Consumismo

Como otras tantas cosas y pseudo-tradiciones en nuestro país, una vez más llega la versión trasnochada del Thanksgiving Day a la mexicana, el Buen Fin, sin otra razón más que la de generar utilidad. Por estos días, los prestadores de servicios preparan sus afilados colmillos para devorar a muchas víctimas propicias, que al calor de la publicidad engañosa asistirán a sus pisos para hacerse de productos que se encuentran en los traspatios y que por éstos días encontrarán los dueños que buscaban. Oferta y demanda, consumismo puro.

El consumo indiscriminado que en estos tiempos se promueve en el fondo tiene muchas motivaciones. Se trata de un tema que tiene que ver con el imitar a los demás y de querer convencerme que de acuerdo a mi poder adquisitivo y al nivel compulsivo de compras adquiero un estatus; en el fondo es la búsqueda de identidad. 

También se busca seguridad, que en el fondo es la baja estima que tenemos. Comprar las marcas más caras tiene que ver con sentirnos seguros social e individualmente. Finalmente, otra de las motivaciones es la novedad, que en el fondo es sinónimo de deseo, de búsqueda de status quo y el de encajar en los grupos sociales a los que pertenecemos. La pregunta es ¿realmente se necesita? Se llega al límite de lo grotesco, donde el instinto supera a la razón. 

En teoría, los seres humanos deberíamos movernos por la razón y no por los instintos. La publicidad engañosa en los medios de comunicación social se ha convertido en el fiel de la balanza pues encontró en esta actividad un nuevo nicho de enriquecimiento. Por eso, hoy el marketing no se enfoca en los productos, se enfoca en los consumidores.

Pareciera que todo es tener y comprar. Por supuesto, aunque hay un deseo de legitimar el consumismo y la evidencia más clara es la voracidad de quienes controlan el mercado por un lado, y por el otro, la inconciencia de los consumidores y sus grandes vacíos existenciales. Es paradójico, en los tiempos del consumo se perdieron de vista los valores económicos; el ahorro, la inversión, la disciplina en el manejo del dinero, la remuneración justa y por supuesto la cooperación y se le dio paso a los valores del mercado y al vicio del consumismo.

Zigmund Bauman en su texto Trabajo, consumismo y nuevos pobres, hace una crítica a la sociedad de consumo, diciendo que el consumidor es aquel que usa productos y satisface a través de ellos sus necesidades y deseos más profundos. En ese sentido el consumismo tiene que ver con el exceso, con el querer mucho más de lo que necesitamos y por tanto, exigir los recursos de los que la Madre Tierra nos puede dar. 

Hemos caído en la trampa de la cultura mercantilista donde la idea de la competencia como en el darwinismo, nos condiciona. Por eso el libre mercado, no deja de ser un darwinismo social en el que la compra indiscriminada nos mantiene dentro de la cadena alimenticia. Ahí es donde nos hacemos visibles y podemos ser parte del grupo al que queremos pertenecer. El afán de comprar por comprar aunque no lo necesitemos es nuestra cartilla de identidad. No comprar significaría fallarle al sistema.

El modelo de libre mercado, así fue concebido, como una maquinaria para producir ganancias a grande escala donde el consumismo es la pieza clave. Por supuesto, como afirma Enrique Duzzel, el neoliberalismo es una fábrica sistemática de hacer pobres a grande escala. Porque aquí el tema de la competencia, como lo deseaban sus precursores, no opera y con la participación del Estado que en el tema económico; como en otros, se vuelve inoperante, a río revuelto, ganancia de pescadores.

Nos hemos vuelto en los hijos favoritos de un sistema que nos volvió adictos al consumo. Por eso ¿A quién le importa que el cliente sea un medio para conseguir el fin? ¿O a quién le importa que se endeude y compre más de lo que gana? Finalmente el crédito es de lo que vive el mercado. No es un tema que tenga que ver con el aprovechar las ofertas, los especiales y las oportunidades, es el consumismo desmedido que se ha convertido en la actividad más importante que practicamos. ¿Se requiere un nuevo celular, una nueva pantalla, un nuevo aparato electrónico o cualquier otro producto? No lo creo, se requiere comprar, porque se volvió una necesidad. A propósito ¿Terminarían los que compraron el año pasado de pagar sus deudas? 

Adela Cortina en su libro Ética para el consumo, nos aclara que la felicidad no la brindan los productos que encontramos en el mercado y por tanto, tenemos que aspirar a la práctica de un consumo justo, pues el consumo ordinario nos lleva el hedonismo, donde se forjan ciudadanos sin ninguna preocupación por las cuestiones públicas, sin ningún interés por participar en la vida de la comunidad, indiferentes a las consecuencias de su consumo para el resto de la sociedad en el nivel local y global, sin sentido de la justicia y la civilidad.

El buen fin, es un espacio donde la voracidad mutua de vendedores y compradores se pone de manifiesto. Se publicita como un espacio para reactivar la economía y para mejorar la calidad de vida de todas las familias mexicanas, ¿será? No podemos evitar el consumo, todos somos consumidores. Se trata de practicar el consumerismo; que es el consumo racional, controlado y responsable que tiene en cuenta los aspectos sociales, culturales y ambientales que son parte de nuestra vida cotidiana. Investiguemos y reclamemos a las compañías productos de calidad, pero sobre todo, seamos conscientes de la necesidad que tenemos de lo que compramos.