AMLO: seis meses menos
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Digámoslo pronto y digámoslo claro: lo más destacable del primer semestre de la administración encabezada por Andrés Manuel López Obrador es el paso del tiempo, pues ello nos acerca a la fecha de caducidad de un gobierno caracterizado por las ocurrencias y no por las ideas.
Lo he dicho antes pero vale la pena reiterarlo: nunca he votado por López Obrador, pero deseaba su triunfo en la elección de 2018. Y lo deseaba, lo reconozco sin ambigüedades, por razones contrarias al afecto.
Me explico: si AMLO nunca lograba convertirse en Presidente conquistaría (desde mi punto de vista, claro) un inmerecido lugar en la historia: el de una suerte de “mártir” de la democracia a quien se le impidió llegar al poder para transformar al País en un edén… como su natal Tabasco.
Si nunca ganaba quedaría eternamente flotando en el ambiente el mito del “profeta sacrificado”, del “iluminado obstruido” en cuyas manos estuvo la única posibilidad de superar el calamitoso estado del País.
Contrario a tal patraña, hoy tenemos la posibilidad de atestiguar cotidianamente, sin maquillajes, las limitaciones, la torpeza, la incapacidad y la ignorancia de un Presidente para quien el ejercicio del poder no demanda conocimientos, experiencia o inteligencia, sino sólo voluntad.
Con la vista fija en el retrovisor y pertrechado detrás de la infalible coartada de “los otros datos”, el gobierno lopezobradorista conduce la nave nacional de espaldas a la realidad, largando pretextos y explicaciones pueriles para justificar sus ineficiencias.
Así, el incremento en las cifras de violencia, el surgimiento de signos preocupantes en el comportamiento de las variables macroeconómicas, la disminución en la confianza internacional hacia el País, el desabasto de medicamentos, la pifia en la compra de las pipas para Pemex, el caos originado por el cierre de estancias infantiles, la eliminación del presupuesto para llevar niños brillantes a una competencia internacional de matemáticas, todo… es culpa del pasado neoliberal.
A nadie debe extrañar la vocación de la autodenominada “cuarta transformación” para negar sus errores, pues la incapacidad para el ejercicio de la autocrítica es la principal característica de los déspotas.
El tiempo, para desgracia del nuevo equipo gobernante, es implacable, y su transcurso inexorable va dejando cada vez menos espacio para echarle la culpa al pasado y evidencia cada día más las insuficiencias de un equipo endemoniadamente eficaz para cosechar los votos generados por el hartazgo y la indignación -absolutamente justificados, por lo demás- pero carente de capacidad para gobernar con tino el país.
Los errores cometidos en el primer semestre de gobierno son muchos y buena parte de ellos muy graves. Pero el gas todavía le alcanza al Presidente -y le seguirá alcanzando por algún tiempo más- para mantener encendida la llama de la esperanza, vendida en forma de siglas partidistas.
Se ha precisado antes pero siempre es bueno repetirlo, porque los acólitos acríticos del lopezobradorismo, a quienes ciega la fe religiosa en su líder, olvidan convenientemente los hechos: personalmente no considero mejores a los gobiernos anteriores, ni pretendo ubicar a esta administración al final de la fila en el ranking de la eficacia.
Mi punto es otro y a la luz de las evidencias me sostengo en la afirmación: López Obrador no es diferente a otros políticos mexicanos, sino exactamente igual a todos los demás. Está afectado de los mismos vicios y acusa los mismos defectos, como va quedando cada vez más claro.
ARISTAS
Quienes defienden a ultranza al mesías tropical -Enrique Krauze dixit- señalarán como el gran signo distintivo de esta administración el “frontal combate” a la corrupción, monstruo de mil cabezas alimentado por sucesivos gobiernos, priistas y panistas, cuyos integrantes dilapidaron las múltiples oportunidades generosamente obsequiadas a ellos por el electorado.
Y señalarán, muy seguramente, el arresto de Alonso Ancira Elizondo, ocurrido en la semana, como una de las evidencias contundentes del compromiso del Presidente con el cumplimiento de ésta, su principal promesa.
Debemos estar atentos, sin duda, al desarrollo de los acontecimientos en torno a este caso. Se trata de una prueba de fuego para dos de los más conspicuos integrantes del equipo gobernante: Santiago Nieto y Alejandro Gertz Manero.
No se trata aquí de si existe una convicción generalizada en torno a la culpabilidad de los imputados en el caso, sino de mostrar capacidad para armar con pulcritud un expediente y llevarlo ante los jueces con la evidencia suficiente para obtener una sentencia condenatoria.
La experiencia histórica muestra un récord desastroso para las autoridades mexicanas en este apartado. Por eso, aquí es donde se demostrará si, de verdad, este equipo es “diferente”, es decir, si es capaz de hacer bien su trabajo o, como sus antecesores, sólo busca victorias mediáticas de corto plazo, aunque al final sobrevenga la vergonzante derrota.
¡Feliz fin de semana!
@sibaja3
carredondo@vanguardia.com.mx