Cuarentena. Episodio XI. Haciendo de chicle a la Constitución o el Síndrome de Vargas
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Cuando un individuo es investido con el poder público, jurídicamente se transforma.
Un experto en derecho político lo explicará mejor que yo, pero entiendo que cuando un hombre (o una mujerts) jura como presiente, se convierte en el Estado, más que en su simple portavoz o representante.
De tal suerte que el presidente es la encarnación de dicho Estado, en un sentido místico, pero también legal.
Desafortunadamente, está demostrado que el Poder no afectará las cualidades intrínsecas de las personas, por lo que éstas permanecerán inalteradas con o sin poder.
Así que, si un hombre estúpido, inculto y vil accede a un cargo de elección de relevancia, lamento decirle que seguirá siendo estúpido, inculto y vil, aunque ahora sea depositario de algo mucho más grande que sí mismo.
Pero esto es algo que ya usted sabía y de hecho pasa con demasiada frecuencia, sobre todo en sociedades como la nuestra, que tienen más puestos públicos que gente honesta y capaz.
Ya le digo, es harto común. Un jefe de estado sólo tiene que rodearse de gente más brillante que él y saber leer con mediana eficiencia, y así su equipo le ahorrará muchos descalabros y deshonras a su patria.
¿Por qué los dos últimos presidentes de México le apostaron más a sus cuestionables dotes de improvisación que a un discurso estructurado redactado por expertos en su campo? ¡Nomás no lo pinches sé!
Será que es una característica de los gobiernos eminentemente populistas, que apelan a esa parte del pueblo que gusta de que le hablen en su mismo tono y lenguaje, aunque sea para decirle puras sandeces (y sí).
Por eso es que el populista Presidente de la nación más poderosa y pendeja del mundo, los Yunáites Estéits Ofamérica, se siente facultado para opinar de todo, aunque en lo intelectual haya serías razones para dudar de que cursó la secundaria.
En el más reciente y pachón de sus osos, Donald J. Trump sugirió considerar terapias de luz contra el COVID-19 (puesto que el virus no sobrevive a la exposición solar) o, desde que una forma de erradicarlo de diversas superficies es mediante el uso de desinfectantes, “sería interesante probar sus efectos inyectándolo en el cuerpo humano”.
Luego admitió modestamente no ser un hombre de ciencia (¡No, hombre! ¡No diga!) y sólo estar “aportando ideas” para que los señores de bata las pongan a prueba. Días más tarde se quiso enmendar aduciendo que estaba siendo sarcástico –pero, ¡qué va!– revise el video y el muy cabezotas está hablando más en serio que cuando dijo que le gustaría andar con su hija.
Así que, redondeando, recuerde que el poder del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, es eso, poder y representación, pero no inteligencia, sensibilidad ni criterio.
El poder de hecho, cuando se ejerce de esta manera, tan a lo AMLO, tan a lo Trump, lejos de ocultar las naturales fallas humanas, lo que hace es magnificarlas porque en lugar de decir pendejadas, como cualquier mortal, dentro de los limitados alcances de nuestro ámbito, se dicen desde la palestra más alta de sus respectivas naciones. Así que no mal las pronuncian cuando ya están siendo reproducidas por medios alrededor de todo el mundo.
Luego, el poder tiene otra característica, que enferma y provoca una sensación de infalibilidad e invulnerabilidad. Pero si hay algo falible es un zoquete rodeado de aduladores, lisonjeros y “yes men”.
Un necio en el poder puede desarrollar fácilmente lo que yo llamo el Síndrome de Vargas, en honor a Juan Vargas, personaje protagónico de Damián Alcázar en aquel retrato de la política nacional hecho comedia, “La Ley de Herodes” (Estrada 1999).
Si la recuerda (obvio que la recuerda), el tal Vargas es designado presidente municipal interino en el pueblo perdido de San Pedro de los Saguaros y pronto comienza a ejercer el poder de manera autocrática.
Cuando la falsa sensación de invulnerabilidad de Vargas raya definitivamente en el delirio de omnipotencia, comienza a manipular la ley a su antojo, editando incluso la Constitución Mexicana, suprimiéndole y agregándole párrafos, para perpetuarse, como monarca de su pequeño feudo. Pasa que al gobernador de Coahuila, Miguel Riquelme, se le despertó el Juan Vargas que lleva dentro cuando decretó una especie de ley marcial en el Estado, bajo excusa de contener la diseminación del COVID-19 en la entidad. Y bajo amenaza de multa y hasta encarcelamiento, se “invita” a la población a no salir más que para “actividades esenciales”.
No importa que el Gobernador no esté facultado para decretar estas medidas y que la autoridad federal acabe de informarnos (en voz del doctor Gatell) que no hay ni tiene por qué haber un estado de excepción (supresión de las garantías constitucionales) en ningún punto del País.
Entonces ¿por qué este Vargas inoculado con el virus de la guapura que tenemos en Coahuila como Gobernador, se arroga esas facultades para desdeñar la Constitución y obligarnos a la reclusión cuando no es sino una mera recomendación sanitaria?
La actitud del mandatario estatal es gravísima y ni siquiera puede presumir que sea el bienestar de sus conciudadanos lo que busca. Lo que quiere es contradecir al pacto federal porque es su bandera al día de hoy.
Yo, a propósito de recomendaciones, le sugiero que si lo intentan detener o le impiden el libre tránsito consagrado en la Carta Magna, los mande mucho a ch.a.s.m. Claro, sin exponerse a que los uniformados lo agarren de “punching bag”.
Esto, desgraciadamente, continuará…