Cuarentena. Vol. 18. Trampas de la voluntad popular y cómo evitar caer en ellas
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Una de las falacias en que con mayor empeño insiste la actual administración federal es la de que todos nuestros conflictos públicos, cotidianos y extraordinarios se pueden dirimir por la vía del referéndum o consulta popular.
Novedoso es en efecto que se nos pida nuestra opinión para zanjar controversias de la esfera ejecutiva o legislativa.
Chapucero es en cambio que se nos consulte nuestro parecer cuando no existe polémica que resolver porque el caso ya lo contempla la Ley y sólo exige su correcta ejecución.
Pedirle, por ejemplo, su opinión y aquiescencia al pueblo bueno y sabio para que decida si se abre una investigación y posible juicio en contra del expresidente (llámese Fox, Calderón, EPN o Adolfo Ruiz Cortines), es una cátedra de demagogia y populismo digna del máster en la materia que actualmente ostenta el Poder Ejecutivo.
¡O dígame qué carajos tiene que ver la voluntad popular para proceder contra un exmandatario que, de existir elementos para investigársele sería obligatoriedad hacerlo o, en caso contrario, para dejarle en paz bajo el beneficio de la presunción de inocencia del que se supone goza todo ciudadano!
Me acordé del chiste de aquel político en campaña que, luego de que le demostraron que era irrealizable cierta obra de ingeniería hidráulica que prometía, por la acción de la ley de gravedad, dijo respecto a ésta: “¡La derogamos, chingue su madre! ¡Faltaba más!”.
Pos así igualito AMLO, nomás que él lo sometería primero a una consulta.
Lo que sí de plano carece de cualquier insinuación de madre es abrir un plebiscito para supuestamente solucionar un debate público y luego hacerlo de la manera más chafa, amañada, ausente de método y credibilidad; todo para que el Ejecutivo termine haciendo lo que desde un inicio le dictaba su real y pelotuda gana, pero ahora amparado por la “voluntad popular”, no dando rienda suelta a su soberano capricho, sino cumpliendo una legítima demanda del pueblo, como el fiel siervo de la Nación que es (risas y aplausos).
Creer en estos ejercicios equivale a tragarse el embuste del correo electrónico que nos informa que el príncipe de Zamunda nos va a compartir su enorme fortuna si le ayudamos a sacarla de su país, mediante un pequeño depósito bancario de mil dólares.
Y defender la pantomima “cuatroteísta” aduciendo que “de perdido este gobierno sí nos pregunta, nos toma en cuenta… ¿Cuándo antes te pidieron tu opinión para hacer algo?”, son meras ganas de tragar camote al mayoreo sazonado con puro orgullo (todo con tal de no admitir que AMLO no es la panacea que su apoteósico triunfo anticipaba).
¡Qué bueno fuera que esta ilusión de democracia en la toma de decisiones quedase en un hato de crédulos dispuestos a seguir al Mesías hasta el Fin del Mundo de ser preciso!
Pero no, lo malo está en que luego ese mismo pueblo bueno y sabio piensa que todo puede someterse a la urna, al clamor popular. Y pos no…
Por ello, no dejan de embargarme sentimientos contradictorios luego de que un grupo de trabajadores locales (músicos, meseros y personal diverso del de por sí mal pagado giro de los bares y restaurantes) realizara un breve plantón exigiendo a las autoridades que les permitan reabrir sus respectivos centros de trabajo.
Me solidarizo con ellos –¡claro!–, me apena su situación hasta la aflicción. Es gente desesperada por trabajar y llevar bienestar a sus hogares. Pero la cosa es que no entramos en un paro económico y laboral por mero gusto, sino porque se suponía (se supone) que era (es) una cuestión de vida y muerte, así como la única forma de sortear la peor crisis salubre enfrentada por la humanidad en un siglo.
La alerta se dio a nivel mundial. Y mundial quiere decir que las recomendaciones eran las mismas para los países plus y para los de la sección de sol: quedarnos en casa y no estarle jugando al vivo.
Así que de entrada, no pueden estos manifestantes asumirse víctimas de una acción arbitraria, si se supone que la chinga fue pareja para todos.
Pero, la autoridad siendo la autoridad, pregona una cosa y hace lo contrario, pues justo ahora que atravesamos la cresta de la curva epidemiológica, el mentado pico pandémico, justo ahora es cuando comienza a relajar las medidas precautorias y permite a ciertos sectores retomar sus actividades. Es entonces que los quejosos dicen, y con justa razón: “¡Ah, chigá! ¿Y nosotros cuándo?”.
Las medidas sanitarias decretadas (buenas o malas) no son opcionales y no tendrían por qué ser objeto de debate, discusión o controversia. Pero la ambigüedad de nuestras autoridades nos da la sensación de que todo es negociable, incluso la contención de un virus potencialmente letal que fue la razón de que el mundo entrara en parálisis.
Amigos meseros, no se enojen conmigo (no le escupan a mi comida, por fa) yo sé que están desesperados por trabajar, lo mismo que una buena parte de los habitantes de este planeta. Pero sí, hay que tener cuidado siempre con lo que se pide, porque a veces se nos concede.
Hay que saber cuándo es procedente alzar la vox pópuli. La voluntad del pueblo es en efecto sagrada, aunque no necesariamente infalible. Debe hacerse valer, aunque no todo está sujeto a sus designios, como algunos demagogos pregonan.