¿Y qué sucedió luego?
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No puedo contar la historia con detalles. De estas historias no suele haber constancia en los archivos. Muy afortunado fue mi ilustrísimo paisano don Artemio de Valle Arizpe por haber encontrado en los de la Ciudad de México, muy bien documentada en un copioso expediente que llenaba varias salas, del piso hasta los techos, la crónica profusa de los amores y amoríos, estrepitosos adulterios, picantes aventuras, devaneos y variadísimas expediciones sentimentales de doña María Ignacia Rodríguez de Velasco y Osorio Barba, rico y abundante material con el cual pudo dar forma a su sabroso libro “La Güera Rodríguez”, que le dio buenos dineros y sonorosa fama.
De lo que le sucedió al doctor don José Eleuterio González, “Gonzalitos”, con su esposa Carmen Arredondo no hay muchos datos. Y si los hubiera yo los cubriría con un discreto velo. No de pudor sería ese velo, pues muchas veces el pudor no es sino la hipocresía con aureola. Taparía esos datos con el manto de la piedad humana, que es la más suave y cortés forma de la caridad.
Diré, sí, porque eso importa a mi relato, que el general Mariano Arista enamoró a doña Carmen, la esposa de “Gonzalitos”, y la hizo caer en sus redes de galante seductor. Dicen que se veían los amantes en la bonita finca que poseía Arista en Monterrey. Dicen que luego, cuando el escándalo estalló (los escándalos sirven para estallar) Arista se llevó a doña Carmen a su hacienda de Mamulique, situada en el actual camino entre Monterrey y el Mall del Norte. Ahí, afirma la tradición oral, la esposa de Gonzalitos, concibió un hijo del general Arista. Y sigue diciendo la misma tradición que cuando llegó el momento de darlo a luz la comadrona encargada de atender a la señora Carmen en su parto se dio cuenta de que la criatura venía en mala posición, y que corría peligro no sólo la vida del nonato, sino también la de la parturienta.
¿Qué hacer? Yo imagino aquella escena (para atenuar los rigores de la Historia a veces hay que imaginar; lo que no sé todavía es qué hacer para atenuar los rigores de la imaginación): doña Carmen sufriendo en un lecho, mueble en el que todos sus males comenzaron; la comadrona, asustada por la responsabilidad que se le venía encima, corriendo de un lado a otro de la habitación sin acertar a hacer nada a las derechas; afuera don Mariano Arista, quizá dándose a todos los demonios por haber comenzado una aventura que nunca pensó le causaría aquellos sobresaltos.
Arista habría preguntado a la partera qué hacer en tan extremo trance. Y la mujer, temerosa de ser castigada por solo pronunciar el nombre, habría dicho que el único capaz de arrancar a la señora de las garras de la muerte era el doctor Gonzalitos.
Dejo la historia en manos de la tradición. El general Arista, venciendo todo escrúpulo, hizo que sus hombres fueran a Monterrey a traer de grado o por fuerza al doctor González. No fue menester usar violencia alguna para conseguir que Gonzalitos fuera a Mamulique. Su juramento lo obligaba a prodigar su ciencia a todo ser humano, aun a quien mayor agravio hubiérale causado. Fue pues Gonzalitos a la hacienda de Arista; atendió a quien alguna vez fue la mujer amada, y no sólo le salvó la vida, sino que felizmente trajo al mundo al hijo que en su esposa engendró el hombre causante de su deshonor. Termina así esta triste historia. No sé si el final es triste o es feliz. Pero en alguna forma debo terminar este relato, que prolongué ya demasiado. FIN.