Unión o transformación,
hay que decidir
En días pasados el presidente de la República, en un extraño pronunciamiento, llamó a la unidad a todos los actores económicos y políticos para creer en su proyecto prometiendo que él tampoco atacaría a nadie, y así crear armonía en medio del caos actual. La propuesta es interesante porque es justo a medio sexenio, tal como siempre se hizo por presidentes del “antiguo régimen”.
La pregunta obligada es por qué hace su llamado, no el tiempo en que lo hace. Aunque su popularidad sigue siendo alta, 53 por ciento en los últimos datos en promedio de las diferentes encuestas, es claro que ya no goza de la misma capacidad de influencia en los ciudadanos. Recientemente ha habido tres hechos clave que han mermado todo su sistema, porque no sólo es la parte política, sino la económica y su proyecto de nación del cual ya no queda nada, por la razón que se quiera. Y es aquí donde intervienen los datos.
Primero, los 114 mil millones de pesos, el costo oficial de la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Además, hay que sumar 665.9 millones de dólares que se tiraron a la basura con la cancelación del proyecto de la planta de Constellation Brands en Mexicali con una consulta popular, más un sin fin de otras acciones que han llevado a una disminución de la inversión extranjera directa y también la nacional. La pandemia ha traído como consecuencia el cierre de empresas de todos tamaños en la economía nacional. Esto ha ocasionado una mayor concentración empresarial en todos los sectores, lo que ha creado posiciones casi monopólicas. Ya no se puede ocultar que el presidente ya no puede culpar de esto a nadie más que a él mismo. Han sido sus decisiones las que han ocasionado el daño a la economía que, si los pronósticos más importantes se cumplen, este año crecería el PIB 6 por ciento, el siguiente 3 por ciento y de allí en adelante 2 por ciento. Lo anterior significa que habría que esperar 4 años más para poder recuperar el nivel de 2019. A pesar de los discursos presidenciales para intentar convencer a la gente de que se está bien, las carteras están sin dinero y ya la gente lo está resintiendo. Las palabras no llenan los estómagos vacíos de una parte de la población.
En segundo lugar, se ha sostenido en esta administración, que no se ha contratado más deuda. Suponiendo que así fuera (no lo es, allí están los datos), el problema es que para 2022 forzosamente tendrá que haber endeudamiento porque simplemente el presupuesto no es suficiente. Si quitamos todas las obligaciones presupuestales que tiene el gobierno federal el año que viene como pensiones y jubilaciones, las megaobras, transferencias a los estados, entre otros, sólo queda el 4.3 por ciento del PIB como recurso disponible para cubrir las necesidades del país. Además, si a eso le restamos el endeudamiento financiado sanamente (con ingresos nacionales), sólo queda el 2.3 por ciento del PIB como lo único que se puede gastar. Sólo alcanza para educación y desarrollo social o defensa y salud, no se podrían los dos esquemas porque no alcanza. Ante la disyuntiva planteada, el gobierno federal tendrá que recurrir a pedir prestado, de aquí hasta que termine el sexenio. Inyectar dinero a Pemex, seguir dando dinero en programas sin impacto real y las obras insignia del presidente, ya acabaron con todo el dinero disponible y el que estaba bajo resguardo. El asunto aquí es que el sexenio ya no tendrá los fundamentos de la nueva nación que se pretendía refundar. Lo que es peor y sólo como referencia, hay 10 millones más de pobres.
El último asunto es una suma de pequeños elementos que están creando un huracán político para el presidente, que si bien es un as en este aspecto, todo parece indicar que haga lo que haga, va a tener que pagar alguna consecuencia. La persecución de los 31 científicos acusados de lavado de dinero y delincuencia organizada es una venganza que el fiscal ha tomado sin medir las consecuencias. A nivel nacional e internacional, la imagen de México se ha demeritado, se hacen burlas comparando al presidente con Daniel Ortega, de Nicaragua y en general con todos los “dictadores” de América Latina, porque Gertz Manero, el fiscal, viene a ser una suerte de “pistolero” dentro del gabinete. Por si fuera poco, el accidente de la Línea 12 del Metro no ha dejado de estar presente en los medios de comunicación a pesar del esfuerzo presidencial y de los propios involucrados (Ebrard y Sheinbaum) por sepultar el tema. Hay que agregar que dada la reconfiguración de la Cámara de Diputados en la actual legislatura que no le dará y le molesta políticamente, los intereses presidenciales de un regreso a las energías sucias de los setentas, eliminar el Instituto Nacional Electoral y la política de abrazos, no balazos contra los malhechores, han hecho decaer en los ciudadanos cualquier esperanza de que el actual gobierno realmente pueda mejorar lo que hoy pasa en México.
Para fines prácticos, este sexenio está terminado, por eso se habla más de la sucesión presidencial de 2024 que de los problemas actuales de la economía y de la sociedad. Ya ni siquiera se presiona a las aerolíneas a que vayan a un aeropuerto sin vialidades adecuadas o peor aún, sin conexiones; una refinería que se inunda constantemente, y que lo único que bombea es agua, no gasolina; y un tren que ya no se sabe a dónde va. Estos son los derroteros de un país que se encuentra sin rumbo al ser dirigido por ocurrencias sin fundamento. Alguna vez alguien dijo que no eran necesarios los economistas o que gobernar era muy sencillo. Aquí están las consecuencias de esas locuras.
México ya no tiene una segunda oportunidad, lo que queda del sexenio será navegar en aguas complicadas enmarcadas por deuda, politiquería recurrente y una preocupación de los que sabemos que la economía va cuesta abajo por malas decisiones y un enfoque equivocado. Transformar no significaba destruir, sino tomar lo que ya estaba y funcionaba para mejorar todo lo demás. Parece que no había nada que sirviera para quien llegó a Palacio Nacional.