Tiempo de mártires
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El niño de El Cairo se convierte, él mismo, en una fiesta.
Se corona de palma tejida para celebrar el domingo. Y esa corona de palma tejida se convierte en corona de gloria martirial. Su Domingo de Ramos se convierte en su estreno de vida gloriosa. Se derrama su sangre por la furia asesina que siega su vida. Se convierte en víctima, en ofrenda sagrada.
Es el más joven de los que son masacrados ese día en tierras de Egipto. Su vida bautizada encuentra así su Pascua el día en que se inicia la Semana Santa. Una semana en que se desata también un ataque sorpresivo que es calificado como “pretexto inventado” para agredir. Que es comentado como “agresión al ejército que enfrentaba al terrorismo”. Y es defendido como respuesta a un ataque con armas químicas que afectó vidas inocentes.
Una semana en que se desplazan, de las más poderosas naciones, los transatlánticos capaces de lanzar misiles, aproximándose a blancos posibles en los continentes.
Era también el ambiente de Jerusalén hace dos milenios. Se preparaban las asechanzas para atrapar al Galileo y juzgarlo por blasfemia y sedición. Afirmará que es Rey y que su reino no es de este mundo. Profetizará su segunda venida gloriosa, habiendo ya afirmado que es Hijo de su Padre del cielo que lo envió.
Se rasgarán las vestiduras sus acusadores y lo declararán reo de muerte.
Hay un gran misterio en ese hombre. Es una persona divina. Enviado por el Padre Creador para una obra redentora, nace como hombre. Se inmolará como víctima inocente para que todos los culpables puedan ser objeto de misericordia, al ofrecérseles una salvación. La recibirán quienes lo acepten como Señor, Maestro, Salvador y Amigo. Vencerá la muerte con su resurrección al tercer día de su sepultura. Está vivo ahora, uniendo lo humano a lo divino eternamente en vida gloriosa.
“Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”, asegurará. Seguirá en la historia la presencia del trigo y la cizaña, de la verdad y la mentira, de la equidad y la injusticia, del amor y el odio, de la guerra y la paz. Siempre habrá quienes digan sí y quienes digan no.
La Pascua de la humanidad hacia la verdadera paz puede tener dolores de alumbramiento. No parecen ya tolerables la desigualdad injusta, la exclusión de lo diverso, el atropello de la dignidad y de la vida humana, el poder opresor,
Jesús, Hijo de Dios, Salvador, el Crucificado, el Resucitado ofrece su Verdad, su Vida y su Amor. Vino a ocupar el último lugar del servicio redentor, que será siempre el primer lugar del mejor amor que ha visto esta tierra… Vivimos una Semana Santa en un tiempo de mártires…