Trump: lo mejor es esperar lo peor
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Uno de los peores errores que podemos cometer los mexicanos es confiar en que nuestro destino depende de lo que se piense de nosotros fuera del territorio nacional. Lejos de tal posibilidad, lo que nos corresponde es desarrollar estrategias propias capaces de colocarnos en mejores estadios de desarrollo y progreso a partir de nuestras propias capacidades.
El comentario viene al caso a propósito de las múltiples especulaciones que, de éste y del otro lado de la frontera, se hacen respecto de cuál será nuestro destino a partir de las declaraciones del futuro Presidente de los Estados Unidos.
Donald Trump, está claro desde el primer día en que irrumpió en la escena política estadounidense, es un individuo que utilizará el nombre de México para justificar sus políticas y para apuntalar algunas de las decisiones que integraron su discurso de campaña.
Eso, en principio, no está mal: se trata de su personal estrategia para ganarse el favor –como ya lo hizo en el proceso electoral– de los ciudadanos estadounidenses, con el propósito fundamental de permanecer ocho años como principal inquilino de la Casa Blanca.
Que lo logre o no, es un asunto que importa fundamentalmente a los electores estadounidenses y serán ellos, dentro de cuatro años, quienes decidan si le otorgan o no la posibilidad de dirigir los destinos de su nación.
Los mexicanos, desde nuestro territorio, tenemos la obligación de velar por los intereses de nuestra sociedad y eso significa defender en primera instancia nuestra dignidad y, en segundo lugar, nuestra soberanía.
Pero tal defensa no se logra simplemente rechazando el discurso xenófobo que claramente identifica a quien asumirá en unos días la Presidencia de los Estados Unidos, y que se refleja en su insistencia de que será México quien pague, en última instancia, por el muro que su posición delirante plantea como una necesidad en la frontera entre ambas naciones.
La defensa de nuestra soberanía y orgullo nacionales se conquista en la medida en la cual nosotros trabajemos unidos en el fortalecimiento de nuestra propia planta productiva, en el desarrollo de las áreas económicas en las cuales podemos ser líderes y en la asunción de posiciones de rechazo absoluto a la intención de injerencia en nuestras determinaciones.
Donald Trump está equivocado, por supuesto: México no pagará la construcción de ningún muro ignominioso en la frontera con los Estados Unidos y no aceptará jamás el intento de imposición de una carga de tal naturaleza.
Pero la certeza de que el futuro Mandatario estadounidense está equivocado no puede surgir simplemente de repetir la frase anterior como un mantra, sino de la existencia de un proyecto para resistir los embates del megalómano que asumirá el poder en los Estados Unidos en unos días. Y ese proyecto no puede estar conformado sólo de buenas intenciones, sino sobre todo de acciones puntuales que nos permitan remontar este obstáculo que la historia nos ha puesto enfrente.