Café Montaigne 129
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TEMAS
Gula y lujuria van de la mano. El apetito y el sexo son motores de la historia. Nadie lo duda. Retener a la persona amada requiere, todos lo sabemos, de potentes elíxires, pócimas y potajes emparentados entre sí en todos los caminos de la historia. Amor y comida, amor y bebida, potente combinación. Nadie escapa a ello. Nadie.
William Shakespeare así lo sabía, en “Macbeth” así lo describe. Es el filtro mágico usado por las brujas. Encuentre usted todos los ingredientes y ensaye lo siguiente: “Filete de culebra de pantano, pon a hervir y cocer en el caldero ojo de tritón y dedo de rana, lana de murciélago y lengua de perro, lengüeta de víbora y aguijón de lución. Pata de lagarto y ojo de lechuza, escama de dragón, diente de lobo, momia de bruja, fauces y vorágine del tiburón del mar salado. Raíz de cicuta arrancada a la noche, hígado de judío blasfemante. Bilis de cabra y tiras de tejo cortadas durante un eclipse lunar. Nariz de turco y labios de tártaro, dedo de niño estrangulado al nacer, parido por una ramera en la cuneta. Enfríalo con la sangre de mandril, con lo que el maleficio estará firme y seguro”.
Los piropos masculinos –para abrevar ahora de la raíz popular– tienen que ver con la gula, los sentidos, los placeres de la lengua y la gastronomía. “Estás como mango
”, dice el axioma masculino. El poeta chileno Pablo Neruda lo sabía (lo citamos en el texto pasado de nuestra tertulia). Se entregó con placer, donaire y sabiduría a amar las pequeñas cosas, las pequeñas maravillas de la naturaleza y de Dios. De aquí abrevan sus tres libros de “Odas”, semillas que han fructificado hasta el día de hoy. Poesía eterna, para ser dicha a los oídos de las amantes más dulces en las noches más profundas y altas. Un fragmento de “Oda a la ciruela”
“¡Oh beso / De la boca / En la ciruela, / Dientes / Y labios llenos / Del ámbar oloroso, / De la líquida/ Luz de la ciruela!”.
Menos romántico y más lujurioso, el libertino Pierre Louÿs (1870-1925) escribió un libro delicioso el cual anciló en la Grecia antigua. Su gusto por el erotismo, las alegrías fáciles y sensitivas, los amores libres y los delicados y efímeros placeres, le hicieron escribir un libro redondo, perfecto, “Las Canciones de Bilitis”, las cuales serían musicalizadas por Claude Debussy. Una maravilla. Aquí la sensualidad aflora a cada página, ungüentos y líquidos de muchas núbiles y redondas se derraman al pasar la página de un libro eterno. Escribe el libertino francés en “Comparaciones”: “Querer a veces, la una compararse / Con la otra, de forma diferente: / Los seños aún pequeños, el cabello / Ya copioso; y el pubis, ya turgente, / Codorniz que buscara rescatarse / Bajo la sombra del incipiente vello”. Las comparaciones nunca son ociosas. Labios como ciruelas, ojos de almendras, cabellera de azabache
escribe Louÿs en una canción deliciosamente lésbica
ESQUINA-BAJAN
“Toma a su amiga por las dos orejas, / cual ánfora de vino, por las asas, / y en codicia de amor se bebe el beso”. ¿Los frutos y alimentos se parecen a las formas de la mujer o las formas femeninas y ávidas imitan a la naturaleza, sus frutos y su gastronomía? Pues sí, hay una frutología del eros. De aquí deriva el binomio Adán-pecado, Eva-seducción. En medio, el fruto prohibido. Ojo, el fruto, no una manzana, aunque ésta ha pasado a la historia como la fruta que mereció ser mordida para indigesta moral y física de sus devoradores. Por ello, “la manzana de Adán” aún la tenemos nosotros atorada en la garganta. Así de sencillo o complicado.
Dos colaboraciones no son suficientes y estamos lejos de agotar tan sibarítico tema. Volvamos al gran Pablo Neruda, eterno y siempre en su muy vigorosa y elemental “Oda al tomate”
“
sobre / la mesa, en la cintura/ del verano, / el tomate, / astro de tierra, / estrella repetida / y fecunda, / nos muestra sus circunvalaciones, / sus canales, / la insigne plenitud / y la abundancia / sin hueso.
El tomate o la papaya como vulva anhelada. La ambrosía como erotismo. Los elíxires, el abandono, el dejarse llevar en brazos de la mujer amada en las noches de tormenta y jugosos diversos.
Desde siempre hay frutos y comidas afrodisiacas y prohibidas no pocas veces en la historia de la humanidad. El fruto prohibido siempre le ganará la partida a la templanza. Pecar es humano. La perfección es divina. Lo prohibido, entonces, tiene que ver con los sentidos. Los cinco sentidos. La sierpe tentó a Eva con un fruto prohibido, la sedujo y por extensión sedujo a Adán. Sedujo a ambos. Lo prohibido, el pecado ha llegado por el apetito, por la gula; lo prohibido está íntimamente ligado a los placeres de los sentidos, de la carne. De aquí entonces dos pecados capitales atractivos, ubicuos, vedados; pero al final de cuentas, tan a la mano, que todos caemos en ellos, placeres de la carne ambos, insisto: la lujuria y la gula.
Hay una extraña lista antigua de hierbas prohibidas por ser afrodisiacas, proveniente del Convento de las Hermanas Descalzas de los Pobres (o de las Hermanas Voladoras de Papantla, da igual. En todos lados hay algún Convento de este desgarrador título). Entre éstas figuran: la albahaca, la alcaparra, el estragón, el curry (mezcla de varias hierbas), la canela, el azafrán, el anís, el comino, el jengibre
cuando se trata del amor y el erotismo, todo es un afrodisiaco. Tan es así, que el poeta Pablo Neruda, anclado en tierra, lo sabía y dejó escritos varios textos memorables en su portentosa y vasta obra poética y narrativa. Finalicemos muy a nuestro pesar, hoy. En “Oda al Pan”, Neruda escribió
LETRAS MINÚSCULAS
“Pan, / con harina, agua y fuego te levantas. / Pan, / que fácil y qué profundo eres: /
creces, creces de pronto / como cintura, boca, senos / colinas de la tierra, vidas. / Sube el calor, te inunda / la plenitud, el viento
”.
Jesús R. Cedillo
Contraesquina