La Terquedad y sus mini ficciones
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Hoy celebro primordialmente el milagro de la literatura, de la palabra que vale la pena lo suficiente para que editores de la categoría de Jesús de León se embarquen en la empresa complejísima de dar a luz otro libro, en este caso de mini ficciones, ese género literario extraño al que honra bien el título del libro, Coitus interruptus, ya que a uno le dan ganas de más, y sin embargo, uno se queda con ese sabor de materialidad, de ingreso a una escena; es una clara sensación, una atmósfera vívida, que hizo posible, con escasas líneas, el viaje de la imaginación.
Las mini ficciones de Armando Alanís, son de una línea apenas, o dos. O cinco cuando mucho. Y claro, como todo acto creativo se resiste a la camisa de fuerza de la estructura, este libro arroja un texto extenso, digo, comparándolo con el resto: dieciséis líneas para El dedo asesino, ficción de una precisión que lo deja uno helado, porque además, como nada es casualidad -y si lo es, ha caído perfecto- se publica en un contexto de descomposición política y de corrupción generalizada, y da cuenta de esa sensación de importancia que a muchos nos embarga, una impotencia que se sublima, creo, en esta narración en donde el autor ejerce la justicia por mano propia, y que cito de refilón, con el interés de que adquieran el libro: un hombre decidió aplastar hormigas rojas diminutas, ese hombre era un diputado.
Otra de las mini ficciones, que se suman al ánimo sarcástico, al humor negro, a la burla y el desenfado que permea en el libro, es Contorsionista, que muestra la polisemia viva que se mueve en el texto y que nos deja ver cómo escasas palabras, permiten acelerar la imaginación: Cito esta mini ficción: “La contorsionista dejó a su marido hecho un nudo en la cama y se vino con el payaso.” Pocas palabras y bien colocadas, como agujas de claridad y desvergüenza. Y aquí cito solo dos mini ficciones más, una se llama Político: “Se tragó sus palabras y murió de indigestión.” Y la otra se llama Cementerio: “La memoria es un cementerio donde los muertos están vivos. Y apestan.”
Armar un libro de mini ficciones ahora que la virtualidad permite que naveguen por la red toda suerte de mensajes, sin que esto signifique un gasto alguno, es un acto antiguo, un gesto delicado, es el amor por el objeto libro. Celebro que Jesús de León, autoridad narrativa en Coahuila, personaje y leyenda viva, continúe con su esfuerzo editorial. En el nombre lleva el retrato del editor: La Terquedad ediciones. Sí, Jesús de León es un hombre terco, y la terquedad es fuerte, es una sustancia necesaria en estos tiempos. ¡Mira que seguir editando libros y en forma independiente, marcando la norteñidad, la identidad desértica y polvosa! Tarea de necios y tercos, que se premia cuando se ve que el libro viaja de una mano a otra, de una cita a otra.
Celebro el retorno de Armando Alanís, un escritor prolífico, de oficio y resistencia, quien vuelve a publicar en ediciones coahuilenses, luego Las lágrimas del Centauro, uno de sus libros, y el que le valiera mayor difusión y presencia como un autor apasionado de Villa y de otros acontecimientos históricos. Alanís no escoge cualquier editorial, escoge la editorial de un hombre cuya visión ácida y clara –aunque moleste-, le hace bien a la parsimonia de esta ciudad.
claudiadesierto@gmail.com