Cuarentena XVIII. Cosas que yo creo y carecen de la más absoluta importancia
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Cuarentena. Capítulo XVIII
“¿Entonces tú no crees en el coronavirus?”, me preguntaron, y le juro que yo sentí que me estaban increpando desde una secta o un culto dogmático (cosa a la que bien acostumbrado me tiene la cristiandad).
“¡Hombre! Tanto como creer, creer, pues sí… Sí creo, pero la verdad no practico”.
Entiendo la duda, ya que mi postura en las últimas semanas pudiera parecer ambigua o no todo lo categórica que sería deseable.
Esto, lejos de ser un juego de sofismas (jamás me atrevería a jugar con la inteligencia del lector) o un intento por quedar bien con todas las posturas, es más bien la humilde admisión de mi tremenda ignorancia.
Empero, contrario a lo que se diga, no hay nada de malo en ser ignorante, siempre y cuando seamos bien conscientes de dicha ignorancia y hagamos un serio intento por paliarla con una buena dosis de sentido común.
A mí además me da mucha más confianza alguien que admite con humildad “no sé”, que aquellos que andan por allí con una convicción absoluta sacada quién sabe de dónde.
¿De dónde? ¡Pos de su necedad y su arrogancia! ¡De dónde más!
No sé si fue Mark Twain o Hermenegildo Torres el que dijo: más vale callar y parecer pendejo que abrir la boca y corroborarlo (yo creo que fue el fundador del PUP, porque el autor de “Tom Sawyer” hubiera dicho algo en inglés, no sé).
Ahora bien, se supone que como periodistas estamos obligados a compartir sólo información verificada. Pero créame, este fárrago de información supera a cualquier profesional, a medios de comunicación e incluso gobiernos en todas partes del mundo.
El ejemplo más sencillo y a la mano:
Nuestra autoridad local ha hecho obligatorio el uso del cubrebocas, pero la Organización Mundial de la Salud (OMS) no la ratifica como medida preventiva eficaz.
¿A quién le piensa usted dar crédito?
Muy particularmente, me adhiero a la postura de la OMS. No creo que andar con un trapo en la jeta, que nadie sabe cómo portar y menos aún cómo manipular, tenga alguna utilidad en la contención del COVID-19.
Pero sería tremendamente irresponsable que yo le aconsejase contravenir a la autoridad. Desde el inicio del Festival Quédate en Casa 2020 he recomendado siempre, siempre, el acatar las recomendaciones que hagan las autoridades, no importa que muchas carezcan de sentido. Como dije, necesitamos fortalecer un poco la disciplina en lo colectivo por si un día –¡Diosito no lo quiera! – enfrentamos una amenaza más apremiante (como Godzilla o el Mechagodzilla).
¡AUNQUE…!: La situación tampoco es como para endosarle nuestra alma a esa autoridad y menos a los agentes uniformados, que están rara y escasamente capacitados.
Así que cuando han violado alguna garantía individual, como fue el impedir el ingreso de ciudadanos al territorio coahuilense, también le he aconsejado que –sin arriesgarse a que lo agarren a toletazos–, me los mande mucho con sus jefecitas a ver la conferencia de López-Gatell, quien nos ha reiterado que en ningún punto de este territorio Telcel, que llamamos México, se ha decretado un estado de excepción.
Podemos transitar libremente, a la hora que sea y sin ser interrogados sobre la naturaleza de nuestros asuntos.
La recomendación sólo es limitar nuestras salidas a lo esencial. ¡Ah, vaya! Pero de eso a que nos quieran hacer sentir que ya vivimos bajo la bota militar, hay mucha diferencia.
Por no mencionar que es muy difícil tomar en serio a un Gobernador que usa mascarilla N95 (recomendada sólo para uso del personal médico), al mismo tiempo que da luz verde para que el comercio reinicie sus actividades, aunque éstas impliquen las mismas concentraciones humanas que durante todo este tiempo se ha buscado evitar.
Insisto, hasta el momento sólo se nos han dado meras recomendaciones encaminadas a impedir el pronunciamiento de una curva de contagios cuya cresta llega que no llega, desde hace un mes. Hay que acatarlas, sí, aunque a veces nos sintamos francamente ridículos frente a su muy improbable eficacia. A veces la mejor razón para portar una mascarilla –cuando no la única– es hacer sentir un poco de confianza al prójimo y eso también vale.
Ahora, a pregunta directa:
¿Creo en el SARS-CoV-2, creador del síndrome respiratorio agudo; creo en el COVID-19, causante de que el mundo se haya terminado de desquiciar y de que la gente esté en casa compartiendo videos ridículos; creo en el nuevo coronavirus, diseñado, no mutado, por algún laboratorio farmacéutico en Wuhan, China? (bueno, en realidad tanto no). Pero sí, sí creo.
Que hay muertes y contagios por millares, también lo creo. Que las estadísticas se pueden presentar con cierto giro para provocar la actual psicosis, lo creo también.
Que la mayoría de los gobiernos ha respondido erróneamente, paralizando la economía en lugar de sólo resguardar la salud de los más vulnerables y expuestos. Lo creo, sí. Tales son mis creencias. Pero lo que yo crea o deje de creer es de momento irrelevante. Yo de hecho he observado la cuarentena como pocos, junto con todas las medidas asociadas a ésta (claro, mi situación me lo permite y ya desde antes vivía yo en semireclusión).
Certidumbres nadie tiene. Y el que más grite asegurando que las posee, es probablemente la persona más desinformada. Usted continúe cuidándose de la mejor forma que sus posibilidades se lo permitan, en tanto regresamos a la vieja normalidad o estrenamos una nueva.
El tener o no la razón sobre lo que está pasando, eso puede esperar a una mejor ocasión.