Un alcalde singular
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Todos los pueblos tienen en su historia alcaldes singulares. Algunos descuellan por pillos y otros por honestos, otros más por irascibles o contrariamente por su amabilidad; unos por enriquecerse y otros por dadivosos; unos por listos y otros por abusadores… En fin, de todo hay en la viña del Señor, pero pocos hay que sobresalen por ser justos.
Uno de estos últimos hubo en los primeros años de los sesenta, en Parras de la Fuente. Era un Madero, hermano del gobernador don Raúl Madero, y resultó alcalde electo precisamente cuando su hermano gobernaba el estado de Coahuila. Se llamaba Carlos y trabajaba en la fábrica textil “La Estrella” como responsable del área de tintura, era el encargado de poner el añil a la mezclilla para teñirla de su característico color azul. Como su salario era muy exiguo tenía una pequeña granja de nombre “Perico” en las afueras de Parras y le dedicaba todas las tardes. En la noche regresaba a su casa en su troca con dos o tres docenas de huevos y los ponía en venta en el zaguán de su casa. Para anunciar la venta de aquel producto, don Carlos había pintado y colocado personalmente un curioso anuncio que decía: “Se venden huevos de gallinas católicas y contentas”. Vencido por la curiosidad, según lo contaba Roberto Orozco Melo, parreño de nacimiento y saltillense de corazón, le preguntó a don Carlos la razón de los calificativos que puso a sus gallinas y este le respondió: “Pues mira, católicas porque obedecen al Papa y no se andan cuidando de evitar la concepción, y contentas porque les tengo un gallo para cada cinco gallinas. ¡Nomás mírales los ojitos!”.
Siendo alcalde, mandó a colocar unos letreros en la calle Treviño, lateral al sitio donde estaba la Presidencia Municipal, con una leyenda que ordenaba a los automovilistas estacionar sus vehículos al lado oriente durante las mañanas y al lado poniente por las tardes. Un regidor le preguntó el objeto de esa orden, a lo que replicó el presidente municipal: “¡Ah, pues muy fácil! Así los coches siempre estarán a la sombra”.
Había entonces en Parras dos sociedades mutualistas de las que don Carlos era socio y competidor en los torneos de ajedrez. Un día se le ocurrió “expropiar” los sanitarios de ambas sociedades y mandó que se facilitara su uso a los concurrentes a las ceremonias cívicas que se efectuaban en las plazas vecinas a los locales de las sociedades, pero eso sí, ellas debían ocuparse de la higiene de los sanitarios. El alcalde giró un oficio con la autorización de las tarifas: “Por hacer del uno: $.20; por hacer del dos, usando su propio papel higiénico: $.40, y por hacer del dos, más el papel higiénico respectivo: $1.00”. El concesionario de la cantina que funcionaba en la Sociedad Mutualista Juan Antonio de la Fuente consideró que el decreto de Madero era un abuso de autoridad y le dijo muy irritado: “¿Y cómo vamos a saber lo que hicieron? De una vez dígame qué más tengo que prestar”. “Pos huélelos si quieres, pero los servicios los prestas, y si quieres prestar algo más, pos allá tú”, le contestó el alcalde.
En una ocasión, un regidor se quejó del robo de su bicicleta, hurto muy frecuente en Parras. El alcalde acordó que se capturara a los responsables y se les encarcelara hasta el siguiente domingo, día en que debía sacárseles a dar 50 vueltas por ciertas calles del pueblo y alrededor de la parroquia de la Asunción, montando el cuerpo del delito y con un letrero colgando del cuello que dijera en letras rojas: “Soy ladrón de bicicletas”.
La anécdota la cuenta don Roberto Orozco Melo, de feliz memoria, político y alcalde él mismo de Saltillo, en su libro “De Carne y Huesos”, y afirma que se encuentra registrada en las actas del Cabildo del municipio de Parras.