Aquella infame fotografía (la maldición de Tutankamote caiga sobre todos los que en ella aparecen)
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Ni teniendo como marco el Palacio Nacional podía preverse que aquella sería la viva descripción gráfica
El autor de aquella fotografía jamás sospechó, ni siquiera al momento de obturar el mecanismo de su cámara, la trascendencia que cobraría la instantánea que estaba logrando.
Ni aun teniendo como modelos al flamante Presidente de la República, Enrique Peña Nieto, en primer plano y una colección de mandatarios estatales, principalmente correligionarios de la divisa del nuevo Jefe de la Nación –el PRI–; ni teniendo como marco el Palacio Nacional podía preverse que aquella sería la viva descripción gráfica de un régimen ruin.
Claro, seguramente anticipó que era una buena imagen y que, dada la relevancia de los personajes enmarcados, estaba cumpliendo con creces su deber al obtener un retrato balanceado en el que todos figuraban por igual, luciendo sendas sonrisas, tal cual la ocasión lo ameritaba.
Sin embargo, la foto estaba destinada a volverse emblemática del sexenio al que servía como pie de inicio. El mismo Presidente se encargó de presentar aquellos rostros como la cara del nuevo PRI, misma cara que no tardó en volverse harto conocida en corporaciones de combate al delito alrededor del mundo.
La foto se volvió el álbum de estampitas del crimen político nacional y, por supuesto, en objeto de escarnio ciudadano pues el optimismo radiante de los invitados a la foto con el Ejecutivo recién jurado, contrastó con la estrepitosa caída de la reputación de todos ellos.
Al día de hoy se considera una foto maldita y es clamor popular que, unos antes y otros después, pero todos, algún día, comparezcan ante la justicia y/o acaben sus días calentando cemento en alguna penitenciaría nacional o extranjera.
Nos enteramos hace unos días, no sin cierto alborozo posible aun dentro del pandémico contexto que nos embarga, que el largo brazo de la Ley le dio por fin alcance a uno de los más notables personajes de aquel retrato de la infamia.
Por supuesto, nos referimos al “otro Duarte”, César, exgobernador del vecino estado de Shihuahua, sin otra relación con su homólogo veracruzano, Duarte Javier alias “El Javidú”, que la afición y la maña para chingarse el presupuesto a multimillonarios pellizcos.
Coincidiendo con la visita de nuestro Santo Varón de Macuspana a su cómplice y colega en los EU, la Fiscalía General de la República anunció la detención de César Duarte, prófugo desde 2017 y acusado de lo que viene siendo el paquete básico del gobernador priista, el abc de la política tricolor: enriquecimiento ilícito y lavado de dinero.
-¡Enhorabuena, hermanos chihuahueños!
-Se dice “chihuahuenses”.
-Eso, eso, eso, eso…
El caso es que me pone verde de la pura envidia ver cómo en la vecina entidad, el gobernador Javier Corral, se puso las del Conejo Energizer y no cejó en su empeño hasta conseguir que le echaran el guante a su antecesor.
Es muy, muy raro que una administración convierta en su prioridad el llevar a la justicia a aquellos que se han burlado de los ciudadanos, no sólo incumpliendo sus ofertas de campaña, sino socavando el bienestar común con tal de enriquecerse obscenamente. Y es muy raro porque los gobernantes suelen obviar (encubrir) los pecados de una gestión previa, con tal de que más adelante se hagan de la vista gorda con los suyos propios también.
Sin embargo, desde su arribo al Gobierno de Chihuahua, Corral emprendió una cacería judicial en contra de una de las fichitas más relucientes de la galería del hampa político, retratada en la comentada foto.
Así que ésta es una de las muchas otras cosas que la 4T no puede adjudicarse (acaso el no haber obstruido al Gobierno de Chihuahua, como sí lo hizo la administración de EPN). Pero queda claro que para ver algo de justicia en los estados que más fueron castigados con deuda pública ilegal, lo que se necesita es voluntad de actuales gobernadores.
Lo robado de las diversas entidades de la República tuvo tres destinos principalmente: financiar la campaña presidencial de Peña Nieto; crear una red de complicidades lo bastante enmadejada como para distraer a la justicia de los peces verdaderamente gordos; y las cuentas de toda esa caterva de gobernadores que en seis años salieron multimillonarios, con propiedades y negocios en distintas partes de México y del mundo.
La susodicha foto nos concierne a los coahuilenses porque en ella aparece muy sonriente el caemebién de Rubén Moreira, que no es sino la segunda cara de un monstruoso bisexenio de dos cabezas de la más atroz corrupción.
¿Será Moreira Valdez algún día investigado por la apresurada exoneración de su hermano? ¿Por todos los enjuagues hechos con las finanzas públicas? ¿Por todos los desfalcos a las instituciones? ¿Por todos los desvíos a empresas fantasmas?
No parece probable, si para eso necesitaríamos un gobernador como Javier Corral, verdaderamente opositor y desvinculado de quien le precedió, pero como aquí lo que obtuvimos fue un sucesor a modo, emanado de un proceso electoral amañado y, para colmo, traicionados por una oposición arrastrada (ch.t.m.p.a.n) que encima se encargó de disipar y enfriar el descontento popular, pues no se antoja que en Coahuila pronto vaya a haber un dejo de justicia.
Ojalá me equivoque, pero el exgobernador de Coahuila en aquella foto seguirá siendo la estampita más difícil de conseguir en ese álbum de prófugos de la ley.