Arrullos: apuntes
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Ellos han visto el arcoíris en el fondo del valle,
donde el año ha dado a los árboles un denso tinte rojo,
donde las nubes organizan la fulgurante coronación
de un rey.
Vicente Gerbasi
“Los Niños”
Una de las actividades que abrieron el Festival Cultural de Saltillo, el viernes 21 de julio anterior, a las 18:00 de la tarde, fue la presentación del montaje “Arrullos para Benjamín” -en el Centro Cultural García Carrillo-, del joven dramaturgo moreliano Hasam Díaz (1987), que produjo Proyecto Finisterre Teatro, dirigido por José Luis Zamora.
La obra y el montaje pueden percibirse y leerse desde diversos puntos de vista, sin que esto signifique restar la emotividad y la capacidad técnica de las que se hace derroche en este trabajo escénico, tanto por parte del dramaturgo como del director de escena y de los actores: Rafael Hernández (“Hugo”) y Bernardo Vega (“Benjamín”).
Un punto de vista tendría que tomar en cuenta aquello que el autor español José Sanchis Sinisterra llama “narraturgia”, es decir, la sustancia narrativa de cualquier obra de teatro, pues éstas cuentan siempre, en mayor o menor medida, una historia. El asunto es que en el teatro contemporáneo esa historia ya no se cuenta sólo a partir de los diálogos de los personajes, sino con base en recursos antes exclusivos de la literatura narrativa, ejecutados hoy por los actores que representan a los seres imaginados por el dramaturgo.
Por alguna razón Aristóteles llama “fábula” a “las cosas sucedidas” en una obra dramática. Esas “cosas que suceden” conforman la acción y ésta no es sino la estructuración de la historia que se cuenta –que se habla- en un drama. Drama: trama: acción: historia: fábula: habla. El habla narrativa o “fabulística”: los personajes de un drama viven, de manera dialógica, una historia; los actores la re-presentan.
Desde hace algunas décadas muchos autores y algunos críticos empezaron a cuestionarse el protagonismo de la palabra en el teatro. Entonces reapareció una antigua forma del drama: el ritual que, con otros nombres, ha cimbrado las bases de lo que hasta hace poco parecía inamovible. El “happening” y el “performance” –rituales urbanos-, sumados a otras formas interdisciplinarias del arte, han transfigurado nuestra concepción del teatro.
Todo esto es muy claro en “Arrullos para Benjamín”, aunque esta obra corresponde a un momento y a un contexto social que ha dado una vuelta en redondo por la historia del drama, de la dramaturgia y del teatro. Después de un gran número de teorías y de corrientes, hemos llegado a un instante crucial: ¿el teatro debe ser verbal o no-verbal? Esto es: a lo largo de la historia se ha privilegiado al lenguaje articulado en los escenarios occidentales; a partir de
Meyerhold, y después, de Beckett- el edificio de “la razón verbal” en el drama empieza a desmoronarse.
“Arrullos para Benjamín”, como otras obras de autores extranjeros y mexicanos, se mueve en el ámbito del “teatro verbal”, en este caso narrativo –por eso la alusión a la noción de “narraturgia” de Sanchis Sinisterra-, pues obedece a una de las ramificaciones de esa vertiente del drama contemporáneo.
Sin embargo, quien lea el texto o asista a su representación, advertirá en esta obra dos planos dramáticos: uno se da en un “aquí” y un “ahora” propios de la tradición, por decirlo así; otro es producto de lo que narran los personajes. Así, el lector/espectador tiene ante sí una historia que se desplaza en dos planos temporales: un “presente escénico” -el que vemos en el foro- y un “pretérito narrado” –su historia previa, de la cual nos enteran los hermanos-: la ausencia de un ser imprescindible cuyo abandono determinó su vida. El diálogo intermitente de estos planos se resuelve en una obra de gran fuerza emotiva y escénica.
Este binomio es un correlato de otro, de antigua estirpe: el enfrentamiento entre la realidad y la fantasía. Benjamín es un niño de 8 años; Hugo, un adolescente de 16. Estos son los únicos personajes de la obra, pero entre ambos nos hacen sentir la presencia de una madre, la ausencia de un padre, un mago, una sirena, un lago, algunas mariposas y otros seres y ambientes. Juegan entre ambos y al jugar construyen un mundo de fantasía que se combina con la realidad hasta que, a la postre, Hugo debe hacer ver a su hermano la realidad real en pleno.
Hay otro correlato importante: el “adentro” y el “afuera” en que sucede la historia. Bernardo y Hugo hacen de su cuarto un “adentro” en el que la magia puede aparecer en cualquier momento: Hugo es el que logra hacer de la vida todo un juego maravilloso para su hermano y para él mismo, a pesar del engaño. Una vez convertido en mago, Bernardo y el mismo Hugo se creen el juego y nosotros –los espectadores- entramos en él, literalmente encantados. De pronto y por momentos todo se torna meta-teatro: nosotros sabemos que ellos saben que nosotros sabemos que ellos saben. O mejor: ellos saben que nosotros sabemos que ellos saben que nosotros sabemos.
“Afuera” está el lago, la búsqueda, el cuestionamiento. El lago: el agua: el origen. No es necesario ser un experto en psicología, ni interrogar a Freud, ni a Jung, ni a Bachelard para comprender. De “afuera” llega el mensaje y “afuera” es a donde Benjamín pretende ir en busca de su fuente más próxima, la justificación de su vida de niño.
Entre estos planos y correlatos tenemos el juego, el diálogo y, especialmente, la narración de los personajes. Gracias a ellos sabemos, en ciertos momentos, lo que anhela Benjamín y lo que pretende ocultar Hugo. Gracias a la narración entendemos qué sucedió en el pasado; sin ello no habría drama, sin ello no tendríamos “Arrullos para Benjamín”.
En una hora de representación, los actores y el director llevan al público de un juego festivo y mágico a un irremediable drama familiar, y de esto, a algo aún más profundo: cuánta orfandad anímica hay en nosotros, cuánta necesidad de ser amados, qué solos estamos en esta inopinada aventura que llamamos “la vida”. Comprendemos todo lo que la infancia tiene de irrecuperable y cómo es posible destruir para siempre la vida de un ser humano desde la infancia.
Dicho así, todo esto podría sonar bastante cursi a cualquier lector, pero es necesario saber que la vida de la humanidad está llena de ese tipo de “cursilerías”, aunque nos creamos “avant-la-lettre”, “yupis”, “outsiders”, “ultra prendidos”, “rebeldes post existencialistas”, “malditos” o lo que se quiera. Por lo demás, “Arrullos para Benjamín” es la otra cara del melodrama barato que se puede sufrir diariamente en la televisión casi a todas horas; nada tiene que ver esta obra con ese tipo de representaciones.
José Luis Zamora, director de esta puesta en escena y coordinador de Proyecto Finisterre Teatro, alcanza un alto grado de calidad y demuestra que tiene la aptitud no sólo para leer con profundidad un texto dramático sino también la habilidad, salvo algunos momentos, para manejar el espacio escénico y para dirigir actores, lo que no es fácil.
Uno de esos momentos perfectibles: aquel en el que Hugo hace descender el vuelo de una mariposa negra hasta el pecho inmóvil de Benjamín, que se encuentra recostado sobre la cama. ¿Cómo resolver este brevísimo pero vital pasaje dotándolo de un gramo más de plasticidad? El director y su actor tienen la respuesta.
Rafael Hernández (“Hugo”) se revela por fin como lo que es: un actor con todo a su favor. Sin ínfulas y con un buen peso escénico, captura de inmediato la atención del público. Voz dúctil y sin engolamientos y una elástica agilidad corporal completan las virtudes de este actor que hace su trabajo sin sentirse Lawrence Olivier. Y lo hace muy bien.
Bernardo Vega representa a un “Benjamín” difícil de olvidar. Quién sabe quién pudo haber “interpretado” mejor a este niño que Bernardo Vega convierte en entrañable. No recuerdo haberlo visto antes, pero este trabajo me basta para saber que Bernardo Vega es un actor de gran talento.
Aquella tarde de viernes, mientras veía la función en el García Carrillo, pensé en las “Kinderszenen” (Escenas de la Infancia) de Schumann –en particular la número 7-, en toda esa “literatura para niños” que nutrió la infancia y la adolescencia de tantos –Andersen, Perrault, Grimm, “Corazón”, de Edmundo de Amicis, Las Mil y Una Noches, Verne, Collodi, Salgari, Alcott y tantos más- y en lo que puede hacer de la infancia un paraíso o un infierno. Me quedo con la “Escena” 7 de Schumann. Y a partir de hoy, con “Arrullos para Benjamín”, de Hasam Díaz, en el montaje de José Luis Zamora y con la actuación de Rafael Hernández y Bernardo Vega.
Ellos han visto el
arcoíris en el fondo del valle,
donde el año ha dado a los árboles un denso tinte rojo,
donde las nubes
organizan la
fulgurante coronación
de un rey.
Vicente Gerbasi
‘Los niños’
Una de las actividades que abrieron el Festival Cultural de Saltillo, el viernes 21 de julio anterior, a las 18:00 de la tarde, fue la presentación del montaje “Arrullos para Benjamín” -en el Centro Cultural García Carrillo-, del joven dramaturgo moreliano Hasam Díaz (1987), que produjo Proyecto Finisterre Teatro, dirigido por José Luis Zamora.
La obra y el montaje pueden percibirse y leerse desde diversos puntos de vista, sin que esto signifique restar la emotividad y la capacidad técnica de las que se hace derroche en este trabajo escénico, tanto por parte del dramaturgo como del director de escena y de los actores: Rafael Hernández (“Hugo”) y Bernardo Vega (“Benjamín”).
Un punto de vista tendría que tomar en cuenta aquello que el autor español José Sanchis Sinisterra llama “narraturgia”, es decir, la sustancia narrativa de cualquier obra de teatro, pues éstas cuentan siempre, en mayor o menor medida, una historia. El asunto es que en el teatro contemporáneo esa historia ya no se cuenta sólo a partir de los diálogos de los personajes, sino con base en recursos antes exclusivos de la literatura narrativa, ejecutados hoy por los actores que representan a los seres imaginados por el dramaturgo.
Por alguna razón Aristóteles llama “fábula” a “las cosas sucedidas” en una obra dramática. Esas “cosas que suceden” conforman la acción y ésta no es sino la estructuración de la historia que se cuenta –que se habla- en un drama. Drama: trama: acción: historia: fábula: habla. El habla narrativa o “fabulística”: los personajes de un drama viven, de manera dialógica, una historia; los actores la re-presentan.
Desde hace algunas décadas muchos autores y algunos críticos empezaron a cuestionarse el protagonismo de la palabra en el teatro. Entonces reapareció una antigua forma del drama: el ritual que, con otros nombres, ha cimbrado las bases de lo que hasta hace poco parecía inamovible. El “happening” y el “performance” –rituales urbanos-, sumados a otras formas interdisciplinarias del arte, han transfigurado nuestra concepción del teatro.
Todo esto es muy claro en “Arrullos para Benjamín”, aunque esta obra corresponde a un momento y a un contexto social que ha dado una vuelta en redondo por la historia del drama, de la dramaturgia y del teatro. Después de un gran número de teorías y de corrientes, hemos llegado a un instante crucial: ¿el teatro debe ser verbal o no-verbal? Esto es: a lo largo de la historia se ha privilegiado al lenguaje articulado en los escenarios occidentales; a partir de Meyerhold, y después, de Beckett- el edificio de “la razón verbal” en el drama empieza a desmoronarse.
“Arrullos para Benjamín”, como otras obras de autores extranjeros y mexicanos, se mueve en el ámbito del “teatro verbal”, en este caso narrativo –por eso la alusión a la noción de “narraturgia” de Sanchis Sinisterra-, pues obedece a una de las ramificaciones de esa vertiente del drama contemporáneo.
Sin embargo, quien lea el texto o asista a su representación, advertirá en esta obra dos planos dramáticos: uno se da en un “aquí” y un “ahora” propios de la tradición, por decirlo así; otro es producto de lo que narran los personajes. Así, el lector/espectador tiene ante sí una historia que se desplaza en dos planos temporales: un “presente escénico” -el que vemos en el foro- y un “pretérito narrado” –su historia previa, de la cual nos enteran los hermanos-: la ausencia de un ser imprescindible cuyo abandono determinó su vida. El diálogo intermitente de estos planos se resuelve en una obra de gran fuerza emotiva y escénica.
Este binomio es un correlato de otro, de antigua estirpe: el enfrentamiento entre la realidad y la fantasía.