Vámonos para Cotija...
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Nació en Cotija don Rafael Guízar y Valencia.. Es la ciudad, entiendo, que más obispos ha dado a la Iglesia mexicana. Levítica ciudad, y muy cerrada. Hasta los matrimonios, dicen, se hacen de modo de conservar “la sangre’’ y que no salgan de la familia las fortunas.
“... Vámonos para Cotija,
ahí son buenos cristianos:
para no perder la sangre
se casan primos hermanos...’’.
Los cotijenses tienen en mucho su palabra de honor.
-Patrón, aquí hay un cliente que pide fiado. Dice que es de Cotija.
-Si es de Cotija el hombre fíale toda la tienda. Pagará.
Rafael Guízar y Valencia fue inclinado a la santidad por su madre, que era santa mujer. Desde pequeñito le daba lecciones de bondad.
-Toma este pan, Rafaelito, y llévaselo a ese pobre que está en la puerta. Pero antes de dárselo besa el pan como agradecimiento de que lo puedes dar. Cada pan que das al que tiene hambre es un peldaño en la escalera que te lleva al cielo.
Rafael Guízar hizo sus estudios en el seminario de Zamora. Esta población tenía en ese entonces -1896- 12 mil habitantes. De ellos, 7 mil comulgaban los primeros viernes. Pero además de muy devota la gente de Zamora era muy laboriosa. “Pa’ camotes, leche y gente trabajadora, Zamora’’. Ahí aprendió el joven Rafael a trabajar. Y otra cosa aprendió, muy importante: a administrar los bienes de la tierra como medio para acercarse a los del cielo.
Apenas se ordenó sacerdote Rafael Guízar emprendió una labor creadora que sólo había de interrumpir su muerte. Una de las primeras cosas que hizo fue fundar en Zamora un colegio para niñas, el Teresiano. Solía decir: “Quien educa a un hombre educa a un hombre. Quien educa a una mujer educa a una familia’’. A ese colegio asistieron dos niñas. De ellas fue profesor el padre Guízar, y a ambas dio la primera comunión. Las dos llegarían a ser primeras damas de México: Josefina Ortiz, futura esposa de Pascual Ortiz Rubio, y Amalia Solórzano, quien casaría con el general Lázaro Cárdenas.
Poco después su obispo envió al joven sacerdote a un pequeño pueblo: Peribán. No le importó a Rafael la escasa feligresía en su parroquia, pues conocía el dicho de San Francisco de Sales: una sola alma es suficiente diócesis para un obispo. Más de una encontró el padre Rafael en Peribán. De las primeras que vino a su cuidado fue la de un terrible sujeto llamado Diego Navarro. Soberbio, malvado, debía varias vidas. El padrecito se le pegó como tábano. Iba a su casa a discutir con él, le hablaba de Dios y sus misericordias. Por fin el tal Diego aceptó hacer confesión general de sus pecados. Estaba sinceramente arrepentido. Oyó misa y comulgó. Al salir del templo... Pero se me acabó el espacio. Mañana diré lo que le sucedió a ese Diego.