AGUIRRE