Tarará, el pueblo cubano que curó a los niños de Chernóbil
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El documental dirigido por Ernesto Fontán cuenta la historia de un proyecto organizado por el gobierno cubano para curar a un grupo de niños ucranianos afectados por la radiación del accidente nuclear
Un par de años después del desastre nuclear de Chernóbil, de 1986, los habitantes de las regiones cercanas a esta ciudad comenzaron a sentir los síntomas de la radiación que llegó a abarcar buena parte de Europa. Miles de niños y niñas de Ucrania, en este caso, sufrieron padecimientos que las autoridades de su país y de otras naciones como Estados Unidos desestimaron y los desahuciaron. Condenado al sufrimiento y la muerte Cuba salió a su rescate y puso en marcha un programa humanitario que salvó vidas y que unió a estos dos pueblos.
El documental “Tarará” (2021) cuenta la historia de este grupo de niños, los especialistas médicos y todas las personas detrás del Campamento de los Pioneros José Martí y del Programa Humanitario Chernóbil que de 1990 al 2011 ayudó a más de 26 mil niños y niñas, algunos de los cuales se quedaron a vivir en la isla e hicieron allí sus vidas.
En entrevista con VANGUARDIA, el director argentino, Ernesto Fontán, explicó que este largometraje, que está ahora en exhibición en streaming a través del Festival Internacional de Cine de América en Hidalgo, nació como un proyecto del Espacio de la Fraternidad Argentino-Cubana, de Buenos Aires, donde querían desarrollar un proyecto en el marco del 60 aniversario de la Revolución Cubana, que se conmemoró el 1 de enero del 2019.
“Teníamos en claro que la temática iba a ser sobre solidaridad cubana con el resto del mundo, que hay mucha tradición, una vocación de hermandad con otros países. Uno de nuestros amigos nos dijo la historia de los niños de Chernóbil en Tarará, que no conocíamos. Pusimos manos a la obra para investigar eso y en dos meses de pre-producción tuvimos todo listo para el 1 de enero del 2019 estar grabando en Cuba”, explicó el autor de este filme que es, además, su ópera prima.
El proyecto que se describe en el filme comenzó justo un año de que empezara una de las etapas más duras de Cuba, tras la caída de la Unión Soviética en 1991 y el posterior bloqueo comercial impuesto por Estados Unidos. El documental destaca cómo, a pesar de la crisis económica que se vivió debido a estas circunstancias, Fidel Castro mantuvo la ayuda a los jóvenes ucranianos, quienes llegaron al poblado de Tarará, ubicado unos 27 km de La Habana, para recibir tratamiento médico.
“Cuba es un país muy político, donde se hace mucho hincapié en lo que fue la Revolución Cubana y los valores. Hablamos de lo que fue la alfabetización del año 61, de otros varios temas donde queremos pintar lo que fue el plan, no solamente la idea de Fidel Castro, sino todo un pueblo que ha ayudado a estos chicos”, explicó Fontán.
“Las historias son muy humanas, muy crudas también. No solo hablamos de los chicos y sus dolores físicos, y la desprotección también, por haber venido tan chiquitos de otro país, muchos de ellos huérfanos, y donde el idioma fue una barrera fuerte. Tratamos de hacer hincapié en cómo fueron acogidos, desde el primer día que empiezan tratamiento y cómo los niños cubanos los reciben con frutas, con dulces, con flores, y de ahí el vínculo de las infancias y dos culturas tan diferentes se unen, queríamos resaltar esa hermandad del pueblo cubano al pueblo ucraniano, donde a priori no había mucho vínculo, más allá de los intereses económicos y políticos”, agregó.
Si bien en el filme se narran los episodios más crudos —desde los padecimientos como vitiligo, psoriasis y lecuemia provocados por la radiación, hasta menciones de que muchos de los niños eran huérfanos—, Fontán destacó que el objetivo de esta producción es mostrar “que siempre se puede brindar una mano amiga y tender puentes, construir puentes, esa era la clave de la película”.
“Uno no pensaría ayudar a tanta cantidad de chicos, se construyó un hospital, casitas y una ciudad entera para ayudar, no nos entraba en la cabeza. Y allá en Cuba era como lo natural y hasta mucha gente no conocía esa historia. Tarará es una ciudad que está un poco alejada del centro de La Habana, a 27 km, entonces los niños que llegaban iban directo a la ciudad y vivían ahí todo el tiempo que duraba el tratamiento”, continuó.
Si bien la historia de los niños de Tarará no tuvo un gran impacto mediático en su momento —y Fontán contó que los propios pobladores de las cercanías lo recordaban como un episodio más de la historia cubana—, y más allá de la importancia que el equipo de producción, como foráneos, le dio a este acontecimiento, sus protagonistas lo recuerdan con mucho amor.
“Venían con muchísimo dolor desde el otro lado del mundo y sin embargo el recuerdo era muy cálido, porque crecieron mientras fueron atendidos; crecieron en ese manto de contención; las traductoras fueron como las madres, estaban todo el día con ellos para poder entender el idioma. Entonces ese vínculo con las traductoras y las enfermeras fue muy fuerte”, mencionó el director.
“Fuimos ocho personas en el equipo y para todos nosotros fue un cambio conocer estas historias, un antes y un después de este viaje. Nos llenó porque conocimos una situación en que se valora mucho la solidaridad en Cuba, el tema de extender una mano. Se habla mucho de amor y se da mucha importancia a las infancias”, concluyó.
“Tarará” podrá verse hasta el 26 de septiembre a través de la plataforma Vix, como parte del Festival Internacional de Cine de América en Hidalgo, primer espacio fuera de Argentina donde se proyecta, antes de continuar con su ruta en otros festivales del mundo.